Comúnmente en el mes de enero muchas personas
planifican metas y propósitos, en el plano personal, familiar, estudiantil o
laboral, en función de sus prioridades espirituales o materiales y de cara al
año que comienza.
En el caso específico de quienes optan por
profundizar su fe católica, una buena alternativa es meditar sobre las raíces
espirituales de los santos, por ser intercesores ante Jesucristo y modelos de
vida a imitar.
La veneración de los santos no se trata de una
costumbre pasada de moda, por eso la
Iglesia nos propone sus ejemplos de vida, porque ellos entre tantas cosas, nos
ayudan a comprender el Evangelio y a testimoniarlo.
Como dice el Catecismo de la Iglesia
Católica:
“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores”. (Catecismo: #828)
Es
una gran riqueza conocer a nuestros hermanos que han vivido heroicamente la fe
y ahora nos preceden en el camino hacia la patria celestial.
Por ejemplo en el santoral del mes de enero,
encontramos dos vidas ejemplares que son dignas de reflexionar y tomar muy en
cuenta hoy en día, como modelos e intercesores.
San Francisco de Sales (24 de enero) y San
Juan Bosco (31 de enero), ambos sacerdotes en épocas
muy diferentes, pero unidos en su pasión evangelizadora, por la salvación de
las almas.
San Francisco de Sales fue un obispo que vivió
al sur de Francia, aproximadamente 200 años antes que Don Bosco naciera. Tiene
el título de Doctor de la Iglesia, es titular y patrono de la Familia Salesiana
(fundada por Don Bosco y también es patrono de escritores y periodistas, porque
la devoción y la defensa de la fe que caracterizaron a este santo, son puestas
como modelo para estos profesionales, cuyo norte debe ser siempre la difusión
de la verdad y la edificación de la humanidad.
Así como lo describe el Papa Emérito:
Benedicto XVI:
“San Francisco de Sales es un testigo ejemplar del humanismo cristiano. Con su estilo familiar, con parábolas que tienen a menudo el batir de alas de la poesía, recuerda que el hombre lleva inscrita en lo más profundo de su ser la nostalgia de Dios y que sólo en él encuentra la verdadera alegría y su realización más plena”. (Benedicto XVI, Audiencia General: 02-03-2011).
Como
obispo de Ginebra desempeñó su misión de pastor con gran generosidad y
devoción, además del trabajo administrativo de la diócesis, dedicaba mucho
tiempo a predicar y confesar incansablemente. Su generosidad y caridad,
su humildad y compasión eran inagotables, pero también sabía utilizar la
firmeza de su carácter cuando la bondad no bastaba.
Es decir, principalmente como apóstol comprometido en
hacer realidad los ideales del concilio de Trento y propulsor del diálogo con
los protestantes supo vivir como hombre de su tiempo al servicio de la Iglesia
y de los más necesitados, probablemente porque desde se infancia fue un gran
seguidor de San Francisco de Asís.
Siempre consecuente con sus ideas, San
Francisco de Sales también fue un escritor y predicador que se distinguió por
decir la verdad con elegancia y sin herir a nadie. Pues sólo buscaba la
transmisión de la esencia del evangelio y el secreto de su vida, que se refleja
en su obra más importante: el Tratado del amor de Dios.
Como enseñanza para nuestra impaciencia y
mal humor, San Francisco de Sales se caracterizó también por ser mal genio y
luchó durante 19 años para cambiar su carácter impulsivo. Gracias a la ayuda de
Dios, como él mismo lo mencionaba, se convirtió en un hombre bondadoso y
amable, por eso solía afirmar:
"No nos enojemos en el camino unos contra otros; caminemos con nuestros hermanos y compañeros con dulzura, paz y amor; y te lo digo con toda claridad y sin excepción alguna: no te enojes jamás, si es posible; por ningún pretexto des en tu corazón entrada al enojo". (Introducción a la vida devota. III Parte; Cap. VIII)

La caridad
pastoral y la bondad de Don Bosco influyeron
en el estilo que transmitió a sus muchachos en los mismos orígenes de la
fundación de la Congregación Salesiana, actualmente extendida y aún muy activa
en los cinco continentes.
El apelativo salesiano hace, por tanto referencia
al obispo de Ginebra, pero no sólo a su persona, sino también a su espíritu y
mensaje evangelizador. Como lo indica el artículo 17 de las Constituciones
Salesianas el cual establece, casi a imitación del santo, que el salesiano: “Cree
en los dones personales y sobrenaturales del hombre, sin ignorar su debilidad.
Acepta los valores del mundo y no se lamenta de su tiempo: toma aquello que es
bueno, especialmente todo aquello en beneficio de la juventud”.
La vida y obra de Don Bosco nos enseña el
camino a la santidad, por su gran amor a la Iglesia. Su
amor filial a la Virgen, a su “María Auxiliadora”. Su devoción
a la Eucaristía. Era un profundo hombre de oración, así sacaba
las fuerzas para ejercer su ministerio y también valoraba la confesión o reconciliación,
incluso hasta el final de su vida, fue un gran e incansable confesor de los
jóvenes, sacramento que complementaba con el don de consejo, pues un consejo de
Don Bosco cambiaba a las personas.
Tomando en cuenta la situación de los
adolescentes y jóvenes en gran parte del mundo, pidamos al Señor que nos guíe,
como lo hizo con San Juan Bosco., quien fue un verdadero “padre y maestro de los jóvenes”. Aprendamos de su ejemplo para
seguir su camino de amor paciente y apasionado, sembrando los valores del
evangelio para salvar a la humanidad y especialmente a la juventud, «la
porción más delicada y valiosa de la sociedad humana», como diría el
santo educador.
Oreemos y perseveremos para dejar que el Señor
llene nuestra vida de fe, esperanza y caridad. Que lleguemos a ser,
como él decía, buenos cristianos y honestos ciudadanos.
Apoyemos también nuestro apostolado sobre las
raíces espirituales de la bondad, amor, humildad y perseverancia que demostró
San Francisco de Sales, recordando que nuestra vocación principal, es la
vocación a ser santos y ante las adversidades de la vida diaria, podemos apoyar
nuestra oración con estas palabras del Obispo de Ginebra y patrono de la Familia
Salesiana.
“En el culmen de la prueba, fue a la iglesia de los dominicos en París y, abriendo su corazón, rezó de esta manera: «Cualquier cosa que suceda, Señor, tú que tienes todo en tu mano, y cuyos caminos son justicia y verdad; cualquier cosa que tu hayas decidido para mí...; tú que eres siempre juez justo y Padre misericordioso, yo te amaré, Señor (...), te amaré aquí, oh Dios mío, y esperaré siempre en tu misericordia, y repetiré siempre tu alabanza... ¡Oh Señor Jesús, tú serás siempre mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivos!”. (I Proc. Canon., vol. I, art. 4).
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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