Con esperanza y gozo seguimos avanzando en el Año Santo de la Misericordia, y adicionalmente como buenos atletas de Dios nos ejercitamos especialmente en cuaresma, tiempo intenso de oración, penitencia, conversión, pero sobre todo caridad.
Ser atleta de Cristo, como dijo San
Pablo, implica llevar un dinámico plan de vida con oración, penitencia, solidaridad, acción de gracias y una
continua participación sacramental, de tal manera que durante la jornada cuaresmal hay un grado extra de
compromiso y debe ser “vivida con mayor
intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de
Dios” (MisericordiaeVultus, 17).
Así como todo atleta o deportista cumple una
rigurosa jornada de ejercicios para estar siempre en óptimas condiciones en sus
respectivas competencias, así también todo cristiano católico debe ejercitar su
fe y compromiso evangélico y específicamente el Papa Francisco en este año
santo nos invita a transitar el camino cuaresmal trabajando con las Obras de
Misericordia.
Dado
que la Cuaresma “es un tiempo favorable para salir por fin de nuestra
alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de
misericordia, y porque es un modo de “despertar nuestra conciencia, muchas
veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el
corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina”
Según el Catecismo de la Iglesia Católica;
las obras de la misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (Is 58,
6-7; Hb 13, 3) Instruir, aconsejar, consolar, confortar; son obras espirituales
de misericordia, como también lo son perdonar
y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten
especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene,
vestir al desnudo, visitar al enfermo y a los presos, enterrar a los muertos (
Mt 25, 31-46) (2247).
La misericordia nos llama a salir al
encuentro del hermano necesitado, procurando su bienestar, aliviando sus
pesares y necesidades recordando las palabras de Jesús. “Tuve hambre y me
dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; forastero y me recibieron en su
casa; sin ropas y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y fueron a
verme” (Mt 25, 35-36)
Tenemos que practicar el amor conforme al
mensaje cristiano y las obras de
misericordia forman parte de la terapia idónea para ejercitar nuestra fe, no
solamente durante el tiempo cuaresmal, sino como opción de vida diaria, porque
siempre en el entorno familiar, laboral o social, hay o habrá una hermana o
hermano, necesitado de ayuda espiritual
o material.
La práctica de la caridad a través de las
obras de misericordia, también se
fundamenta en el mandamiento de “Amar a DIOS sobre todas las cosas y al prójimo
como a sí mismo” (Mt 22, 37-39). Este
amor se debe manifestar no solo en sentimientos y en palabras, sino en hechos
concretos y en la capacidad de dar. Como lo indica Sor Faustina en su diario:
“Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo; la primera-la acción, la segunda- la palabra y la
tercera-la oración. En estas tras formas está contenida la plenitud de la
misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia mí”. (742)
Recordemos también que el mensaje del Papa
Francisco para la Cuaresma de este año se titula “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt
9,13), donde nos indica que “Es siempre un milagro, que la misericordia divina
se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo
y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de
misericordia corporales y espirituales”.
Así como el atleta
entrena rigurosamente, se abstiene de cosas y se somete a la disciplina, el cristiano también debe ser disciplinado y
acatar las normas establecidas con el
fin de alcanzar la meta celestial, viendo en cada hermano a Cristo mismo y como
San Pablo nos invita a correr por
Cristo. ” ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el
premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen” (1Cor 9, 24-5). Sigamos corriendo para alcanzar la meta o la “corona incorruptible”, entre otras cosas, con amor solidario y obras
de misericordia.
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