lunes, 8 de agosto de 2016

Nuestro Tesoro



    “Nuestra vida es tan breve como un sueño semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca”. Salmo  89. 

 Así como lo describe el salmista es de fugaz y frágil la vida terrenal, sin embargo  para muchos hombres y mujeres la opción de vida es inclinar su balanza personal hacia el “tener”, por el afán de “cosechar éxitos”, tales como títulos profesionales, empleos, carros, propiedades, inversiones, viajes, entre tantos otros.
  Ante el cronograma de vida actual Jesús nos recuerda que hay que darle su justo lugar a las riquezas terrenales;  “Consigan unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”.  (Lc 12, 33-34) 
   Cuando hablamos de tesoro, lo relacionamos con cosas preciosas conservadas en un lugar seguro, por eso el interés de alcanzar y conservar ese tesoro valioso,  nos motiva internamente a trabajar en pro de las cosas terrenales o por las ”cosas de arriba”.
   Las exigencias del Evangelio  son muy claras, poner a producir nuestros talentos pero no con fines terrenales, sino con la esperanza de atesorar en el cielo todas las riquezas que sean posibles, sobre todo cumpliendo con los mandamientos y las obras de misericordia, o en otras palabras: “Amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”.  (Lc 10; 27)
   Recordemos que al morir no seremos juzgados por los ceros acumulados en la cuenta bancaria, sino por cuantos corazones ayudamos a consolar, alegrar, convertir y hasta sanar. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca cosas buenas  y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas”.  (Mt 12, 34)
   San Pablo también nos alerta sobre los tesoros que consideramos valiosos, diciendo “Pongan todo el corazón en los bienes del cielo no en los de la tierra”. (Col 3, 1-5). Porque nuestra salvación no depende de “la abundancia de bienes”, sino del amor con el cual compartimos esos bienes con los hermanos más necesitados y porque además “La fe es la forma de poseer ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no son”.  (Hb 11, 1-2)
   Todavía estamos a tiempo de no caer en la tentación de aferrarnos a la vanidad, las riquezas y el poder, porque todas son cosas perecederas que  nos esclavizan el corazón.  “El tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por eso nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allá, donde está nuestro tesoro”. San Juan María Vianney

 “Administradores fieles e inteligentes”   
   “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas…Felices los sirvientes a los cuales el patrón encuentre velando cuando llegue”.  (Lc 12, 35; 37)
   Las sabias palabras de Jesús solo tienen eco en el corazón y la mente de todo Hijo de Dios, que busca fortalecer su fe, desligándose de la dinámica materialista de la sociedad actual que en muchos casos logra confundir y atrapar a las personas comprometiendo su paz y hasta su propia vida, por el afán de poseer sólo riquezas terrenales olvidando la meta celestial.
   Somos administradores de la vida que Dios no da con abundancia de bienes espirituales y que nos corresponde poner a producir en armonía con la Iglesia y para el bien de nuestros hermanos más necesitados. Sólo así nuestra espera será activa y fructífera ante los ojos del Padre Dios. Como dice el Papa Francisco;  “El amor de Dios es precisamente el amor que da sentido a nuestros pequeños compromisos de cada día y nos ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Caminar hacia adelante en la vida con amor, con el amor que el Señor sembró en el corazón,  con el amor de Dios”. (Ángelus: 11-08-13)
    El mundo nos bombardea con el materialismo, la codicia, el poder, pero la palabra de Dios nos recuerda especialmente durante estas semanas del Tiempo Ordinario y del Año Jubilar de la Misericordia, que la posesión de riquezas no es reprochable, siempre y cuando no seamos esclavos de esos bienes materiales, haciendo mal uso de ellos y sin compartirlos con los  más necesitados.  Porque la advertencia de Jesús es muy clara; “Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que se le ha confiado mucho, se le exigirá mucho más”. (Lc 12,48)

Lcda. María Espina de Duarte

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