domingo, 22 de enero de 2017

Horizontes de luz…



Con frecuencia el contraste entre luz y oscuridad se presenta como metáfora cotidiana, en muchas circunstancias de la vida personal, familiar, y social. Pero en esos momentos diarios entre la victoria y la derrota, entre la alegría y el dolor, entre la paz y la tormenta seguramente hemos clamado como el Salmista; 

“Señor, en ti está la fuente de la vida y tu luz nos hace ver la luz”. Salmo 35,10

    Para la mujer y hombre de fe, Dios siempre vence las oscuridades, como Rey y Salvador se abre paso entre las tinieblas de la vida diaria para indicarnos el camino a seguir, con los obstáculos a vencer y la misión por cumplir. Porque precisamente durante las pruebas de fe, todo parece estar en tinieblas, hasta nuestra capacidad para pensar y decidir, pero así también podemos estar más abiertos a la gracia divina y ser revestidos con la fuerza de la debilidad que anuncio Pablo; “Y él me ha dicho: "Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad." Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”. (2Cor, 9-10)

    Ahora bien cuando hablamos de luz y oscuridad, sabemos que Jesús vino a disipar las tinieblas de toda la humanidad, a desterrar la penumbra del pecado y de la muerte con su luz redentora, y hoy en día como discípulos de Cristo, debemos ser en el mundo hijos e hijas de la luz, capaces de irradiar las obras de amor y de misericordia para el prójimo.

   Precisamente la liturgia de este tercer domingo del tiempo Ordinario, nos lleva a seguir el ejemplo y el llamado de Jesús esta vez desde Cafarnaúm, porque a lo largo del Tiempo Ordinario la Iglesia nos invita a reafirmar nuestra fe en Jesús en el ejercicio de su ministerio, predicando el Reino de Dios, proclamando la voluntad amorosa y salvadora del Padre, dándonos vida, amor, sanación  y esperanza.

    En el Evangelio según Mateo, escuchamos las primeras palabras de la predicación de Jesús: «Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos» (Mt 4, 17). De esta manera se va despejando el horizonte para todo aquel que acepta ser su discípulo, definiendo su compromiso de Evangelizar para convertir vidas y trabajando en pro de la instauración del Reino de Dios.

    Avanzando hacia horizontes de luz como evangelizadores, seremos capaces de anunciar como Jesús: “El Reino de Dios está cerca”,  con la Buena Nueva de la salvación, la revelación del amor de Dios hacia el hombre, porque el amor divino es la motivación perfecta para la conversión; “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente”. (Mt 4, 23)



    Jesús llama a sus primeros discípulos Pedro, Andrés, Santiago y Juan, para luego enviarlos a la misión, porque la vocación cristiana se define como “seguimiento a Jesús”, por lo tanto sigamos su ejemplo asumiendo nuestra misión en la Iglesia y en el mundo, aceptando las exigencias y consecuencias de este compromiso; “Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron”. (Mateo 4, 18-20)

   Igualmente estamos llamados a “ver una luz grande” como dice el profeta Isaías, porque la luz siempre, es símbolo de Dios. El brillo inconfundible de lo divino es una oferta continua de salvación y liberación de nuestras tinieblas pero también la luz de Dios, es una llamada a la coherencia de la fe y de permanente conversión; “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció. Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría”.  (Is  9,3)

   Sobre la tarea evangelizadora San Pablo también nos dice: “Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia”. (1 Cor 1, 3.17).  Es decir, no debemos simplemente bautizar a los ya convencidos, sino comunicar a todos la luz del Evangelio. Pablo también exhorta a la comunidad de Corinto a permanecer unidos; Hermanos: Los exhorto, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, a que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar”. (1 Cor 1, 10)

   Precisamente estamos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que concluirá el próximo día 25 de enero, en la fiesta de la Conversión de San Pablo y el Papa Francisco ha dicho “Como cristianos, tenemos la responsabilidad de este mensaje, y debemos testimoniarlo con nuestra vida. Dios bendiga esta voluntad de unión y custodie a todas las personas que caminan por la vía de la unidad y nos ayude “a reflexionar sobre el amor de Cristo que nos empuja hacia la reconciliación”. (Audiencia General; 18-01.-2017).

   Recordemos entonces no basta con ir a misa o ser buena persona, tenemos que anunciar y testimoniar el Evangelio. Que nuestro clamor sea tan fuerte como la luz de Dios, que se abre paso en medio de la oscuridad, así como lo hizo en el primer instante de la creación, cuando dijo “Hágase la Luz. La luz inundó e iluminó todo ese vacío y oscuridad”. (Gén 1, 1-4). 

    Entonces asumamos o perseveremos en la ardua tarea de ser  “pescadores de hombres”, reflexionando sobre aquel primer encuentro con Jesús que transformó nuestra vida, aquella palabra que un día recibimos, que nos motivó a emprender el camino de la salvación remando “mar adentro”, para que cada día, más y más personas conozcan, amen, sigan a Cristo y a corazón abierto proclamen. 

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?. La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía”. Salmo 26

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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