domingo, 29 de enero de 2017

La Verdadera Felicidad



La felicidad es un tema tan interesante y complejo como la vida misma y a lo  largo de la historia cada generación interpreta la Felicidad a la  medida de su confort y bienestar, casi siempre relacionada con la posesión de bienes materiales, con cero preocupaciones y problemas.

   Pero si tomamos en cuenta como referencia el Sermón de la Montaña, al comienzo de la vida pública  de Jesús y que este domingo IV del Tiempo Ordinario nos narra el Evangelio de San Mateo (Mt. 5, 1-12), vemos que se invierten los criterios humanos porque los destinatarios de la verdadera felicidad son los pobres, los marginados, los que sufren, todos los que tienen el corazón roto y necesitan de la bondad de Dios. 

   El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “las bienaventuranzas”, dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos”. (#1717).

   Las Bienaventuranzas son para el hombre y mujer de fe, un programa de vida revelado por Cristo en el Sermón de la Montaña y nos marca una realidad paradójica, difícil de entender, que nos conduce hacia la verdadera felicidad, aquí en la tierra y más allá en el cielo.


   En palabras de San Juan Pablo II;  “El hombre está hecho para la felicidad. Por tanto, vuestra sed de felicidad es legítima. Cristo tiene la respuesta a vuestra expectativa. Con todo, os pide que os fiéis de Él. La alegría verdadera es una conquista, que no se logra sin una lucha larga y difícil. (…) El Sermón de la montaña traza el mapa de este camino. Las Bienaventuranzas son las señales de tráfico que indican la dirección que es preciso seguir”. (Jornada Mundial de la Juventud de Toronto, 2002)


   El mundo nos habla de poder, autoridad, riqueza, liderazgo mientras Jesús nos invita a sentirnos “Dichosos, felices, bendecidos y bienaventurados como pobres de espíritu”. Poniendo nuestra confianza sólo en Dios y no en nosotros mismos. O como afirma el Papa Emérito Benedicto XVI en su Libro Jesús de Nazaret “Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que “se invierten los valores”.

   Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús también nos invita a seguirle, no es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia, misericordia y fidelidad. Además con  el Sermón de la Montaña nos explica cuál es el precio de la alegría del Reino:  
       
  “El programa de lucha, para superar con el bien el mal”: tener alma de pobres, estar afligido, ser paciente, ansiar justicia, ser misericordioso como Dios lo es, tener el corazón limpio de impurezas, ansiar la paz, ser y sentirse perseguido por aplicar la justicia y ley de Dios, ser zaheridos por manifestarse hijos de Dios y hermanos de Cristo”. (San Juan Pablo II, Homilía; Madrid, 1982)

   Jesús ante la realidad social en la cual comenzó su predicación publica nos invita a cumplir las Bienaventuranzas como paso previo a la eternidad, porque sabe que todos estamos expuestos al mal, al pecado, a la injusticia, como lo afirma el Papa Francisco en ocasión de la apertura del Año Santo  de la Misericordia;  Las Bienaventuranzas marcan lo esencial del Evangelio. Son un reflejo de lo que Jesús vivió. No podemos ver en ellas una moral, unas normas de comportamiento. Lo que importa es convencernos de que las Bienaventuranzas son la experiencia que tiene Jesús de lo que es la vida del hombre y de lo que merece la pena en la relación con el prójimo. Esta experiencia Jesús la adquirió en Nazaret”. (08-12-2015)

   Vale la pena comparar nuestra vida con las Bienaventuranzas, como  un programa de vida para alcanzar, La Verdadera Felicidad. Son ocho recetas para desprendernos del mundo  apasionándonos por la vida, por la dignidad del prójimo y por Dios y experimentar desde ya la dicha, la felicidad, el gozo de ser Bienaventurados.




Bienaventurada felicidad
Es plenamente cierto, Señor que hemos sido creados para ser felices.
Que cualquier persona, aún en el infortunio, ama la vida y busca la felicidad.
Tenemos derecho a ella, es nuestra razón de ser. La buscamos espontáneamente de corazón.
Tú lo sabes, y en eso has basado tu programa tu primera predicación, dejando las cosas claras.
Pero sabes también que el camino de la felicidad que nosotros imaginamos suele ir en otra dirección.
Muéstranos la felicidad bienaventurada del Reino
Que ser pobre, sin ambición, esperándolo todo de Dios, con confianza infinita, es la mejor de las riquezas.
Y a partir de aquí, todo lo que sigue, incluso en medio de persecuciones; consuelo, humildad, ilusión y paz. Amen
(Misal claretiano mensual febrero 2008)

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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