Una vez más la Palabra de
Dios, nos interpela ante la realidad social que a diario vivimos y que difiere
del mensaje de amor, paz, perdón y reconciliación que Jesús proclama a sus
discípulos, según el relato de San Mateo, correspondiente al Evangelio de este
domingo VII del Tiempo Ordinario.
Como parte de la actual “sociedad
globalizada”, la violencia tiende a enraizarse con odio, sed de venganza,
agresiones verbales o físicas, conflictos, asesinatos, luchas fratricidas, guerras,
ataques terroristas, escaladas de violencia que parecen nunca acabar. De tal
manera que la antigua “Ley del Talión”, del libro del Éxodo (Ex 21,23-35), “Ojo
por ojo, diente por diente”, pareciera estar más vigente que nunca.
Pero Jesús que conoce nuestras reacciones
ante la violencia, va más allá y como Dios y sobre todo como Maestro explica a
sus discípulos que no basta con devolver
el bien por el mal que recibimos, cumplir los mandamientos o no hacer daño.
Claramente nos propone amar a los enemigos, asumiendo y cumpliendo con la nueva
Ley del Amor, porque es el amor el que salva, no sólo la práctica de los
preceptos o mandamientos.
“El amor a los enemigos constituye el núcleo
de la "revolución cristiana", revolución que no se basa en
estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor,
un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don
de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad
misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer
ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor de
Dios y lo difunden incluso a costa de su vida”. (Benedicto XVI; Homilía, 18 de
febrero de 2007).
El Señor propone la purificación del corazón
de todo odio y resentimiento, nos pide erradicar toda reacción de venganza, de
devolver el mal con otro mal, diciendo «No
hagan frente al que los agravia», y profundiza en el amor a los demás: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los
que los odian y rueguen por los que los persiguen y
calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol
sobre los buenos y los malos”. (Mt 5, 44-45)
Según el relato del Evangelio de San Mateo,
Jesús también nos propone a un gran reto como sus discípulos y sobre todo como
cristianos católicos en pleno Siglo XXI,
que seamos compasivos, como es compasivo nuestro Padre del cielo, porque
tan sólo aquellos que no han experimentado el verdadero amor, se aferran a mezquinos resentimientos.
“Si nosotros vivimos según la ley del «ojo por ojo, diente por diente», jamás salimos de la espiral del mal. El Maligno es astuto, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad, ¡sólo la justicia de Dios nos puede salvar! Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo”. (Papa Francisco; Homilía, 15 de septiembre de 2014)
Resulta urgente y necesario hoy en día
recordar y entender que el amor cristiano no debe limitarse a la manifestación
de buenos sentimientos y acciones, sino que debe ser un abandono total, que
rompa las coordenadas de la lógica humana, sin dar lugar al odio, ni de tomar
la venganza por nuestra cuenta, debe vencer el mal con el bien, así como
claramente nos indica el Libro del Levítico; “No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón… No te vengues ni
guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo”. (Lev 19, 17-18).
Particularmente el Catecismo de Iglesia
Católica también indica; «Todos los
fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la
vida cristiana y a la perfección de la caridad». Todos son llamados a la
santidad: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48)
(#2013)
Como no
es fácil amar a nuestros enemigos, desearles el bien a aquellos que
deliberadamente nos ofende y tratan de arruinar nuestra vida, es que necesitamos
orar para alcanzar esa dosis extra de la “Gracia de Dios”. Solos no podemos
superar tantas “barreras humanas” y ser capaces de entender que la Gracia de
Dios nos basta y capacita para saber
optar siempre por el Amor y el Perdón.
Esta es la gran novedad del mensaje evangélico,
ante lo que todo el mundo ofrece, el discípulo tiene que ser diferente como lo fue
Jesús entre los suyos, como nos enseñó desde la Cruz, en medio de tanto
sufrimiento, dolor, rechazo, y odio de quienes lo crucificaban. Jesús no se
deja vencer por el odio, no devuelve un insulto con otro, no profiere amenazas,
tan sólo amó, perdonó y oró por todos los que le rechazaron y condenaron.
“Cristo Jesús hizo siempre lo que agradaba al Padre. Vivió siempre en perfecta comunión con Él. De igual modo sus discípulos son invitados a vivir bajo la mirada del Padre «que ve en lo secreto» para ser «perfectos como el Padre celestial es perfecto»” (Mt 5,48). (Catecismo; #1693)
Los
cristianos podemos hacer realidad lo que parece utopía, porque la justicia
engendra convivencia dignidad, igualdad, respeto, dignidad y paz. De ahí la
relevancia del Evangelio de este domingo VII del Tiempo Ordinario y a pocos
días de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conducirnos en la vida con la nueva
Ley del amor, como afirmó Santa Clara de Asís; "Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio
creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del
Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y
de la vida verdadera, ésa que no tiene fin."
Pidamos al Señor que nos haga entender la
Ley del Amor, para amarnos los unos a
los otros en contra de todo el afán de poder y de tener, que actualmente no
conoce límites y que San Pablo supo interpretar afirmando; “Porque
la sabiduría de este mundo es ignorancia ante Dios, como dice la Escritura:
Dios hace que los sabios caigan en la trampa de su propia astucia.” (1ª Cor 3,
16-23)
Oh Señor purifica nuestro corazón de todo
resentimiento y sed de venganza, ante los perseguidores y calumniadores
enseñanos a ser prudentes y a saber perdonar, porque debemos aprender a ser más
como Tú, con el ejemplo de bondad y
reconciliación. Reflexionando especialmente sobre las palabras del salmista que
te alaba y reconoce como el Buen Dios y Señor, siempre justo, compasivo y misericordioso.
Bendice
al Señor, alma mía que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor,
alma mía, y no te olvides de sus beneficios.
El
Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; El rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de
ternura.
El
Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para
perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros
pecados.
Como
dista el oriente del ocaso, así aleja de
nosotros nuestros delitos; como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama.
(Salmo
102)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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