Es
fácil reconocer lo que proviene de la carne:
libertad sexual, impurezas y
desvergüenzas;
culto de los ídolos y magia; odios, ira y violencias;
celos,
furores, ambiciones, divisiones, sectarismo y envidias; borracheras,
orgías y
cosas semejantes.
Les he dicho, y se lo repito: los que hacen tales cosas
no
heredarán el Reino de Dios.
Gálatas 5, 19-21
La Enviada está definida como el Rencor
o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de
poseerla. Es uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo
mandamiento. (Catecismo de la Iglesia Católica No. 2539)
Es también la alegría que se llega a
sentir cuando a otra persona le va mal. Eres envidioso cuando te comparas con
los demás y nada mas estás viendo lo que el de junto hace o tiene y tú no.
Cuando te da coraje que al vecino le va mejor que a ti; cuando la rabia te
carcome porque tu amiga ni dieta hace y está hecha un palo; cuando te da gusto
que al “condenado” de tu compadre que tan mal se ha portado contigo le robaron
algunas pertenencias...
Puede presentarse de varias maneras:
Ø
Comparar
los bienes o males míos con los de los demás.
Ya la comparación es un inicio de la envidia.
Ø
Resentir
las cualidades, bienes o logros de otro, porque yo no los tengo.
Ø
Desear
tener los bienes materiales, intelectuales, físicos de los demás. Esto va en la línea de la codicia.
Ø
Desear
que los demás no tengan los bienes que tienen, porque yo no los tengo.
La envidia es un pecado muy
escondido: casi nunca la persona envidiosa habla de estos sentimientos y pocas
veces se manifiestan abiertamente. Por
eso es difícil detectar la envidia. La
envidia forma parte de los malos pensamientos, que las personas suelen pensar
que son sólo de lujuria.
Otro problema para detectarla es
porque el envidioso se siente con derecho a serlo: pareciera un sentimiento
natural, necesario, y no suele verlo como pecado. Sólo si la envidia se
materializa haciendo daño al otro pueda que el envidioso se dé cuenta. Pero
pudiera ser puesta en evidencia la envidia cuando buscamos criticar y hasta
calumniar al otro para disminuirlo ante los demás.
Contra
la ENVIDIA – La Virtud de la CARIDAD
La Caridad es la tercera y principal
de las Virtudes Teologales. La caridad es el amor de Dios habitando en
el corazón; amando de verdad a todos nuestros hermanos, los que nos caen bien y
los que no. Es siempre desear el bien de los otros.
La Caridad tiene muchas vertientes: Suele
entenderse comúnmente como un acto o sentimiento benéfico de ayuda al prójimo. Pocas
veces se entiende en su esencia: Caridad significa Amor de Dios. La Caridad es, entonces, una Virtud Teologal
por la que la persona puede amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo
con ese Amor con que Dios le ama y con que la persona ama a Dios.
La caridad también puede significar
un acto de oblación (ofrenda y/o sacrificio que se hace a Dios) o de entrega al
prójimo. Es el darse de que habla San
Pablo. Pero vista la caridad como opuesta a la envidia consiste en desear
siempre el bien del otro. Y ese deseo o
búsqueda del bien del otro puede llegar -inclusive- a nivel heroico cuando se
procura el bien del otro, antes o por encima del bien propio.
El
fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás,
generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo.
Estas son
cosas que no condena ninguna Ley.
Los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus impulsos y deseos;
si ahora vivimos según el
espíritu,
dejémonos guiar por el Espíritu;
depongamos toda vanagloria,
dejemos
de querer ser más que los demás y de ser celosos.
Gálatas 5, 22-26
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