Que importante es clamar a Dios cada mañana para
agradecerle el don de la vida y tantas bendiciones que nos regala en
medio de la alegría y el dolor de cada día.
Cuando decimos: "Tu luz, Señor, nos hace ver la luz' (Salmo 35,10),
en las Laudes, de la liturgia de las Horas, presentamos al Señor
nuestra alabanza, con el anhelo de estar en su presencia y ser capaces
de irradiar esa misma luz
en medio de la oscuridad que nos acecha constantemente.
Solo en Jesús encontrarnos la luz verdadera para
iluminar y guiar nuestros pasos con la sabiduría, el amor, la fe y la
esperanza, propios de los Hijos de Dios.
Así como lo contemplamos en el relato de la
Presentación del Niño Jesús en el Templo. Es el encuentro del Señor con
su pueblo, cómo la luz de la Salvación que resplandece para toda la
humanidad expresado en el Càntico de Simeón:
"Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quién has presentado ante todos los pueblos. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel". (Lc 2, 30-32).
En Jesús, una luz eterna que guía por senderos de verdad y vida a todo aquel hombre o mujer que lo acepte como su Salvador.
Seamos luz, testimoniando amor fraterno, así como la
vela que se consume con la llama encendida para luz y calor del prójimo
necesitado.
"Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". ( Mt 3, 14)
Lcda. María Isabel Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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