“Nuestra vida es tan breve como un sueño
semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se
marchita y se seca”. Salmo 89.
Así
como lo describe el salmista es de fugaz y frágil la vida terrenal, sin embargo
para muchos hombres y mujeres la opción
de vida es inclinar su balanza personal hacia el “tener”, por el afán de “cosechar éxitos”, tales como títulos
profesionales, empleos, carros, propiedades, inversiones, viajes, entre tantos
otros.
Ante el cronograma de vida actual Jesús nos
recuerda que hay que darle su justo lugar a las riquezas terrenales; “Consigan unas bolsas que no se destruyan y
acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba allá donde no llega el ladrón,
ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”. (Lc 12, 33-34)
Cuando hablamos de tesoro, lo relacionamos
con cosas preciosas conservadas en un lugar seguro, por eso el interés de
alcanzar y conservar ese tesoro valioso,
nos motiva internamente a trabajar en pro de las cosas terrenales o por
las ”cosas de arriba”.
Las exigencias del Evangelio son muy claras, poner a producir nuestros
talentos pero no con fines terrenales, sino con la esperanza de atesorar en el
cielo todas las riquezas que sean posibles, sobre todo cumpliendo con los
mandamientos y las obras de misericordia, o en otras palabras: “Amando a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a sí mismo”. (Lc 10; 27)
Recordemos que al morir no seremos juzgados
por los ceros acumulados en la cuenta bancaria, sino por cuantos corazones
ayudamos a consolar, alegrar, convertir y hasta sanar. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca cosas buenas y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas
malas”. (Mt 12, 34)
San Pablo también nos alerta sobre los
tesoros que consideramos valiosos, diciendo “Pongan todo el corazón
en los bienes del cielo
no en los de la
tierra”. (Col 3, 1-5). Porque nuestra
salvación no depende de “la abundancia de bienes”, sino del amor con el cual compartimos
esos bienes con los hermanos más necesitados y porque además “La fe es la forma de poseer ya desde
ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no son”. (Hb 11, 1-2)
Todavía estamos a tiempo de no caer en la
tentación de aferrarnos a la vanidad, las riquezas y el poder, porque todas son
cosas perecederas que nos esclavizan el
corazón. “El tesoro del hombre cristiano no está en la
tierra, sino en el cielo. Por eso nuestro pensamiento debe estar siempre
orientado hacia allá, donde está nuestro tesoro”. San Juan María Vianney
“Administradores fieles e inteligentes”
“Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas…Felices los
sirvientes a los cuales el patrón encuentre velando cuando llegue”. (Lc 12, 35; 37)
Las sabias palabras de Jesús solo tienen eco
en el corazón y la mente de todo Hijo de Dios, que busca fortalecer su fe,
desligándose de la dinámica materialista de la sociedad actual que en muchos
casos logra confundir y atrapar a las personas comprometiendo su paz y hasta su
propia vida, por el afán de poseer sólo riquezas terrenales olvidando la meta
celestial.
Somos administradores de la vida que Dios no
da con abundancia de bienes espirituales y que nos corresponde poner a producir
en armonía con la Iglesia y para el bien de nuestros hermanos más necesitados.
Sólo así nuestra espera será activa y fructífera ante los ojos del Padre Dios.
Como dice el Papa Francisco; “El amor de Dios es precisamente el amor que
da sentido a nuestros pequeños compromisos de cada día y nos ayuda a afrontar
las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Caminar hacia
adelante en la vida con amor, con el amor que el Señor sembró en el corazón, con el amor de Dios”. (Ángelus: 11-08-13)
El
mundo nos bombardea con el materialismo, la codicia, el poder, pero la palabra
de Dios nos recuerda especialmente durante estas semanas del Tiempo Ordinario y
del Año Jubilar de la Misericordia, que la posesión de riquezas no es
reprochable, siempre y cuando no seamos esclavos de esos bienes materiales,
haciendo mal uso de ellos y sin compartirlos con los más necesitados. Porque la advertencia de Jesús es muy clara; “Al que mucho se le da, se le exigirá
mucho, y al que se le ha confiado mucho, se le exigirá mucho más”. (Lc 12,48)
Lcda.
María Espina de Duarte
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