lunes, 18 de junio de 2018

La Justicia Superior.


        “Jesús  dijo a  sus discípulos:  Les  aseguro  que si la  justicia  de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”. (Mt 5,20) 

        Esta advertencia del  Señor, en  el marco del discurso que se conoce como el Sermón de la  Montaña o del monte,  esta engarzada  en la  reinterpretación que Jesús  hace de la  revelación  conocida  hasta  entonces  y  que  redimensiona  el concepto de la fe, centrada ya no en la doctrina de la retribución sino en el don de la misericordia como motor y causa eficiente de la salvación otorgada por Dios. 


       A partir de aquí,  la ley del talión,  el ojo por ojo,  queda  denunciado  como ejercicio de venganza y de crueldad, para dar paso a la reconciliación fundamentada en el perdón. 

       Esta es una auténtica novedad no sólo para los tiempos históricos de Jesús, sino que aún hoy continúa maravillando y sorprendiendo el corazón humano, dado a la retaliación y a la búsqueda de la satisfacción de la justicia por vía de la venganza, lo cual no ha de ser tomado a la ligera, porque como lo refiere el Papa Francisco “la misericordia no se opone a la justicia, sino que la realiza”, como lo había propuesto magistralmente Santo Tomás de Aquino al afirmar que “la justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es el caos”. 

       La justicia de Dios que, según nos enseña el apóstol Santiago, es misericordia y perdón no puede realizarse desde las apreciaciones y categorías del corazón vengativo y animoso (St 1,20), sino desde un profundo sentimiento de abandono en la providencia de Dios, como producto de la fe. Comprender el perdón, más allá de la lógica humana, es un reto que nos plantea el ser cristianos para poder vivir la dimensión de la redención concedida por Cristo mediante la ignominia del sacrificio de la cruz. 

       El Señor no ha muerto por aquellos que son inocentes, que son buenos, sino por los culpables, “no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores” (Lc 5,32), a las ovejas descarriadas para volverlas al redil.

       Esto es una inconsistencia tremenda frente al justicialismo que se caracteriza por poner trabas a la amnistía y al perdón, especialmente en sociedades impactadas por eventos bélicos, crímenes y grandes sucesos que a la luz de la razón humana aparecen como imperdonables.  Abusos y asesinatos masivos por ideologías, persecuciones y encarcelamientos, violaciones de todo tipo a los derechos humanos y miserias inconfesables son perdonadas en la cruz de Cristo, misterio inaceptable al corazón animoso y vengativo, pero no a quien se abandona en Dios, pero que sin embargo no anula la aplicación de una pena equitativa al peso del crimen cometido. 

      Aceptar, perdonar, olvidar las injurias, e incluso orar y desear bien a quien nos persigue es la dimensión superior de la justicia a la que no se puede llegar por simple moralismo y esfuerzo humano pendenciero, sino mediante un don del Espíritu que transforma el corazón y lo catapulta a la eternidad, hacia lo superior, hacia Dios. 


      El perdón de las injurias, de las peores ofensas es la justicia superior, es lo que nos asemeja a Dios y nos hace imagen suya, porque él “hace salir su sol sobre justos e injustos y envía la lluvia sobre buenos y malos”. (Mt 5,45) 


      Que tremenda exigencia a la razón y al gusto acomodaticio del corazón débil es este mandato del Evangelio.

Padre Alberto Gutiérrez,
Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo, de El Bajo.

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