domingo, 2 de octubre de 2016

Mirada Misericordiosa…




 

  “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios”, seguramente en reiteradas ocasiones y en diferentes etapas de la vida, hemos invocado con estas palabras la maternal protección de la Virgen María. 


   En ella encontramos amparo, consuelo y refugio, pero también la Virgen María, por su confianza y fidelidad a la voluntad de Dios, es modelo por ser “Madre Misericordiosa” que acoge la Palabra, la medita en su corazón y la hace fecunda, porque la llaman “Bienaventurada todas las generaciones”. (Lc 1,8)



   El Papa Francisco propuso estar atentos a la dulce mirada de María, durante el Jubileo de la Misericordia; “Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor”. (Misericordiae Vultus#24)

   La riqueza de la devoción mariana se traduce en la vida práctica de la fe, haciendo propias las virtudes de la Virgen María, glorificando a Dios en ella y tomando su respuesta incondicional a la voluntad divina, como una invitación para que todos asumamos con fe y valentía el plan de vida cristiana y ser sensibles a las necesidades del hermano. “María es “Madre de la Misericordia” porque es madre de Jesús, en el que Dios reveló al mundo su corazón rebosante de amor”. (San Juan Pablo II, Regina Coelli: 22-04-2001)

   Su extraordinaria sensibilidad y sobre todo su ejemplo de servicio gozoso y humilde esta expresado en el canto del Magníficat, donde María con sencillas palabras, proclama y reconoce la Misericordia de Dios, que se extiende “de generación en generación”. (Lc 1,50).
   Ella es también Madre y maestra de Misericordia, porque Jesús con sus palabras desde la cruz le confía su Iglesia y a toda la humanidad, recordándonos que él fue enviado por el Padre, como revelación de su Misericordia (Jn 3, 16-18), porque él no vino para condenar, sino para perdonar, para derramar misericordia (Mt 9, 13).

Júbilo Mariano 

   A pocas semanas de finalizar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia estamos invitados a adentrarnos en esa mirada misericordiosa de la Virgen María,   pues sólo ella desde la Encarnación, atesora en su corazón la gran misericordia del Verbo que se hace hombre y desde entonces su testimonio de obediencia, humildad, servicio, oración, perseverancia, fidelidad, amor y fe, repercute en cada uno de nosotros.

    Acabamos de iniciar el mes de octubre bajo la bendición del Inmaculado Corazón de María, además la Iglesia tradicionalmente nos invita en este mes a profundizar la devoción y meditación del Santo Rosario, con la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y particularmente en el marco del Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha querido que todas las asociaciones marianas del mundo se reúnan en Roma precisamente del 7 al 9 de Octubre, en torno al Icono Salus Popoli Romani (Protectora del Pueblo Romano), como se realizó en el 2013 durante el año de la fe. 

   Se realizarán charlas peregrinaciones, jornadas de oración, rosarios, confesiones y el domingo 9, se celebrará el Jubileo Mariano. María, “Madre de la Misericordia”, con la misa solemne y el rezo del Ángelus en la Plaza San Pedro, presidida por el Papa Francisco, razón por la cual esta jornada, enteramente dedicado a María, está incluida en el calendario del Jubileo.

   Para así recordar significativamente que María siempre intercede ante Dios por sus hijos y especialmente a través de la humilde y sencilla oración del Rosario, como la “escalera de rosas” que nos lleva al cielo, porque en la contemplación de cada uno de sus misterios, está contenida gran parte de la historia de la Salvación.

   El Santo Rosario como camino de oración nos lleva a reflexionar a medida que rezamos y meditamos cada misterio gozoso, doloroso, glorioso o luminoso de la vida de Jesús y además tradicionalmente invocamos la protección misericordiosa de María en las letanías como; “Puerta del Cielo, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Auxilio de los cristianos”.

   Sobre la importancia de esta oración mariana y piadosa, de manera especial en el año 1475 el fraile dominico Alano de Rupo relató en el Libro “De Dignitate Psalterii” lo que había presenciado unos años antes con varias promesas hechas por la propia Virgen María, a todos los que recen devotamente su Rosario. Entre las promesas de Nuestra Señora, como Reina del Rosario, encontramos que; “El rosario es un género de oración pronto, fácil, muy agradable a mis ojos, muy propio para atraer la misericordia divina y para salvar a los pueblos; es un auxilio eficaz en todas las penosas calamidades y sustituye en el corazón de los hombres, el amor del mundo, con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales”

   Que este mensaje mariano recopilado hace muchos siglos atrás por el fraile dominico Alano de Rupo, nos anime aún más a perseverar en el rezo y meditación del Santo Rosario, sobre todo cuando invocamos la intersección de la Madre María por la conversión de los pecadores, la sanación de los enfermos, la paz mundial y todas aquellas necesidades del prójimo.

   Una de las enseñanzas asimiladas en este Año Santo es que Dios no se cansa de perdonar y amar a sus hijos por más pecadores que sean, que su misericordia es capaz de transformar el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel y frente a toda esta reconfortante verdad encontramos la mirada misericordiosa de María, Reina y Madre, la humilde esclava del Señor (Lc 1,38). Para que así reconfortados con su ejemplo y protección, sigamos transitando el camino jubilar llevando la buena nueva del amor misericordioso de Dios, con palabras y con acciones concretas y cotidianas destinadas a ayudar al prójimo.

    Porque en el ejercicio de la fe cristiana la Bella Dama de Nazaret, ocupa un sitial muy importante y nos enseña que el Evangelio de la misericordia en la persona de su Hijo Jesús, es lo mejor que podemos anunciar para transformar nuestras vidas y a la sociedad en general.
  
 “María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús”. (Misericordiae Vultus; #24)


Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina



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