viernes, 28 de diciembre de 2018

La búsqueda de un lugar para nacer


Muchas son las búsquedas que nosotros podemos emprender a lo largo de nuestras vidas y muchas serán significativas y definitivas,  dependiendo a dónde nos conduzcan. 
 
La Palabra que se ha proclamado esta noche santa nos ha presentado la búsqueda más insólita e insospechada: José con María y el Niño en su vientre buscan afanosos un lugar para nacer el amor, un sitio para dar a luz a quien es la luz, un espacio para acurrucar la esperanza,  pero el mundo de su tiempo está convulsionado,  las gentes van y vienen llenando espacios con los eventos de la historia y la Sagrada Familia no encuentra sitio en medio de aquella confusión. 
 Habrá que retirarse al silencio del campo,  al lugar de los animales,  al pesebre para nacer el Señor,  porque la posada de los hombres está abarrotada, llena con demasiado humanismo y precariedades,  soledades y muerte,  como para abrirle un campito a la vida. 
Allá entre la simplicidad de la noche oscura y cerca de los que estaban al descampado se produjo el alumbramiento de María que iluminó para siempre todas las noches de la historia. 
Desde entonces ninguna oscuridad puede reinar sobre la humanidad,  sin importar cuantas luces se apaguen y cuantos humanismos desvencijados pretendan expropiar el pesebre para ponerlo al servicio de ideologías. Ninguna podrá apagar aquella estrella. 
Por eso,  hoy y siempre nuestra celebración de Navidad tiene sentido y resonancia. 
Hoy muchos andan buscando cosas en el mundo y en medio de los afanes corren el riesgo de olvidarse de que el Señor eligió la pobreza para nacer; muchos hablan de alternativas de vida y no descubren que Dios eligió la familia como su alternativa. 
Hoy en medio de tantas dificultades y precariedad, la tarea de todos nosotros es la de afinar nuestras búsquedas para entonarlas y sintonizarlas todas con aquella que es la única verdadera y necesaria: La de un espacio en el pesebre de nuestro corazón,  en la pobreza de nuestra vida para que el Señor allí nazca y nos llene de luz la vida y de fuego los ojos; y podamos ver el mundo como Dios lo ve. 
 Por eso,  queridos hermanos,  no hay oportunidad para la desesperanza, esta noche se ilumina en Cristo y por Cristo nuestra vida y,  más allá de toda circunstancia difícil y de toda tristeza momentánea,  hemos de felicitarnos mutuamente. 
 Feliz Navidad a todos,  a los que se han quedado en este pesebre y a los que van por el mundo buscando el suyo,  que quiera Dios un día descubran que sigue siendo el mismo,  el lugar donde han nacido,  el lugar de la familia,  el lugar de la paz. 
¡Feliz Navidad,  hermanos! Y que todas nuestras búsquedas nos lleven a Belén de Judea a encontrar y adorar al Niño. 
Padre Alberto, de La Purísima y San Benito

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