La felicidad es un tema tan interesante
y complejo como la vida misma y a lo
largo de la historia cada generación interpreta la Felicidad a la medida de su
confort y bienestar, casi siempre relacionada con la posesión de bienes
materiales, con cero preocupaciones y problemas.
Pero si tomamos en cuenta como referencia el
Sermón de la Montaña, al comienzo de la vida pública de Jesús y que este domingo IV del Tiempo
Ordinario nos narra el Evangelio de San Mateo (Mt. 5, 1-12), vemos que se
invierten los criterios humanos porque los destinatarios de la verdadera
felicidad son los pobres, los marginados, los que sufren, todos los que tienen
el corazón roto y necesitan de la bondad de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
enseña que “las bienaventuranzas”, dibujan
el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los
fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las
acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas
paradójicas que sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los
discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en
la vida de la Virgen María y de todos los santos”.
(#1717).
Las
Bienaventuranzas son para el hombre y mujer de fe, un programa de vida
revelado por Cristo en el Sermón de la Montaña y nos marca una realidad
paradójica, difícil de entender, que nos conduce hacia la verdadera felicidad,
aquí en la tierra y más allá en el cielo.
En palabras de San Juan Pablo II; “El hombre está hecho para la felicidad. Por tanto, vuestra sed de felicidad es legítima. Cristo tiene la respuesta a vuestra expectativa. Con todo, os pide que os fiéis de Él. La alegría verdadera es una conquista, que no se logra sin una lucha larga y difícil. (…) El Sermón de la montaña traza el mapa de este camino. Las Bienaventuranzas son las señales de tráfico que indican la dirección que es preciso seguir”. (Jornada Mundial de la Juventud de Toronto, 2002)
El
mundo nos habla de poder, autoridad, riqueza, liderazgo mientras Jesús nos
invita a sentirnos “Dichosos, felices, bendecidos y bienaventurados como pobres
de espíritu”. Poniendo nuestra confianza sólo en Dios y no en nosotros mismos. O
como afirma el Papa Emérito Benedicto XVI en su Libro Jesús de Nazaret “Las Bienaventuranzas son promesas en las que
resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las
que “se invierten los valores”.
Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús también
nos invita a seguirle, no es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su
gracia, misericordia y fidelidad. Además con
el Sermón de la Montaña nos explica cuál es el precio de la alegría del
Reino:
“El programa de lucha, para superar con el
bien el mal”: tener alma de pobres, estar afligido, ser paciente, ansiar
justicia, ser misericordioso como Dios lo es, tener el corazón limpio de
impurezas, ansiar la paz, ser y sentirse perseguido por aplicar la justicia y
ley de Dios, ser zaheridos por manifestarse hijos de Dios y hermanos de
Cristo”. (San Juan Pablo II, Homilía; Madrid, 1982)
Jesús ante la realidad social en la cual
comenzó su predicación publica nos invita a cumplir las Bienaventuranzas como
paso previo a la eternidad, porque sabe que todos estamos expuestos al mal, al
pecado, a la injusticia, como lo afirma el Papa Francisco en ocasión de la
apertura del Año Santo de la
Misericordia; “Las Bienaventuranzas marcan lo esencial del Evangelio. Son un reflejo
de lo que Jesús vivió. No podemos ver en ellas una moral, unas normas de
comportamiento. Lo que importa es convencernos de que las Bienaventuranzas son
la experiencia que tiene Jesús de lo que es la vida del hombre y de lo que
merece la pena en la relación con el prójimo. Esta experiencia Jesús la
adquirió en Nazaret”. (08-12-2015)
Vale la pena comparar nuestra vida con las
Bienaventuranzas, como un programa de
vida para alcanzar, La Verdadera Felicidad.
Son ocho recetas para desprendernos del mundo
apasionándonos por la vida, por la dignidad del prójimo y por Dios y
experimentar desde ya la dicha, la felicidad, el gozo de ser Bienaventurados.
Es plenamente cierto, Señor que hemos sido creados para ser
felices.
Que cualquier persona, aún en el infortunio, ama la vida y
busca la felicidad.
Tenemos derecho a ella, es nuestra razón de ser. La buscamos
espontáneamente de corazón.
Tú lo sabes, y en eso has basado tu programa tu primera
predicación, dejando las cosas claras.
Pero sabes también que el camino de la felicidad que nosotros
imaginamos suele ir en otra dirección.
Muéstranos la felicidad bienaventurada del Reino
Que ser pobre, sin ambición, esperándolo todo de Dios, con
confianza infinita, es la mejor de las riquezas.
Y a partir de aquí, todo lo que sigue, incluso en medio de
persecuciones; consuelo, humildad, ilusión y paz. Amen
(Misal claretiano mensual febrero 2008)
Lcda. María Espina de
Duarte
Twitter: @mabelespina
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