Muchas
son las búsquedas que nosotros podemos emprender a lo largo de nuestras
vidas y muchas serán significativas y definitivas, dependiendo a dónde
nos conduzcan.
La Palabra que se ha proclamado
esta noche santa nos ha presentado la búsqueda más insólita e
insospechada: José con María y el Niño en su vientre buscan afanosos un
lugar para nacer el amor, un sitio para dar a luz a quien es la luz, un
espacio para acurrucar la esperanza, pero el mundo de su tiempo está
convulsionado, las gentes van y vienen llenando espacios con los
eventos de la historia y la Sagrada Familia no encuentra sitio en medio
de aquella confusión.
Habrá que retirarse al silencio del campo, al
lugar de los animales, al pesebre para nacer el Señor, porque la
posada de los hombres está abarrotada, llena con demasiado humanismo y
precariedades, soledades y muerte, como para abrirle un campito a la
vida.
Allá entre la simplicidad de la noche oscura
y cerca de los que estaban al descampado se produjo el alumbramiento de
María que iluminó para siempre todas las noches de la historia.
Desde
entonces ninguna oscuridad puede reinar sobre la humanidad, sin
importar cuantas luces se apaguen y cuantos humanismos desvencijados
pretendan expropiar el pesebre para ponerlo al servicio de ideologías.
Ninguna podrá apagar aquella estrella.
Por eso, hoy y siempre nuestra celebración de Navidad tiene sentido y resonancia.
Hoy
muchos andan buscando cosas en el mundo y en medio de los afanes corren
el riesgo de olvidarse de que el Señor eligió la pobreza para nacer;
muchos hablan de alternativas de vida y no descubren que Dios eligió la
familia como su alternativa.
Hoy en medio de
tantas dificultades y precariedad, la tarea de todos nosotros es la de
afinar nuestras búsquedas para entonarlas y sintonizarlas todas con
aquella que es la única verdadera y necesaria: La de un espacio en el
pesebre de nuestro corazón, en la pobreza de nuestra vida para que el
Señor allí nazca y nos llene de luz la vida y de fuego los ojos; y
podamos ver el mundo como Dios lo ve.
Por eso, queridos hermanos, no
hay oportunidad para la desesperanza, esta noche se ilumina en Cristo y
por Cristo nuestra vida y, más allá de toda circunstancia difícil y de
toda tristeza momentánea, hemos de felicitarnos mutuamente.
Feliz
Navidad a todos, a los que se han quedado en este pesebre y a los que
van por el mundo buscando el suyo, que quiera Dios un día descubran que
sigue siendo el mismo, el lugar donde han nacido, el lugar de la
familia, el lugar de la paz.
¡Feliz Navidad, hermanos! Y que todas nuestras búsquedas nos lleven a Belén de Judea a encontrar y adorar al Niño.
Padre Alberto, de La Purísima y San Benito
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