Contemplar
para actuar, es la clara invitación que nos presenta la
liturgia dominical en la apertura de la segunda semana de Cuaresma, con la
narración del Evangelio según San Mateo (Mt 17, 1-9), sobre la Transfiguración
del Señor, junto a Elías y Moisés y con tres apóstoles de testigos.
Al hablar de Transfiguración entendemos que
se trata de una transformación, cambio, alteración, metamorfosis o modificación,
a través del cual se revela la verdadera la esencia o naturaleza de una cosa o
persona y en el relato evangélico entendemos que .Jesucristo orando y en
compañía de Pedro, Santiago y Juan, se
transfigura para revelar parte de su divinidad; “En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan el hermano
de éste, y los hizo subir a solas con El a un monte elevado. Ahí se transfiguró
en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras
se volvieron blancas como la nieve”. (Mt 17, 1-2)
En palabras de Santo Tomás de Aquino en la
Transfiguración, «apareció toda la
Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube
luminosa». En todo este contexto podemos añadir que los tres apóstoles
testigos del misterio de luz y divinidad, representan la Iglesia y a cada uno
de nosotros, pues ellos además de contemplar a Jesús en su gloria, también
recibieron de labios del mismo Padre la consigna:
“Este es mi Hijo muy amado… Escúchenlo”. (Mt 17,5).
Jesús muestra su gloria y con ella el amor ilimitado
que tiene Dios para toda criatura y con toda su obra creadora y nos interpela sobre
el compromiso que todo cristiano ha de tener en medio de una sociedad cada vez
más fraccionada y si realmente somos capaces de asumir y transmitir el mensaje de
la cruz y de la victoria pascual, con una vida transfigurada por el Espíritu
Santo.
“La
Transfiguración es una revelación de la persona de Jesús, de su realidad
profunda. De hecho, los testigos oculares de ese acontecimiento, es decir, los
tres Apóstoles, quedaron cubiertos por una nube, también ella luminosa —que en
la Biblia anuncia siempre la presencia de Dios— y oyeron una voz que decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5). Con
este acontecimiento los discípulos se preparan para el misterio pascual de
Jesús: para superar la terrible prueba de la pasión y también para comprender
bien el hecho luminoso de la resurrección”. (Benedicto XVI; Homilía, 20-03-2011)
Asumamos el legado de contemplar para
actuar, de Pedro, Santiago y Juan, quienes transmitieron a los demás su
experiencia de la Gloria de Dios evangelizando y luego de contemplar
la divinidad del Señor se prepararon para afrontar el escándalo de la cruz.
Porque
no basta con construir tres tiendas y quedarnos extasiados ante la luminosidad
de la realidad de Dios como pensó Pedro; “Entonces
Pedro le dijo a Jesús: “Señor ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres
haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”, (Mt
17, 4)
Nos corresponde fecundar el mensaje de
salvación y trabajar arduamente buscando
la salvación de todos. Así como lo plantea San Pablo a Timoteo: “Comparte conmigo los sufrimientos por la
predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Pues Dios es quien
nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo
merecieran nuestras buenas obras, sino porque así lo dispuso Él gratuitamente”. (2Tm 1-3)
Es
decir, que le entreguemos a Dios todo lo
que somos y lo que tenemos, pues todo procede de él y que vale la pena asumir el
reto evangelizador con fe, amor y valentía compartiendo lo contemplado, como se
canta en un antiguo himno litúrgico: “En
el monte te transfiguraste y tus discípulos, en la medida de su capacidad,
contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu
pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente el
esplendor del Padre”
En el Tabor también comprendemos que el
camino de la cruz y de la gloria son inseparables y que no estamos solos, que
Jesús nos guía y acompaña en nuestro peregrinar. En las dificultades y pruebas
de fe, así como le dijo a Pedro, a Santiago y a Juan aun temerosos y
confundidos luego de la Transfiguración nos reafirma su fidelidad;
“Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. (Mt 17, 7)
Además previo a su Transfiguración Jesús
anunció su Pasión y Muerte, explicando que
no podemos llegar a la gloria de la Resurrección, sin pasar por el
sufrimiento y el dolor; “El que quiera
seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera asegurar su propia vida la
perderá, pero el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt. 16, 24-25).
Prosigamos el camino cuaresmal reflexionando
sobre la invitación que el Padre dirige
a los discípulos en La Transfiguración;
“Una nube luminosa los cubrió y de
ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo
puestas mis complacencias; escúchenlo”. (Mt 17, 5)
Que estas palabras resuenen de nuevo hoy
para nosotros y para toda la Iglesia y como Pedro, Santiago y Juan,
sorprendidos pero también comprometidos por
la gracia del Espíritu Santo, vivamos el tiempo cuaresmal como un tiempo de
Transfiguración, de cambio, renovación de transformación, para que así
renovados espiritualmente, sin dejar de contemplar el Cristo transfigurado en
los rostros de los hermanos que sufren física y espiritualmente, lleguemos a la gran fiesta de Pascua
iluminados en Cristo, porque la resurrección y la gloria del Cielo, es la meta
de todo cristiano.
Oh
Dios, que en la Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la
fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra
perfecta adopción como hijos tuyos; concédenos, te rogamos que, escuchando
siempre la palabra de tu Hijo, el predilecto, seamos un día coherederos de su
gloria.
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
No hay comentarios:
Publicar un comentario