Nació el año
1491 en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió
primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió
teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los
que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús. Ejerció un
fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos,
que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia.
Murió
en Roma el año 1556.
Ignacio y sus
compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar
su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de
obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo
obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior
general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por
vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los
tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el
bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de
cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, "para
que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos
consagrado". No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos
una hora diaria.
Una de las obras más
famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de Los Ejercicios Espirituales.
Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo
en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la
aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la
tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo
cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica
de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de
San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las
principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en
las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de
ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.
El amor de Dios es la fuente del
entusiasmo de San Ignacio por la salvación de las almas, por las que
emprendió tantas y tan grandes cosas y a las que consagró sus
vigilias, oraciones, lágrimas y trabajos.
Se hizo todo a
todos para ganarlos a todos y al prójimo le dio por su lado a
fin de atraerlo al suyo. Recibía con extraordinaria bondad a los
pecadores sinceramente arrepentidos; con frecuencia se imponía
una parte de la penitencia que hubiese debido darles y los
exhortaba a ofrecerse en perfecto holocausto a Dios, diciéndoles
que es imposible imaginar los tesoros de gracia que Dios reserva
a quienes se le entregan de todo corazón.
El santo
proponía a los pecadores esta oración, que él solía repetir:
"Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos
Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y
gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa".
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