La
Soberbia u Orgullo consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido,
que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios (Catecismo Iglesia Católica
1866)
Por
consiguiente, es una disposición blasfema del alma, que estimula y desencadena
los errores e infortunios humanos. Estrictamente hablando, es el orgullo que
lleva a la persona a igualarse a Dios
La
Soberbia es amarse demasiado a sí mismo, y nos hace despreciar a Dios y a los
demás. Somos soberbios cuando creemos que podemos hacerlo todo, que no necesitamos
de Dios ni de los demás, cuando nos creemos los más listos, los más perfectos teniendo
por tontos a los demás, cuando se es presumido o nos gusta llamar la atención,
cuando queremos que todo se haga a nuestro parecer, cuando creemos que todo lo
merecemos, cuando sólo hablamos de nosotros mismos.
Las
personas soberbias son fácilmente manipulables, basta con “sobarles el ego”
para sacarles casi cualquier cosa y, generalmente, esconden su baja autoestima
detrás de un escudo protector de arrogancia y desdén. Siempre han de salirse
con la suya, a cualquier costo, por lo que irremediablemente su vacío emocional
e infelicidad consecuente son enormes, aunque las disimulen con una máscara de
alegría y contento.
La
soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz
misma del pecado, tiene su origen en el pecado original. Por lo tanto de ella misma
viene la mayor debilidad. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos
tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una
desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como
dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Génesis 3,
5).
El
orgullo o soberbia, tiene muchas formas de presentarse. He aquí sólo algunas:
- Vanidad: deseo de ser apreciado y quedar bien.
- Engreimiento: creerse uno muy importante, necesario, creerse una gran cosa. Y para colmo: no darse cuenta que cualquier cosa buena que tengamos nos viene de Dios, sino de nosotros mismos.
- Arrogancia: mostrar actitudes de superioridad a los demás.
- Auto-suficiencia: Creer que no necesito de Dios, que todo lo puedo por mí mismo, o creer que no necesito tampoco a otras personas.
- Susceptibilidad: No aceptar crítica o corrección, además de molestarse sin suficiente razón.
En
las Sagradas Escrituras podemos encontrar varias citas que nos podrían orientar
hacia dónde va una persona soberbia, qué puede esperar, cómo ve Dios a este
tipo de personas. Podemos señalar algunas:
“La
soberbia acarrea ruina, y la ociosidad, bajeza, ya que la ociosidad es la madre
de la miseria”
Tobías 4, 13
“El
orgullo es tan odioso al Señor como a los hombres” Eclesiástico 10, 7
“El
comienzo de la soberbia en el hombre es apartarse del Señor y no tomar más en
cuenta a su Creador.
El
pecado es el comienzo del orgullo; al perseverar en el pecado se abren de par
en par las puertas a la soberbia impía” Eclesiástico 10, 12 - 13
“Dios
resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia” Santiago 4,6
Peter Binsfeld, obispo y teólogo alemán, basándose libremente en fuentes
anteriores, asoció cada pecado con un demonio que tentaba a la gente por medios
asociados al pecado. Para el Pecado de la Soberbia lo asoció con Lucifer, recordemos
lo que pasó con Adán y Eva y el personaje que vino a tentarlos.
Contra
SOBERBIA – La Virtud de la HUMILDAD
Humildad
viene del latín humilitas, que significa abajarse. Y de humus, que significa suelo, tierra. De
estos dos vocablos podemos inferir cómo obtener la virtud de la humildad: bajándonos
hasta el suelo. En ese bajarse
reconocemos que nada somos y nada tenemos que no venga de Dios. Lo único que tenemos de nosotros mismos es el
pecado y nuestra nada. Humildad
es decirle a Dios: Tú eres Todo y yo soy nada. Y creérnoslo de veras.
El
humilde no está aspirando la grandeza y la fama que el mundo tanto nos vende y
tanto admira. El humilde lo que quiere
es reconocer cada vez más su dependencia total de Dios. Todo es un don de Dios de quien todos
dependemos y a quien se debe toda la gloria. Nada somos ante Dios. Humildad en
andar en verdad, frase célebre de Santa Teresa de Jesús. Y ¿qué es nuestra verdad? Que nada somos ante Dios. El que de veras
desea crecer en humildad, acepta humillaciones y acusaciones, aunque sean
injustas, siempre y cuando esto no afecte a terceros. El humilde no busca los
primeros puestos, no busca estarse destacando, ni imponiendo sus criterios.
El
hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha
descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros
tesoros. No está en competencia. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es
así libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio.
La
humildad no solo se opone al orgullo sino también a la auto humillación, en la
que se dejaría de reconocer los dones de Dios y la responsabilidad de
ejercitarlos según su voluntad.
“La
soberbia no es grandeza sino hinchazón;
y lo que está hinchado parece grande
pero no está sano”
San
Agustín
No hay comentarios:
Publicar un comentario