martes, 24 de abril de 2018

Pascua, encuentro y testimonio.



    En el pasaje del Evangelio de San lucas (24, 35-48) en el que el Señor se hace reconocer por sus discípulos,  encontramos una expresa invitación a testimoniar la  Resurrección como núcleo de la fe.


     San Pablo nos dirá en otro momento en la Primera Carta a los Corintios (15, 1-8): "Les recuerdo el Evangelio que yo les he anunciado y que es el mismo que yo he recibido: que Cristo murió por los pecados y ha resucitado"; y al anunciarlo insiste en advertir que "se le apareció primero a Pedro, luego a los doce y después a más de 500 hermanos a la vez", y por último "se me apareció a mi", afirma el apóstol. 

      Es decir, el testimonio de haber visto al Señor resucitado es el nucleo de la predicación apostólica que nutre la fe de la Iglesia desde sus cimientos históricos hasta nuestros días. 


      En otras palabras, del Señor se da testimonio por la fe y por la vida y, además, con las obras porque las acciones concretas son las credenciales que dan autenticidad y credibilidad al testimonio. 


     Un testimonio sin obras no es creible, es hueco y sin sentido, es el esfuerzo moralista de una fe muerta, en palabras del apóstol Santiago.


     Dar testimonio de Cristo es anunciar su resurreccion porque se vive resucitado con él, no es el reporte de un cronista que cuenta una historieta referencial al estilo Flavio Josefo, sino que es el testimonio vivencial de quien por la fe ha tocado las llagas de las manos de Cristo y ha metido su mano en la herida de su costado, porque se ha encontrado con él  en la experiencia de sufrimiento del prójimo, porque en cada prójimo está el Señor proyectando a través de toda la historia su sacrificio redentor.


     Para testimoniar a Cristo hay que hacerlo amando al otro, porque  el "otro" es Cristo.


     Padre Alberto Gutiérrez, Párroco de la Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo. 
Maracaibo Venezuela.


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