jueves, 3 de marzo de 2016

El Milagro de la Oración





Cada día es una bendición de Dios, pero también es un reto lleno de expectativas y oportunidades en las cuales cada ser humano debe estar preparado física y sobre todo espiritualmente, para la dinámica social, cada vez más intensa y exigente.

   La mejor expresión de fe recomendada entonces para estar preparados para la batalla diaria sin dudas es ORAR, según el Santo Padre Pío, “la oración; es lo único que nos puede mantener firmes en medio de las luchas”.

La oración ha de ser sencilla, insistente y confiada en Dios, por lo general  oramos solos o en comunidad, para agradecer, alabar, pedir protección, sanación adorando o intercediendo por otros,como  un dialogo confiado y sincero entre  amigos.

  En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos que  “La oración es un don de Dios, un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte”, la cual brota generalmente  por acción del Espíritu Santo y  además “se ora como se vive,porque se vive como se ora”.(#2725)

La  oración es la mejor oportunidad para compartir con Dios, como un clamor espontaneo que nace del corazón del hombre que invoca a su Creador, desde el concepto de sus ideas y sentimientos,  por  eso la oración es una de las asignaturas más importantes en  el tiempo cuaresmal. “La primera tarea en la vida es esta: la oración, pero no la oración de palabras, sino la oración de corazón; mirar al Señor, escuchar al señor; pedir al Señor”. (Papa Francisco) 

   Con la urgencia de la vida actual, muchos hombres y mujeres oran a Dios para alcanzar un “milagro”, pero seguramente para una  gran  mayoría; poder orar es el verdadero “milagro”, por la apretada agenda diaria, donde es casi imposible invertir algunos minutos en este don de Dios.  

“La oración ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque él hace nuevas las cosas, él sabe arreglar las cosas, ponerlas en el sitio. Rezar es esto, abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo”. (Papa Francisco).



    A lo largo de la historia de la salvación narrada en el Antiguo y Nuevo Testamento abundan los ejemplos de grandes orantes y específicamente los evangelios presentan a Jesús como el orante por excelencia, que enseña a sus discípulos a mantenerse en constante oración, con perseverancia y humildad, orando en lo oculto con confianza al Padre. 

El clamor del discípulo que dijo a Jesús; “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11, 1-4), se  mantiene más vigente hoy en día, porque somos hijos de Dios necesitados de su misericordia, y por muchos avances tecnológicos y responsabilidades sociales que tengamos, nuestra prioridad espiritual debe ser orar, para permanecer en su presencia, acudiendo a Él desde la realidad de cada día.

Pero también tomemos en cuenta  que, Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan  y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que toca, se le abre…Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuanta mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan”.  (Mateo 7, 7-12)

La enseñanza es clara para orar hoy, mañana y siempre; invoquemos a Papa Dios, con confianza, fe, sinceridad, sencillez, insistencia y sobre todo  con agradecimiento y solidaridad por nuestros semejantes. Recordando también que,   “La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres. (#2738)

   Para ejercitarnos como devotos orantes, Santa Teresa del Niño Jesús recomienda: “la oración es un impulso del corazón una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba, como desde dentro de la alegría”.
De tal manera que este tiempo no debe ser una cuaresma más, en la que llegamos a la Pascua sin obras de conversión, por eso aprovechemos la invitación de la Iglesia Católica en este año Jubilar de la Misericordia Divina, para una nueva siembra de fe, con  semillas de oración personal y comunitaria, en pro de una gran cosecha de frutos terrenales con trascendencia en la  eternidad. 

“Te invoco, Dios mío, porque tú me respondes; inclina tu oído y escucha mis palabras. Cuídame Señor, como a la niña de tus ojos, y cúbreme bajo la sombra de tus alas”. Salmo 16, 6-8 

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina.









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