San Alberto Hurtado dijo “La Vida se nos ha dado para buscar a Dios,
la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo”, de tal manera que la
mejor opción para hacer realidad esta reflexión a medida que avanza nuestro
peregrinaje terrenal, es tener como meta vivir en Santidad, para alcanzar la Eternidad.
Ciertamente no existe un manual para ser Santos, pero si hay una exhortación
contundente de Jesús y miles de vidas ejemplares de niños, jóvenes, mujeres,
hombres y hasta ancianos que hoy veneramos especialmente y cuyos testimonios podemos
asumir con fe y valentía, porque una vida santa es el mejor pasaporte para una
eternidad dichosa.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
indica en este sentido: "Todos los
fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (#2028).
"Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada
uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (#825).
Por el
pecado original perdimos la posibilidad de nacer santos; pero con la gracia que
recibimos en el bautismo somos liberados de este pecado, e injertados en Cristo
para ser Hijos de Dios y participar de su santidad.
El
Concilio Vaticano II también destaca que la santidad de los cristianos brota de
la santidad de la Iglesia y de una vida devota y cotidiana; “con el ejemplo de los santos aprendemos el
camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a
la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada
uno» (Lumen Gentium, 50). Y “todos los fieles cristianos, en las condiciones,
ocupaciones o circunstancias de su vida ya través de todo eso, se santificarán
más cada día si la aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y
colaboran con la voluntad divina» (Lumen Gentium, 41)
Todos fuimos creados por Dios para ser santos
y además como Padre nos invita a ser una buena mediación entre Él y la
humanidad, no malgastando el precioso don de la vida en cosas efímeras, sino
que nuestro testimonio trascienda entre el cielo y la tierra. Por eso afirma el
Papa Francisco; “Los santos han
descubierto el secreto de la verdadera felicidad, que reside en el fondo del
alma y tiene su fuente en el amor de Dios”.
Santo Tomás de Aquino decía que “La santidad es una firme resolución de
abandonarse en Dios” y precisamente “Santo” es aquella persona que ama a Dios
y se abandona confiadamente a sus planes clamando siempre: “Señor, soy tuyo, aquí estoy para hacer tu voluntad”.
También asumiendo la vida con amor y responsabilidad, como
un valioso tesoro administrado terrenalmente, para alcanzar ganancias
celestiales. “Recuerda
que cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has
recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio
honesto, el amor, el sacrificio y el valor”. (San Francisco de Asís)
Vivamos con los pies bien puestos en la
tierra, pero con el anhelo de obtener la corona de la gloria eterna, así como
afirmaba Pablo;
"El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna." (Gálatas 6, 8)
Ahora
bien para llegar a la eternidad hay que transitar por la muerte, porque hemos
nacidos para morir y hemos de morir para nacer a la vida eterna, así como lo
relata el Libro de la Sabiduría; “Las
almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún
tormento”. (Sabiduría 3, 1-9)
El cristiano iluminado por la fe católica, sabe
que la muerte no tiene la última palabra, la Sagrada Escritura nos enseña,
sobre todo en el Nuevo Testamento el verdadero sentido de la vida y de la muerte,
porque Jesucristo no vino a suprimir la muerte, él vino a dar su vida por
nosotros; “Se hizo obediente hasta la
muerte y muerte de cruz”. (Fil. 2, 8) y también creemos y profesamos que
Jesús resucitó y nosotros resucitaremos
con él;
"Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia"(Fil 1, 21)
La iglesia afirma que el hombre ha sido
creado por Dios para un destino feliz y por la redención de Jesús en la cruz,
la muerte corporal será vencida finalmente, sin embargo debemos estar
preparados espiritualmente, porque no sabemos cuándo emprenderemos el viaje de
retorno a la Casa del Padre.
“Con la muerte volvemos a Dios, como el
navegante entra en la tranquila bahía del puerto. Escapados de la tempestad del
mundo, nos refugiamos en la paz de la vida inmortal. Volvemos a Dios como el
niño lloroso se recuesta contra el seno de su madre que lo acaricia y enjuga
sus lágrimas. Del llanto de este mundo los justos entran en la gloria, donde
Dios ‘enjugará toda lágrima’.” (San Antonio de Padua)
Iniciando el mes de noviembre reflexionando
como cada año litúrgico sobre la Santidad, orando por los hermanos difuntos y a
pocas semanas de finalizar el Año Santo de la Misericordia, oremos y trabajemos
especialmente por aquellos familiares, amigos, vecinos o compañeros de estudio
o de trabajo que viven tan indiferentes que ni el Cielo los atrae, ni el
Infierno los asusta.
“Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha
roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce,
vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día
volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su
corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la
muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la
Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se
saciará jamás”. San Agustín
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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