Según el Catecismo de la Iglesia Católica:
Se trata de una verdad descrita en el
Antiguo Testamento, confirmada por Jesús y poco asimilada por nosotros hoy en
día.
Sobre todo cuando naufragamos en la
cotidianidad de los problemas y de las pruebas de cada día, restando
importancia a esta bendición de fe.
San Juan afirma; “Vean que amor singular nos ha
dado el Padre; que no solamente nos llamamos Hijos de Dios, sino que lo somos”.
(1Jn, 3, 1)
Sólo quien tiene una relación perseverante de
fe y confianza con Dios vive plenamente el
privilegio de ser su Hijo, porque no solo se trata de saberlo sino de
sentirlo día a día a través de la oración, frecuentando los sacramentos y
asumiendo el ejemplo del hermano mayor Jesús.
En Jesús recibimos el amor del Padre, porque
Dios como creador nos da la vida y es Padre porque da su propia vida, y al
reconocer a Dios como Padre, nos reconocernos criaturas de su infinito amor y
por naturaleza divina “el Buen Padre” ama tanto al hijo santo como al pecador.
“Nadie es Padre como lo es Dios. Sólo Dios Padre realiza su “designio amoroso” de creación, de redención y de santificación”. (Catecismo; 235).
Como “Hijos amados de Dios”, vamos a dar lo
que somos, testimoniando el mensaje de salvación, de amor y misericordia
divina. También desde una experiencia personal de encuentro con Cristo, por su
obra redentora y en el ejercicio concreto del amor, el respeto y la solidaridad
con nuestros semejantes.
Las tareas que podemos desempeñar como Hijos
amados de Dios, son simples y abarcan
todos los campos: familia, amigos, trabajo, estudios, vecindario. Tomando en
cuenta los valores evangélicos, podemos luchar contra el mal en los sectores
donde nos sea posible, visitar a los que viven en soledad, acompañar a los
enfermos, evangelizando cuando servimos y atendiendo al
próximo necesitado, en lo material como en lo espiritual.
Como afirma el Papa Emérito Benedicto XVI, "El
Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino
una comunicación que comporta hechos y cambia la vida". (Benedicto XVI, Spe
Salvi, n. 2)
Asumamos, disfrutemos y compartamos la
bendición de ser “Hijos amados de Dios” y
como “No se puede amar lo que no se conoce”, debemos orar, leer y meditar el
Evangelio. Porque si conocemos mejor a Jesús, podemos amarlo mejor; si conocemos
la Sagrada Escritura, podemos proclamarla con insistencia; si conocemos a
nuestro prójimo, podemos darnos a nosotros mismos y compartir lo que somos.
Como dice el Papa Francisco; “En
cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré jamás de ser hijo
de Dios, ser un hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso incluso en las
situaciones más feas de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me
espera”. (Audiencia 11-05-16)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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