“Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios”, seguramente
en reiteradas ocasiones y en diferentes etapas de la vida, hemos invocado con
estas palabras la maternal protección de la Virgen María.
En ella encontramos amparo, consuelo y
refugio, pero también la Virgen María, por su confianza y fidelidad a la
voluntad de Dios, es modelo por ser “Madre Misericordiosa” que acoge la
Palabra, la medita en su corazón y la hace fecunda, porque la llaman “Bienaventurada todas las generaciones”. (Lc
1,8)
El Papa Francisco propuso estar atentos a la
dulce mirada de María, durante el Jubileo de la Misericordia; “Ninguno
como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo
en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La
Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia
divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor”. (Misericordiae
Vultus#24)
La riqueza de la devoción mariana se traduce
en la vida práctica de la fe, haciendo propias las virtudes de la Virgen María,
glorificando a Dios en ella y tomando su respuesta incondicional a la voluntad
divina, como una invitación para que todos asumamos con fe y valentía el plan
de vida cristiana y ser sensibles a las necesidades del hermano. “María es “Madre de la Misericordia” porque
es madre de Jesús, en el que Dios reveló al mundo su corazón rebosante de
amor”. (San Juan Pablo II, Regina Coelli: 22-04-2001)
Su extraordinaria sensibilidad y sobre todo
su ejemplo de servicio gozoso y humilde esta expresado en el canto del Magníficat,
donde María con sencillas palabras, proclama y reconoce la Misericordia de
Dios, que se extiende “de generación en
generación”. (Lc 1,50).
Ella es también Madre y
maestra de Misericordia, porque Jesús con sus palabras desde la cruz le confía
su Iglesia y a toda la humanidad, recordándonos que él fue enviado por el Padre,
como revelación de su Misericordia (Jn 3, 16-18), porque él no vino para
condenar, sino para perdonar, para derramar misericordia (Mt 9, 13).
Júbilo Mariano
A pocas semanas de finalizar el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia estamos invitados a adentrarnos en esa mirada
misericordiosa de la Virgen María, pues
sólo ella desde la Encarnación, atesora en su corazón la gran misericordia del
Verbo que se hace hombre y desde entonces su testimonio de obediencia,
humildad, servicio, oración, perseverancia, fidelidad, amor y fe, repercute en
cada uno de nosotros.
Acabamos de iniciar el mes de octubre bajo la
bendición del Inmaculado Corazón de María, además la Iglesia tradicionalmente
nos invita en este mes a profundizar la devoción y meditación del Santo
Rosario, con la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y particularmente en el
marco del Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha querido que todas
las asociaciones marianas del mundo se reúnan en Roma precisamente del 7 al 9
de Octubre, en torno al Icono Salus Popoli Romani (Protectora del Pueblo Romano), como se realizó en el 2013 durante el año
de la fe.
Se realizarán charlas peregrinaciones,
jornadas de oración, rosarios, confesiones y el domingo 9, se celebrará el
Jubileo Mariano. María, “Madre de la Misericordia”, con la misa solemne y el rezo
del Ángelus en la Plaza San Pedro, presidida por el Papa Francisco, razón por
la cual esta jornada, enteramente dedicado a María, está incluida en el
calendario del Jubileo.
Para así recordar significativamente que María
siempre intercede ante Dios por sus hijos y especialmente a través de la
humilde y sencilla oración del Rosario, como la “escalera de rosas” que nos
lleva al cielo, porque en la contemplación de cada uno de sus misterios, está
contenida gran parte de la historia de la Salvación.
El
Santo Rosario como camino de oración nos lleva a reflexionar a medida que rezamos
y meditamos cada misterio gozoso, doloroso, glorioso o luminoso de la vida de
Jesús y además tradicionalmente invocamos la protección misericordiosa de María
en las letanías como; “Puerta del Cielo, Salud
de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Auxilio
de los cristianos”.
Sobre la importancia de esta oración mariana
y piadosa, de manera especial en el año 1475 el fraile dominico Alano de Rupo
relató en el Libro “De Dignitate Psalterii” lo que había presenciado unos años
antes con varias promesas hechas por la propia Virgen María, a todos los que
recen devotamente su Rosario. Entre las promesas de Nuestra Señora, como Reina
del Rosario, encontramos que; “El rosario
es un género de oración pronto, fácil, muy agradable a mis ojos, muy propio
para atraer la misericordia divina y para salvar a los pueblos; es un auxilio
eficaz en todas las penosas calamidades y sustituye en el corazón de los hombres,
el amor del mundo, con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas
celestiales”
Que este mensaje mariano
recopilado hace muchos siglos atrás por el fraile dominico Alano de Rupo, nos
anime aún más a perseverar en el rezo y meditación del Santo Rosario, sobre
todo cuando invocamos la intersección de la Madre María por la conversión de
los pecadores, la sanación de los enfermos, la paz mundial y todas aquellas
necesidades del prójimo.
Una de las enseñanzas asimiladas en este Año
Santo es que Dios no se cansa de perdonar y amar a sus hijos por más pecadores
que sean, que su misericordia es capaz de transformar el corazón del hombre
haciéndole experimentar un amor fiel y frente a toda esta reconfortante verdad encontramos
la mirada misericordiosa de María, Reina y Madre, la humilde esclava del Señor
(Lc 1,38). Para que así reconfortados con su ejemplo y protección, sigamos transitando
el camino jubilar llevando la buena nueva del amor misericordioso de Dios, con
palabras y con acciones concretas y cotidianas destinadas a ayudar al prójimo.
Porque en el ejercicio de la fe cristiana la
Bella Dama de Nazaret, ocupa un sitial muy importante y nos enseña que el
Evangelio de la misericordia en la persona de su Hijo Jesús, es lo mejor que
podemos anunciar para transformar nuestras vidas y a la sociedad en general.
“María
atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a
todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva
oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos
misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia,
su Hijo Jesús”. (Misericordiae Vultus; #24)
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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