lunes, 9 de enero de 2017

Manifestación de Dios



En la etapa final de la NAVIDAD,  tiempo litúrgico corto pero intenso en su riqueza espiritual, una vez más Dios sale al encuentro de la humanidad, desde Belén y con la ternura de un niño sigue atrayendo hacia a él a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad, los más humildes, los marginados e incluso nos indica la Sagrada Escritura que también cautiva a los sabios, a los científicos de la época que detallando la hermana naturaleza y sorprendidos se dejan guiar por la luz de una resplandeciente estrella que indicaba que algo maravilloso estaba sucediendo, que ya nada sería igual para la historia de la humanidad.

    Por eso según nos relata el evangelista Mateo; “Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de Oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo". (Mt 2, 1-2)

    Así surge la Epifanía, el encuentro entre el Niño Dios y los Magos de Oriente, porque Dios revela a su Hijo a todos los pueblos, Jesús no es sólo el Mesías de Israel, es la Luz para toda la humanidad, como afirma San Casimiro; 

“Festejar la Epifanía es celebrar el regalo, el don que Dios nos envía que es su hijo, quien viene a esta tierra para salvarnos”. 


   En esta celebración, los Magos de Oriente representan al pueblo gentil, no judío, que se encuentra con el Mesías en Belén, junto con José y María. El Rey tan esperado y anhelado, llega a su pueblo con humildad, en pobreza pero con mucho calor y amor familiar.

    Con la adoración de los Reyes Magos, aprendemos que Jesús vino a salvar a todos los hombres y mujeres de diferentes razas y que en nuestro camino particular de apostolado también hay una estrella que nos guía y dóciles, obedientes a ese llamado, debemos seguir en el duro trajinar de la fe y al igual que los Magos de Oriente perseveremos sobre todo cuando la estrella se pierda, ellos nunca dudaron y siguieron a pesar de las dificultades hasta llegar a su encuentro: “Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al Niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.  (Mt 2, 10-12) 

   Así nosotros quizás también tengamos que valorar la importancia de la adoración a Dios y sobre todo de ofrecerle cada día nuestros mejores regalos, tal y como lo explica San Gregorio Magno, que el oro, es la sabiduría; el incienso, es la virtud de la oración y la mirra, es la mortificación de la carne: “Ofreceremos, pues, oro a este nuevo Rey, si resplandecemos delante de él con la luz de la sabiduría; el incienso, si por medio de la oración con nuestras oraciones exhalamos en su presencia olor fragante; y mirra (es como el bálsamo para los difuntos) si con la abstinencia mortificamos los apetitos de la sensualidad”.

   Dios también se manifiesta en el Bautismo de Jesús, en el Río Jordán, con el profeta Juan de testigo, litúrgicamente se trata de una fiesta con la cual finaliza el Tiempo de Navidad, a través de la cual la Iglesia nos invita, a reflexionar para reconocer nuestros pecados y así arrepentidos  renovar esa gracia de Dios, que recibimos en nuestro Bautismo, para poder optar por el Reino de los Cielos. 

   Nos relata el Evangelio que “al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre Él en forma como de paloma  y se oyó una voz desde el cielo”, la voz del Padre que  lo identificaba   como su Hijo, el Dios-Hombre. (Mt. 3, 16-17)

   El bautismo en el Río Jordán fue para Jesús dejar la vida silenciosa de Nazaret y el comienzo de su misión mesiánica, por eso el Papa Francisco recientemente afirmó que a imitación de Cristo todo bautizado debe asumir con fe y valentía su misión evangelizadora: 


“Anunciar el Evangelio con dulzura y firmeza, sin arrogancia o imposiciones, ese es el estilo misionero de los discípulos de Cristo. A imitación de Jesús, pastor bueno y misericordioso, y animados por su gracia, estamos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio alegre que ilumine el camino, que aporte esperanza y amor”. (Ángelus; 08-01-17)

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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