Con la clausura del Año Jubilar de la
Misericordia y próximos al Adviento, la Iglesia nos invita una vez más a vivir
despiertos, atentos a las necesidades de todos los hombres y mujeres, creyendo
y amando, porque precisamente “Entre Dios
y el prójimo”, el amor y la misericordia determinan el sendero de nuestra
fe cristiana católica.
El año jubilar ciertamente terminó pero la tarea continúa, porque la misericordia va más allá de una convocatoria, es un compromiso formal de ayudar al hermano necesitado o como afirma el Cardenal venezolano Monseñor Baltazar Enrique Porras, “Para nosotros, la misericordia no cierra sus puertas, sino que las abre para poder avizorar un futuro más fraterno para todos”.
Este tiempo de gracia que quizás para
algunos pasó desapercibido y para otros fue una gran oportunidad de conversión,
de reconciliación o de renovación espiritual, nos permitió revestirnos de una
mayor conciencia y compasión por el hermano que sufre física o espiritualmente,
porque los problemas de la humanidad no esperan.
Todo esto bajo el aprendizaje del año santo
y en observancia del principal mandamiento que nos reveló Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y
el más importante. El segundo es semejante al éste: Amarás al prójimo como a ti
mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas” (Mt
22,37-40).
La vinculación entre el amor a Dios y al
prójimo en un solo mandamiento, también lo reitera con otras palabras, San Juan, “… quién no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido del Él este mandamiento:
quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).
Jesús siempre unió el amor a Dios y el amor
al prójimo, enseñándonos con su vida y su Palabra que no se puede vivir uno,
sin el otro y con su testimonio resumió el cumplimiento de este mandamiento que
da prioridad al amor sobre cualquier otro precepto religioso. Por lo tanto, al
igual que Jesús, seamos concretos en amar y ayudar a quien sufre y necesita de
nuestra ayuda, porque Jesús realmente se
conmovía ante el dolor del otro.
Jesús con su corazón humano y divino siempre
rebosante de amor y misericordia, así como lo afirmó recientemente el Papa
Francisco; “Aunque se cierra la Puerta
santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera
puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo”. Pidamos también nosotros el don de esta
memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la
reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las
divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros
que estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás”. (Homilía;
20-11-16)
Ahora bien como Jesús irrumpe con amor misericordioso
en la historia y en el corazón de cada hombre, nos adentramos litúrgicamente al
Adviento, tiempo cargado de esperanza que nos ofrece la Iglesia como preparación
para celebrar con esperanza el Nacimiento de nuestro Salvador y también de su espera
gozosa al final de los tiempos.
Durante la primera semana de Adviento las
lecturas y la predicación son una
invitación con las palabras del Evangelio:
"Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento". (San Mateo 24, 37-44).
Porque al igual que organizamos la casa para recibir a un invitado
muy especial y celebrar su estadía. Durante los próximos cuatro domingos que
anteceden a la fiesta de Navidad, nos preparamos espiritualmente para recibir a
Cristo y celebrar al Emmanuel.
Vivamos el Adviento como tiempo de esperanza
y gozo, pero también como tiempo para la
conversión, por medio de la oración, el sacrificio, la generosidad y la caridad
con los que nos rodean, procurando ser mejores para recibir a Jesús con gestos
significativos de solidaridad; “Daos
cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertar del sueño, porque
ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche
está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas
y pertrechémonos con las armas de la luz.
(San Pablo a los Romanos 13,
11-14)}
En este sublime tiempo litúrgico dejémonos
acompañar también de María, quien con un espíritu de apertura a todos, e
imitando su sencillez en el pesebre y de fortaleza en el calvario junto a su
Hijo, podamos asistir al prójimo que sufre, al que necesita de un gesto de
perdón o atención para que resplandezca el rostro misericordioso de nuestro
Padre Celestial, y así celebrar el
gran misterio de la encarnación, sembrando obras de amor y misericordia entre
Dios y el prójimo.
“El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte
que estamos comenzando…Es una invitación a comprender que los acontecimientos
de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno
de nosotros Adviento nos invita y nos
estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no
debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a
considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en que él puede
venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?” (BENEDICTO
XVI, 28 de noviembre de 2009)
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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