domingo, 9 de marzo de 2014

¡Ánimo, yo he vencido al mundo! Meditaciones Dominicales

¡Ánimo, yo he vencido al mundo! (Mt 4,1-11)

1° Semana del Tiempo de Cuaresma - 9 de marzo de 2014

Hace cuatro días celebró la Iglesia el miércoles de ceniza, con el cual dio comienzo al período litúrgico de la Cuaresma que se prolonga durante cuarenta días hasta el Domingo de Resurrección. Al realizar el gesto de imponer las cenizas sobre nuestra cabeza el celebrante nos decía una de estas dos frases significativas: "Acuerdate que eres polvo y en polvo te convertirás", o "Conviertete y cree en el Evan-gelio". 

Ambas son expresivas del sentido de la Cuaresma, que es un tiempo que debe dedicarse a la oración, al ayuno y privación de los placeres de esta tierra para mantener el espíritu atento a la voluntad de Dios sobre nosotros, y a la práctica de la caridad con los más necesitados y los que sufren.

Este domingo celebramos el I Domingo de Cuaresma. Ya sabemos que en cada uno de los tres ciclos se lee el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. Mientras el Evangelio de Marcos es muy escueto y sólo transmite la noticia de que Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto y allí permaneció cuarenta días siendo tentado por Satanás, Mateo y Lucas, con pequeñas variantes, nos informan sobre el contenido de esas tentaciones y del modo cómo Jesús las rechazó.

En una cosa son coincidentes estos tres Evangelios: las tentaciones transcurrieron en el desierto donde Jesús permaneció cuarenta días. El Evangelio de hoy comienza recordando esta circunstancia: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre". Nos podemos preguntar: ¿Por qué en el desierto? ¿No puede ser tentado una persona, tal vez más fuertemente, en lugar poblado? ¿Y por qué precisamente cuarenta días?

Para los destinatarios del Evangelio, que se supone conocedores de la historia del pueblo de Israel tal como es referida en la Escritura santa, es clara la alusión al período de los cuarenta años que Israel peregrinó en el desierto después de salir de Egipto, antes de entrar en la tierra prometida. Ese paso por el desierto había sido anunciado cuando Dios mandó a Moisés a decir al Faraón: "Israel es mi hijo primogénito. Deja ir a mi hijo para que me dé culto" (Ex 4,22-23). Cuando pensamos en esa travesía de Israel por el desierto, recordamos también la serie de infidelidades del pueblo y las murmuraciones contra Moisés: "¿Acaso no había sepulturas en Egipto, para que nos hayas traído a morir en el desierto?... ¡Ojalá hubieramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentabamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros (Moisés y Aarón) nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea" (Ex 14,11; 16,3). Estos son algunos de los ejemplos de la serie de rebeliones del pueblo. Moisés les advertía: "Yahveh ha oído vuestras murmuraciones contra él; pues ¿qué somos nosotros? No van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra Yahveh" (Ex 16,8).

Siglos más tarde, comentando esos hechos, el profeta Oseas transmitía esta queja de Dios: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí" (Oseas 11,1-2). Ese hijo, que Dios reconoce como "su hijo primogénito", fue infiel a su Dios, tal como lo recordaba el Salmo de invitación al culto: "Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: Son un pueblo de corazón torcido" (Sal 95,10). Ahora, en cambio, respecto de Jesús, el Padre declara: "Este es mi Hijo amado, en quien ma complazco" (Mt 3,17). E inmediatamente después de estas palabras, sigue el viaje de Jesús al desierto y las tentaciones. Allí Jesús, igual que ese otro hijo que fue Israel, pasará un tiempo de prueba en el desierto; pero él se comportará como un Hijo fiel a su Padre, reparando así la infidelidad de su pueblo.

Jesús, por mantener su fidelidad a la misión encomendada por su Padre, soportará el hambre renunciando a los placeres de esta vida, rechazará la tentación de la fama y la notoriedad y despreciará "todos los reinos de este mundo y su gloria". En cada una de estas tres tentaciones, Jesús rechaza al demonio con una frase de la Escritura, tomada del libro del Deuteronomio, es decir, de los discursos de Moisés durante la permanencia de Israel en el desierto. 

Vale la pena memorizar cada una de esas frases y esgrimirlas como un arma poderosa contra las tentaciones de nuestro tiempo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Deut 8,3); "No tentarás al Señor tu Dios" (Deut 6,16); "Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto" (Deut 4,10). Así Jesús nos enseña con su propio ejemplo que la Escritura, siendo palabra que sale de la boca de Dios, nos permite mantener la vida eterna que él nos comunica y que el demonio con sus tentaciones quiere arruinar. El tiempo de Cuaresma nos invita a reproducir en nosotros el espíritu filial de Jesús, de manera que Dios, complacido, pueda decir respecto de nosotros: "Este es mi hijo amado".


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