martes, 25 de junio de 2013

Los Pecados Capitales... La Ira




Si se enojan, no pequen. Que la puesta del sol no los sorprenda en su enojo, dando así ocasión al demonio... 
Efesios 4, 26-27


           La Ira es enojarse sin medida y el tener deseos de venganza. La ira es el sentido emocional de desagrado que generalmente es suscitado por un daño real o aparente. Es una reacción de irritación y rabia causada por la indignación de sentir que se vulnera lo que creemos merecer. Puede producirse por la frustración de no alcanzar algún objetivo o necesidad; varía en la intensidad, yendo de la irritación leve a la furia intensa.

            Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se despierta, nos ciega y nos convierte en una especie de bestias ofuscadas, impulsándonos a hacer y a expresarnos de forma hiriente de manera bilateral, porque siempre nuestras acciones traen consecuencias para todas las partes involucradas. Sucede como cuando derramamos un vaso con agua, al querer recoger esa agua, resulta que no logramos alcanzar la misma cantidad y lo peor que en ese querer recuperar lo que se ha derramado vendrán partículas que harán que la pureza de esa agua no sea la misma y si el vaso era de vidrio, peor aún... Eso se resume en heridas en los corazones comprometidos en estas situaciones, heridas que van agrandándose con el tiempo por el sólo hecho de dejarnos llevar por la soberbia y no ofrecer disculpas y/o pedir perdón.

            Aun cuando la Ira es un pecado, podemos ver a través de las Sagradas Escrituras, que Dios también le da lugar a este pecado, pero actúa de forma totalmente diferente a nosotros, pues hoy en día hay menos propósitos en nosotros en cultivar la Paciencia y la Tolerancia y mucho menos a la reflexión...

"El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad. Él mantiene su amor a lo largo de mil generaciones y perdona la culpa, la rebeldía y el pecado...” Éxodo 34, 6b-7a

“Pero tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mí...” Salmo 86, 15-16a

“El Señor es compasivo y clemente, lento a la ira, rico en amor. No acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas...” Salmo 103, 8-10








Contra la IRA – La Virtud de la PACIENCIA

            Para controlar la ira hay que crecer mucho primeramente en humildad.  Esto nos ayuda a ir aceptando mejor las contrariedades. La MANSEDUMBRE y/o PACIENCIA, nos ayuda a controlar los arrebatos de cólera, al poder soportar con serenidad los momentos que pueden encender la ira.

            La Paciencia para soportar con paz y serenidad las adversidades, contrariedades y ataques. La paciencia modera la tristeza, dando conformidad y aceptación.

            ¿Por qué tristeza? ¿Qué tiene que ver la tristeza con la ira?  La tristeza es la otra cara de la ira. Ambas tristeza e ira denotan inconformidad ante las calamidades y problemas. La mansedumbre modera los arrebatos de cólera, que son una manifestación de la ira. La mansedumbre y la paciencia son Frutos del Espíritu “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio...” (Gálatas 5, 22-23a).

            ¿Cómo tener esos frutos?  ¿Cómo actúa mejor el Espíritu Santo en nosotros? Son regalos del Espíritu Santo y somos merecedores de ellos a través de la Gracia y la Misericordia de Dios acompañado siempre de la oración, de la oración frecuente y perseverante.  Es como un tratamiento de antibióticos: requieren tiempo para comenzar a actuar y tiempo adicional para que su acción perdure. A medida que la conformidad se va asentando en el corazón, a través de la oración y del auto-control, la persona puede ir frenando los movimientos de cólera. Sufrir con paz y serenidad todas las adversidades.

            Si buscas un ejemplo de paciencia encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo en la cruz sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión "no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca" (Hechos 8, 32). Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: "Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia" (Hebreos 12, 2). Pide mucho a Dios que te ayude a ser más paciente y verás que lo lograrás. Si tú no puedes, Él si puede...

            Y para aprender del Señor hay que estarse a sus pies en oración, para que Él vaya haciéndonos semejantes a Él en esa mansedumbre y humildad que requerimos.



Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón... 
Mateo 11, 29

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