Recientemente en una misa
dominical el sacerdote planteó como ejercicio espiritual reflexionar que al
fallecer como nos recordarían nuestros familiares y amigos, ¿cómo trascenderían nuestras obras personales
con el pasar del tiempo? Reflexionando sobre esta interrogante recordé las
palabras del Apóstol Pedro cuando resume la vida de Cristo afirmando; “como Dios consagró a Jesús de Nazaret con el
Espíritu Santo comunicándole su poder. Este
paso haciendo el bien y sanando a cuantos estaban dominados por el diablo,
porque Dios estaba con él”. (Hechos 10,
37-38).
En otras ocasiones según nos
relatan los evangelistas antes y después de la resurrección, Pedro confiesa su
fe reconociendo a Jesús como “El Santo de Dios, el Maestro, el Mesías o el
Cristo, Hijo del Dios vivo”, pero luego de la Ascensión de Jesús y de la unción
en Pentecostés, en
una de sus primeras proclamaciones Pedro le otorga a Jesús el título más
importante describiéndolo como la persona que siempre hizo el bien.
Así de esta manera cumpliendo con el
ejercicio espiritual encomendado, seguramente al igual que muchas mujeres y
hombres coincidimos en querer ser recordados como Hijos de Dios, Hacedores
del bien, imitadores de Cristocon el legado de las buenas obras hechas
por amor al prójimo y en cumplimiento del evangelio.
Debemos sembrar los valores del Evangelio a
través de un testimonio solidario, humilde y sincero hacia el hermano más
necesitado como dice el Papa Francisco; “Las
buenas acciones vienen del corazón el cual está conectado con el Espíritu Santo
y es donde Dios derrama su sabiduría”.(Discurso 03-03-2016)
Hacer el bien es una opción
en la vida de cualquier persona, pero para quien transita la senda de la fe cristiana católica,
debe ser un compromiso, un apostolado de vida sobre todo en este Año Jubilar de
la Misericordia, donde estamos llamados
a intensificar el testimonio de caridad, de solidaridad, atendiendo las necesidades
corporales y espirituales del prójimo, principalmente a través de las obras de
misericordia.
La misericordia nos llama a
salir al encuentro del hermano necesitado,
procurando su bienestar, aliviando sus pesares y necesidades recordando
las palabras de Jesús. “Tuve hambre y me
dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; forastero y me recibieron en su
casa; sin ropas y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y fueron a
verme” (Mt 25, 35-36)
El Papa Francisco nos motiva
a seguir haciendo el bien y nos dice:“La
predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos
darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Son 14 las obras de
misericordia: siete corporales y siete espirituales. Redescubramos las
corporales “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al
desnudo, acoger al forastero o al inmigrante, asistir a los enfermos, visitar a
los presos, enterrar a los muertos”. Y no olvidemos las obras espirituales “dar
consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra,
consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas
molestas, asistir a los ancianos y a los enfermos especiales, rogar a Dios por
los vivos y los difuntos”. (Misericordiae Vultus).
“Los Apóstoles buenos”
Hace pocos días como Iglesia
compartimos la Solemnidadde San Pedro y San Pablo, quienes se caracterizaron por
su autoridad y fuerza en la predicación, luego que cada uno experimentara de
forma separada una profunda conversión fruto del encuentro muy personal con
Jesús, solo así fue posible que Pedro el humilde pescador del Lago de Galilea,
testigo de la Transfiguración, de la resurrección y del perdón de Cristo, pasara
a ser Príncipe de los Apóstoles y el primer Papa de la Iglesia católica.
Y Pablo de soldado romano perseguidor
de los primeros cristianos,de camino a Damasco fue cegado por la luz de Cristo
resucitado, tumbándolo “del caballo de la soberbia”, para convertirse en un
gran predicador, tal y como se evidencia en todas sus cartas a las
comunidades cristianas.
“El legado glorioso de estos dos apóstoles
es de fuente de orgullo espiritual en Roma y al mismo tiempo es una llamada a
vivir las virtudes cristianas, especialmente la fe y la caridad, que la Iglesia
está llamada a servir con horizonte universal.”
(Papa Francisco; Ángelus 01-07-2015)
Ambos asumieron la
responsabilidad de defender y enraizar en la humanidad el mensaje de salvación,
a vivir el mandamiento del amor (Mc 12,31)y a esforzarnos sin cansarnos de
hacer el bien.
En la Primera Carta de
Pedro, hay una clara exhortación:
“Aléjense del mal y hagan el bien, busquen la paz y corran tras ella”. (1Pe 3,
10). Pedro nos invita a actuar de acuerdo a lo que somos, a lo que sabemos
y a lo que está de acuerdo con nuestra
investidura como hijos de Dios, de optar
y trabajar siempre por el bien común.
Así como lo hizo el llamado “Príncipe de los
Apósteles” con el “hombre lisiado” que se encontró en el templo de Jerusalén,
quien al pedirle una limosna Pedro le contestó; “No tengo ni oro, ni plata, pero voy a darte lo que tengo. En el nombre
de Jesucristo nazareno, levántate y camina” (Hechos 3, 1-10)
Por su parte Pablo en varias de sus cartas
afirma que sólo transformados por el amor de Cristo y por el amor al prójimo
podemos ser realmente justos y buenos ante los ojos de Dios Padre.Pero también plantea
la diatriba humana de querer ser buenos y quedarnos sólo en intenciones, porque
muchas veces deseamos ejercer el bien
pero faltamos en hacerlo, aunque aborrecemos el mal. Porque alejados de Dios corremos el riesgo de
confundir el bien con el mal, y así necesitamos la gracia divina para hacer el
bien y perseverar como lo dice San Pablo; “Puedo
querer el bien, pero no realizarlo. De hecho no hago el bien que quiero, sino
el mal que no quiero”. (Rom 7, 18-19)
Ante el aparente avance del
mal sobre la humanidad asumamos el reto de ser
valientes Hacedores del Bien, redescubriendo el legado del amor de Jesús
de Nazaret, quien pasó por este mundo como hombre y como Dios, sólo haciendo el
bien, a través de sus enseñanzas, milagros, curaciones y como culmen de su
bondad, resucitando glorioso luego de
vencer la muerte en la cruz.
Dios sabe de nuestra
debilidad, que a veces hacemos cosas malas o dejamos hacer cosas buenas, por
temor, por ignorancia, por pereza o por
desinterés, pero aun así él no se cansa de esperar, de darnos una nueva
oportunidad para ayudarnos y encaminarnos en la senda de verdad y vida. Especialmente
con la intersección y ejemplo de los santos apóstoles Pedro y Pablo, de ahora
en adelante sembremos siempre el bien y el amor solidario, para que así nuestro
testimonio trascienda de la vida
terrenal hasta cosechar los frutos eternos...
“Hagamos el bien sin desanimarnos, que a su debido
tiempo cosecharemos, si somos constantes. Por consiguiente mientras tengamos
oportunidad hagamos el bien a todos y especialmente a nuestros hermanos en la fe”. (Gálatas 6, 9-10)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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