domingo, 13 de noviembre de 2016

Santidad, para la eternidad



San Alberto Hurtado dijo “La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo”, de tal manera que la mejor opción para hacer realidad esta reflexión a medida que avanza nuestro peregrinaje terrenal, es tener como meta vivir en Santidad, para alcanzar la Eternidad.

   Ciertamente no existe un manual para ser Santos, pero si hay una exhortación contundente de Jesús y miles de vidas ejemplares de niños, jóvenes, mujeres, hombres y hasta ancianos que hoy veneramos especialmente y cuyos testimonios podemos asumir con fe y valentía, porque una vida santa es el mejor pasaporte para una eternidad dichosa.

   El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica en este sentido: "Todos los fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (#2028). "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (#825).

   Por el pecado original perdimos la posibilidad de nacer santos; pero con la gracia que recibimos en el bautismo somos liberados de este pecado, e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. 

   El Concilio Vaticano II también destaca que la santidad de los cristianos brota de la santidad de la Iglesia y de una vida devota y cotidiana; “con el ejemplo de los santos aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno» (Lumen Gentium, 50). Y “todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida ya través de todo eso, se santificarán más cada día si la aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina» (Lumen Gentium, 41)

  Todos fuimos creados por Dios para ser santos y además como Padre nos invita a ser una buena mediación entre Él y la humanidad, no malgastando el precioso don de la vida en cosas efímeras, sino que nuestro testimonio trascienda entre el cielo y la tierra. Por eso afirma el Papa Francisco; “Los santos han descubierto el secreto de la verdadera felicidad, que reside en el fondo del alma y tiene su fuente en el amor de Dios”.

   Santo Tomás de Aquino decía que “La santidad es una firme resolución de abandonarse en Dios” y precisamente “Santo” es aquella persona que ama a Dios y se abandona confiadamente a sus planes clamando siempre: “Señor, soy tuyo, aquí estoy para hacer tu voluntad”.

   También asumiendo la vida con amor y responsabilidad, como un valioso tesoro administrado terrenalmente, para alcanzar ganancias celestiales.Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor”. (San Francisco de Asís)

   Vivamos con los pies bien puestos en la tierra, pero con el anhelo de obtener la corona de la gloria eterna, así como afirmaba Pablo;  
 "El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna." (Gálatas 6, 8)  

   Ahora bien para llegar a la eternidad hay que transitar por la muerte, porque hemos nacidos para morir y hemos de morir para nacer a la vida eterna, así como lo relata el Libro de la Sabiduría; “Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento”. (Sabiduría 3, 1-9) 

   El  cristiano iluminado por la fe católica, sabe que la muerte no tiene la última palabra, la Sagrada Escritura nos enseña, sobre todo en el Nuevo Testamento el verdadero sentido de la vida y de la muerte, porque Jesucristo no vino a suprimir la muerte, él vino a dar su vida por nosotros; “Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. (Fil. 2, 8) y también creemos y profesamos que Jesús resucitó y  nosotros resucitaremos con él;  
"Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia"(Fil 1, 21)

   La iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz y por la redención de Jesús en la cruz, la muerte corporal será vencida finalmente, sin embargo debemos estar preparados espiritualmente, porque no sabemos cuándo emprenderemos el viaje de retorno a la Casa del Padre.

    “Con la muerte volvemos a Dios, como el navegante entra en la tranquila bahía del puerto. Escapados de la tempestad del mundo, nos refugiamos en la paz de la vida inmortal. Volvemos a Dios como el niño lloroso se recuesta contra el seno de su madre que lo acaricia y enjuga sus lágrimas. Del llanto de este mundo los justos entran en la gloria, donde Dios ‘enjugará toda lágrima’.” (San Antonio de Padua)

   Iniciando el mes de noviembre reflexionando como cada año litúrgico sobre la Santidad, orando por los hermanos difuntos y a pocas semanas de finalizar el Año Santo de la Misericordia, oremos y trabajemos especialmente por aquellos familiares, amigos, vecinos o compañeros de estudio o de trabajo que viven tan indiferentes que ni el Cielo los atrae, ni el Infierno los asusta.

    “Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas. 

   Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”. San Agustín



Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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