Cuando
estaba en mis primeros años como estudiante en el seminario mayor, leí un libro
que se llamaba :”Primero personas, después cristianos” de el autor… La lectura
de aquel libro me ayudó a entender que no podemos ser verdaderamente
cristianos, sino trabajamos primero en nuestro ser personas, en nuestra
realidad de seres humanos; es decir,
con nuestros valores y antivalores, con
nuestras virtudes, vicios y defectos.
La piedad en sí misma, sin una
metodología de crecimiento espiritual, no nos ayudaría, si nosotros no tomamos
conciencia de aquellas debilidades que nos impiden avanzar. Crecer como
personas implica trabajar en las virtudes que debemos reforzar y algunas otras
que debemos cultivar
Santo Tomás repetía aquella
famosa frase “la gracia supone la naturaleza Es decir que para que la acción de la vida divina pueda actuar en nuestras personas, necesita unas disposiciones, unas condiciones; es conveniente que nuestra voluntad esté bien dispuesta a dejar actuar la Voluntad de Dios. Así lo señala el salmo de hoy: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” Cumplir la Voluntad de Dios no es algo mágico, ni automático, sino que está condicionado al deseo y disposición de nuestra naturaleza humana. Esta naturaleza es la esencia y lo caracteristico de nuestro ser. Por tanto, todos los seres humanos poseemos valores y costumbres que se desprenden de esta realidad personal: amor, respeto, honestidad, confianza, comprensión, capacidad de cambio, de reflexión, apertura, alegría, fidelidad, pudor, obediencia, sencillez, comunicación, diálogo, humildad, entre tantos otros.
También puede haber presencia de
antivalores, vicios o malas costumbres: odio, irrespeto, deshonra, recelo,
incomprensión, resistencia al cambio, pesimismo, egoismo, infidelidad, desvergüenza,
desobediencia, pomposidad, aislamiento, obstinación, intolerancia, soberbia,
entre otros. Todas estos valores o contravalores están presentes en nuestra
condición humana. Y es muy importante tomar conciencia de ambas realidades, ya
que los valores humanos son el fundamento de la vida cristiana y todos ellos
son una garantía de la ley natural, tanto a nivel ético, como a nivel moral.
En
este sentido, toda persona de fe que quiera ser receptáculo del Espíritu Santo
y poder avanzar ayudada por la gracia divina debe ser constante en el cultivo
de los valores humanos y estar atentos a rechazar todos aquellos antivalores, que afecten nuestra persona,
conduciéndonos al pecado, es decir, a la
esclavitud. En la medida en que nuestra realidad humana se abre a Dios, en esa medida, entramos en una verdadera actitud
de cambio, de conversión, es decir, nos vamos purificando y entonces podemos decir: “…he aquí que vengo-pues de mí está escrito en el rollo
del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad.
Conversión
significa entonces, dejar que todas nuestras virtudes naturales, sean
iluminadas por la luz de la fe. Puede
darse el caso que creamos que estamos por el camino correcto; sin embargo,
corremos el riesgo de seguir en los mismos errores: vivimos una piedad, pero,
nuestro carácter, nuestros caprichos, vicios, resentimientos, envidias e
inmadurez, ahogan la acción divina. Es preciso tomar conciencia que sin cambios
de mentalidad y actitudes, no puede brillar el oro de nuestras potencialidades
y mucho menos, renovar la presencia del Espíritu de Dios, en nuestro ser.
Es
preciso entonces, conocernos a nosotros mismos, con nuestras fortalezas y
debilidades y tener presente que la gracia de Dios no puede actuar en nosotros,
sino nuestra naturaleza humana, no está lo suficientemente dispuesta para ello.
Dios respeta nuestra libertad, y nos quiere felices. Meditemos durante este
tiempo de cuaresma, ya cercana la celebración del Gran Misterio Pascual: ¿Qué valores debemos
reforzar y cultivar en nuestras personas
y qué debilidades aún tenemos que
superar? para que se pueda dar un verdadero cambio de ruta, de vida, una
verdadera conversión cristiana. Como dice la Palabra de Dios: “…Cierto que ninguna corrección
es, a su tiempo, agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de
justicia a los ejercitados en ella. Por tanto, robustezcan las manos caídas y
las rodillas vacilantes y enderecen para sus pies los caminos tortuosos, para
que el cojo no se descoyunte, sino que más bien se cure. (Hb 12, 11-13)
Acojamos
como María el llamado de Dios, en esta solemnidad de la Anunciación de la
encarnación de Jesús. A ella le fue anunciado que cocebiría y daría a luz al
Mesías, a nosotros se nos anuncia la necesidad de la conversión y el perdón de
los pecados, para que podamos renovar en nosotros el Misterio Pascual
Su hermano en la
fe,
p.. Miguel Antonio Ospino Martinez
Twitter @pmiguelospino
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