La libertad es quizá el elemento más noble constitutivo de
la conciencia porque ella hace posible el acto de trascender. Trascender es
vivir en el amor.
Para amar es necesario ser libre, no es posible amar a la
fuerza. También para rechazar el amor (pecar) es necesario tener la posibilidad
de hacerlo y, aunque la libertad nos ha sido dada para amar, su mal uso nos
lleva al desamor, al pecado. Sólo siendo libre se puede incurrir en pecado,
aunque el pecado es una aniquilación de la libertad. Paradoja.
Tan grave es la significación de la libertad que Dios la
respeta infinitamente, como una demostración inequívoca de su fidelidad al
proyecto de amor que ha creado en nosotros.
El
ejercicio de la libertad implica una tremenda responsabilidad frente al pecado
en una lucha dialéctica en la que constantemente la fidelidad a la gracia ha de
enfrentarse a la certeza de nuestra debilidad frente al pecado, de modo que
superando el pecado y, siendo por naturaleza pecadores, nos encontramos que
seguimos siendo débiles y seguimos teniendo la tentación de pecar, aunque nos
sabemos “libres del pecado y de la muerte”.
Yo
mismo “tengo una espina”, dice San Pablo en 2Co. 12, 7-8, para señalar su
debilidad frente al pecado; y refiere el Apóstol que tres veces habría pedido
al Señor que lo liberara de ella. La respuesta de Cristo a Pablo: “Te basta mi
gracia”.
No es conveniente interpretar con ligereza a San Pablo y
predicar o promover la vida en santidad sólo por la gracia, sin el concurso de
la voluntad para combatir el pecado. San Agustín nos dice al respecto: “Dios que te creo sin ti, no te salvará
sin ti”. También el Papa Francisco recientemente nos ha dicho, refiriéndose
a esta realidad: “somos pecadores, pero
no somos corruptos”, significando la batalla que hemos de dar frente al
pecado con el concurso de nuestra libertad.
El
puro ejercicio de la voluntad es un error al que se le conoce como moralismo,
la cual es la herejía más difundida y tolerada en la Iglesia, incluso en
nuestros días; y la sola espera en la acción de la gracia sin el accionar de la
voluntad es lo que se conoce como angelismo, actitud que pretende esperar en la
gracia de Dios, mientras que por el abuso de la libertad se corre el riesgo de
caer en la perversidad frente al pecado. Tal desequilibrio es la madre de toda
clase de anti-testimonios entre los cristianos, que hasta al propio Mahatma Ghandi
escandalizó, al juzgar a los cristianos lapidariamente como “piedras en medio
de un río”, húmedas por fuera y totalmente secas por dentro.
“Te
basta mi gracia” ha de interpretarse como la herramienta para la libertad, “gratia supone natura” nos dirá Santo Tomás
de Aquino.
La
gracia viene a fortalecer la voluntad humana a fin de que la libertad accione
hacia lo que es recto y se aleje del pecado, pero de ningún modo la gracia anula
la voluntad. La libertad y la gracia se engranan en un mecanismo dialéctico en
el que se complementan con precisión eterna.
Si Dios
no respetara la libertad humana, seguramente no la habría creado. Es tan
importante para Dios la libertad, que cuando la perdimos por el pecado, envió a
su propio hijo, a su Único Hijo para que restableciera la naturaleza humana.
Por ello San Pablo nos dice “Para ser libres los liberó Cristo. No se dejen
esclavizar por nadie”.
Es
cierto que la salvación es gratuita, nada podemos hacer para ganarla, puesto
que de gratis nos ha sido otorgada en el árbol de la cruz, pero tal gratuidad
en ninguna forma supone la necedad y la perversidad ente el pecado. Es
necesario el asentimiento de la voluntad que acepta y vive con sus obras, en
libertad, la dimensión de la salvación.
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