Con frecuencia el contraste entre luz y oscuridad se presenta
como metáfora cotidiana, en muchas circunstancias de la vida personal,
familiar, y social. Pero en esos momentos diarios entre la victoria y la
derrota, entre la alegría y el dolor, entre la paz y la tormenta seguramente hemos
clamado como el Salmista;
Para la mujer y hombre de fe, Dios siempre
vence las oscuridades, como Rey y Salvador se abre paso entre las tinieblas de
la vida diaria para indicarnos el camino a seguir, con los obstáculos a vencer
y la misión por cumplir. Porque precisamente durante las pruebas de fe, todo
parece estar en tinieblas, hasta nuestra capacidad para pensar y decidir, pero
así también podemos estar más abiertos a la gracia divina y ser revestidos con
la fuerza de la debilidad que anuncio Pablo; “Y él me ha dicho: "Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona
en la debilidad." Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en
mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”. (2Cor, 9-10)
Ahora bien cuando hablamos de luz y oscuridad,
sabemos que Jesús vino a disipar las tinieblas de toda la humanidad, a
desterrar la penumbra del pecado y de la muerte con su luz redentora, y hoy en
día como discípulos de Cristo, debemos ser en el mundo hijos e hijas de la luz,
capaces de irradiar las obras de amor y de misericordia para el prójimo.
Precisamente la
liturgia de este tercer domingo del tiempo Ordinario, nos lleva a seguir el
ejemplo y el llamado de Jesús esta vez desde Cafarnaúm, porque a lo largo del Tiempo
Ordinario la Iglesia nos invita a reafirmar nuestra fe en Jesús en el ejercicio
de su ministerio, predicando el Reino de Dios, proclamando la voluntad amorosa
y salvadora del Padre, dándonos vida, amor, sanación y esperanza.
En el Evangelio
según Mateo, escuchamos las primeras palabras de la predicación de Jesús: «Conviértanse,
porque ya está cerca el Reino de los cielos» (Mt 4, 17). De esta manera
se va despejando el horizonte para todo aquel que acepta ser su discípulo,
definiendo su compromiso de Evangelizar para convertir vidas y trabajando en
pro de la instauración del Reino de Dios.
Avanzando hacia horizontes
de luz como evangelizadores, seremos capaces de anunciar como Jesús: “El
Reino de Dios está cerca”, con
la Buena Nueva de la salvación, la revelación del amor de Dios hacia el hombre,
porque el amor divino es la motivación perfecta para la conversión; “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando
en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando
todas las enfermedades y dolencias de la gente”. (Mt 4, 23)
Jesús llama a sus primeros discípulos Pedro,
Andrés, Santiago y Juan, para luego enviarlos a la misión, porque la vocación
cristiana se define como “seguimiento a Jesús”, por lo tanto sigamos su ejemplo
asumiendo nuestra misión en la Iglesia y en el mundo, aceptando las exigencias
y consecuencias de este compromiso; “Mientras
caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón,
llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran
pescadores. Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”.
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron”. (Mateo 4, 18-20)
Igualmente estamos
llamados a “ver una luz grande” como dice el profeta Isaías, porque la luz
siempre, es símbolo de Dios. El brillo inconfundible de lo divino es una oferta
continua de salvación y liberación de nuestras tinieblas pero también la luz de
Dios, es una llamada a la coherencia de la fe y de permanente conversión; “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una
gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció.
Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría”. (Is
9,3)
Sobre la tarea
evangelizadora San Pablo también nos dice: “Porque
Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin
recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su
eficacia”. (1 Cor 1, 3.17). Es
decir, no debemos simplemente bautizar a los ya convencidos, sino comunicar a
todos la luz del Evangelio. Pablo también exhorta a la comunidad de Corinto a
permanecer unidos; “Hermanos: Los exhorto, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos
vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, a que estén
perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar”. (1 Cor 1, 10)
Precisamente estamos
en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que concluirá el
próximo día 25 de enero, en la fiesta de la Conversión de San Pablo y el Papa
Francisco ha dicho “Como cristianos,
tenemos la responsabilidad de este mensaje, y debemos testimoniarlo con nuestra
vida. Dios bendiga esta voluntad de unión y custodie a todas las personas que
caminan por la vía de la unidad y nos ayude “a reflexionar sobre el amor de
Cristo que nos empuja hacia la reconciliación”. (Audiencia General;
18-01.-2017).
Recordemos entonces
no basta con ir a misa o ser buena persona, tenemos que anunciar y testimoniar
el Evangelio. Que nuestro clamor sea tan fuerte como la luz de Dios, que se
abre paso en medio de la oscuridad, así como lo hizo en el primer instante de
la creación, cuando dijo “Hágase la Luz.
La luz inundó e iluminó todo ese vacío y oscuridad”. (Gén 1, 1-4).
Entonces asumamos o
perseveremos en la ardua tarea de ser “pescadores de hombres”, reflexionando
sobre aquel primer encuentro con Jesús que transformó nuestra vida, aquella
palabra que un día recibimos, que nos motivó a emprender el camino de la
salvación remando “mar adentro”, para
que cada día, más y más personas conozcan, amen, sigan a Cristo y a corazón
abierto proclamen.
Lcda. María Espina de
Duarte
Twitter: @mabelespina
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