Vivimos en una época tan sedienta de novedades, que olvidamos el valor de la rutina y reclamamos sorpresa a lo que no la necesita. La fiesta sólo tiene sentido desde el trabajo, y para apreciar la sorpresa es preciso aburrirse.
Al contrario, promoviendo la creatividad a ultranza se le usurpa y se le ultraja frecuentemente imponiendo la banalidad, lo soez y lo vulgar sobre lo estético, cruzando aquella débil frontera entre lo sublime y lo ridículo; degenerando el arte con el pecado de llamar bello a lo feo; lo que afecta y prostituye el sentido y propósito de las artes.
Así, se llega al extremo de pedir sorpresas a la liturgia olvidando su esencia y definición; sometiéndola a la crueldad de las ideologías de cada tiempo; y lo mismo aplica a la metodología de la evangelización, que ha de acercar el misterio a las culturas para iluminarlas sin fundirse con ellas.
P. Alberto Gutiérrez
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