La
sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su
cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad
de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer
vínculos de comunión con otro.
Catecismo de la Iglesia Católica
No. 2332
La
Lujuria es buscar de manera desordenada el placer sexual. Se es lujurioso
cuando buscamos el placer sexual por sí mismo, porque se siente a todo dar, no
importando que sea antes o fuera del matrimonio, no importando que ofendas a tu
pareja, no importando que solo tu sientas bonito y tu pareja no, no importando lo
que se haga para no quedar embarazada. Los deseos y actos son desordenados cuando no se
conforman al propósito divino, el cual es propiciar el amor mutuo de
entre los esposos y favorecer la procreación.
Como
todo pecado
capital, la lujuria origina otros pecados:
- La fornicación: relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio cristiano.
- La masturbación, los actos homosexuales, la pornografía, mal terrible de nuestra época por su difusión masiva y casi compulsiva por el Internet.
- La pederastia, la violación, la prostitución.
Las personas homosexuales están
llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la
libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de
la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y
resueltamente a la perfección cristiana.
Catecismo de la Iglesia Católica No. 2359
¿Qué
cosas nos conducen a la lujuria?
Películas,
fotografías, imágenes, en fin, todo aquello que estimulen pensamientos y deseos
contrarios a la castidad y/o que nos lleven a pecar de lujuria. Al ponernos en ocasión de pecado, ya estamos
pecando.
Es
necesario entonces reconocer y obedecer el sentido que Dios ha dado a la
sexualidad, aunque el mundo nos venda otra cosa. El mundo nos vende la búsqueda
del placer sexual, porque con eso nos sentimos supuestamente libres, realizados
y felices. Y comenzamos a centrarnos en nosotros mismos, buscando el placer
sexual, olvidándonos de Dios, de cómo nos creó y para qué puso en el ser humano
la sexualidad. Seguir al mundo en cuanto a la lujuria definitivamente es desviarnos
del plan de Dios desde el momento de la creación del ser humano.
Vamos
a analizar este proceso: El corazón, que está hecho para amar, y la razón, que
es para razonar, son manejados por el deseo carnal, que es lo más inferior de
nuestra naturaleza. No es que sea malo
el deseo carnal (si fue puesto por Dios, no es malo: lo malo es el uso que le
demos). Un ejemplo puede servirnos para entender el mal uso que puede dársele a
algo que Dios nos ha dado. Dios nos dio
los dientes para morder, rasgar y masticar los alimentos. Pero si una persona
agresiva decide usarlo para maltratar a los demás mordiéndolos, está cambiando
la finalidad de una cosa buena para hacer algo malo que termina por desvirtuar
el fin para el que fue hecho.
La
Lujuria es un pecado contra el Sexto Mandamiento y es una ofensa contra la virtud
de la castidad. Recordemos que Dios ideó el sexo como algo hermoso y que tiene
dos fines:
Unir
a la pareja, por eso sólo se vale dentro del matrimonio.
El
acto sexual siempre debe estar “abierto a la vida” y no usar métodos
anticonceptivos que pongan en riesgo la vida de la pareja y de los bebes que se
puedan concebir.
Contra
la Lujuria – La Virtud de la CASTIDAD
La
castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por
ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La
sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y
biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la
relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado
del hombre y de la mujer. Catecismo de la Iglesia Católica
No. 2337
La
Castidad es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según
los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona adquiere dominio
de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que
el amor de Dios reina sobre todo. La castidad no es una negación de la
sexualidad. Por la castidad la persona
adquiere dominio de su sexualidad.
Dios
bendijo al hombre y a la mujer con atracción mutua. Mientras ambos viven bajo
el amor de Dios, sus corazones buscan el amor divino que es ordenado hacia
darse buscando ante todo el bien del otro. El placer entonces es algo bueno
pero muy inferior. En comunión con Dios se ama verdaderamente y se respeta a la
otra persona como hijo o hija de Dios y no se le tiene como objeto de placer.
En el orden de Dios se puede reconocer la necesidad de la castidad para que el
amor sea protegido. Es necesario entonces conocer y obedecer el sentido que Dios ha dado a
la sexualidad.
Pero
el pecado desordenó la atracción entre hombre y mujer de manera que el deseo
carnal tiende a separarse de propósito divino y a dominar la mente y el
corazón. La lujuria crece cuanto más nos buscamos a nosotros mismos y nos
olvidamos de Dios. De esta manera lo inferior (el deseo carnal) domina a lo
superior (el corazón que fue creado para amar). Cuando la lujuria no se rechaza
con diligencia, el sujeto cae presa de sus propios deseos que terminan por
dominarle y envilecerle.
La
lujuria se vence cuando guardamos la mente pura (lo cual requiere guardarse de
miradas, revistas, etc. que incitan a la lujuria) y dedicamos toda nuestra
energía a servir a Dios y al prójimo según nuestra vocación. Si nos tomamos en
serio nuestra vida en Cristo podremos comprender el gravísimo daño que la
lujuria ocasiona y, aunque seamos tentados estaremos dispuestos a luchar y
sufrir para liberarnos. Un ejemplo es San Francisco, quien al ser tentado con
lujuria se arrojó a unos espinos. Así logró vencer la tentación.
La
castidad es usar de ese hermoso regalo que Dios dio al hombre y que se llama
sexo, de acuerdo a las reglas de Dios: solo dentro del matrimonio y solo con tu
esposo/a, que sea un acto de entrega amorosa (hacer feliz al otro) y no un acto
de egoísmo (solo importa lo que yo sienta), que si quiero planear mi familia,
lo haga con métodos naturales.
La
castidad es también cuidar mis ojos, mis oídos y mi mente de todo aquello que
los medios de comunicación me venden como algo normal y que yo sé que es algo
que está mal, que ofende a Dios y que me hace daño. Cuando estés tentado a ver
este tipo de programas, revistas, libros, piensa: ¿Qué piensa Dios de mí en
este momento? Debemos
ser castos en pensamientos, deseos, palabras y acciones.
Todo
bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo”
(Gálatas 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a
una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.
Catecismo de la Iglesia Católica
No. 2348
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