En armonía con la hermana
naturaleza y como dijo San Juan Crisóstomo avanzamos hacia la Pascua, por el
camino cuaresmal revestidos con la fuerza, el florecimiento, el calor y la luz
de la “Primavera Espiritual”.
En primavera la naturaleza despierta y
renace luego de la rigurosidad del frío invierno y en el plano espiritual la
Iglesia simultáneamente nos invita a una renovación, a un cambio de vida, con
los beneficios propios de la Cuaresma.
De la frialdad de la nieve del pecado el
camino cuaresmal nos conduce al calor y la intensidad del hermano sol de la
conversión, compartiendo con nuestro prójimo el amor misericordioso que sólo
Dios como Padre y Redentor, nos puede dar.
Como peregrinos de la vida terrenal la meta
es alcanzar la Primavera Eterna, la
herencia que nos ofrece nuestro hermano mayor Jesús, con su redención en la
cruz, por lo tanto nos corresponde perseverar en la caridad, en la oración y
sobre todo viviendo en coherencia con las exigencias básicas del Evangelio Así
como afirma el Papa Emérito Benedicto XVI;
“No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino”. (Homilía, 16-09-2005)
No se trata de un cumplimiento formal del
tiempo cuaresmal, aún estamos a tiempo
de experimentar y compartir una verdadera conversión interior, como fruto del encuentro
con Dios. Para así comunicar esa fe renovada y revestida de la luz del amor
divino, asumiendo el reto de nuestro tiempo de hacer cercano el Evangelio,
anunciando y testimoniando la Buena Nueva de la Salvación.
En palabras del Papa Francisco; "Cada encuentro con Jesús nos cambia la
vida". (Homilía; 23-03- 2014). Y precisamente de eso se
trata la principal enseñanza de la liturgia en el inicio de la cuarta semana de
Cuaresma. Porque detallando la Carta
de San Pablo a los Efesios o el Evangelio según San Juan, interpretamos varios interrogantes. ¿Qué lugar ocupa Jesús en la camino de
nuestra vida? ¿Estamos en luz o en
las tinieblas? ¿Qué tipo de ceguera nos
impide avanzar en nuestro compromiso cristiano?
Para responder tomemos en cuenta las
palabras de San Pablo: “En otro tiempo
ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por lo
tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y
la verdad”. (Ef
5, 8-9)
En el Evangelio según San Juan, con la
curación de un ciego de nacimiento el propio Jesús nos ayuda a responder
nuestro autoexamen y nos enseña también a defender y ayudar al prójimo excluido
y despreciado socialmente, él no pasa de largo, sino que asume la voluntad de
Dios ante la necesidad del ciego y las dudas de sus discípulos al indicar
enfáticamente; "Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra e hizo lodo con la
saliva, le untó con ello los ojos y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de
Siloé" (que significa enviado). Fue, se lavó y volvió con vista." (Jn
9, 5-7).
Por
su parte el ciego al encontrarse con Jesús cambia totalmente su vida, después
de una curación en la que él también colaboró,
no sólo es sanado de la vista sino de la fe, al lograr ver más allá de un hecho
milagroso, contempla la misericordia y la gracia de Dios en un dialogo breve
con Jesús; "Jesús oyó que lo habían
expulsado; fue a buscarlo y le dijo: "¿Tú crees en el hijo del
Hombre?" .Él le respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús
le dijo: "Lo estás viendo; es el que habla contigo". Respondió:
"Creo, Señor". Y se puso de rodillas ante él." (Jn
9, 35-38)
Así también como ocurre frecuentemente a
nuestro alrededor, en contraposición a la fe del ciego curado está el corazón endurecido
de los fariseos quienes no aceptan el milagro ni a Jesús como el Mesías. Pero el
ciego, en cambio, sin entrar en discusiones teológicas manifiesta al igual que
la Mujer Samaritana, su experiencia
del encuentro personal con Jesús y comunica su fe: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”.
(Jn 9, 25)
En esta Cuaresma dejemos que Cristo nos “devuelva la vista”, con un corazón arrepentido
y sencillo, revisemos nuestra conciencia y que las palabras de San Pablo; «Caminad como hijos de la luz» (Ef 5, 8), nos
estimulen a seguir recorriendo este
camino de conversión y renovación espiritual, lejos de la soberbia y el
orgullo; “...Porque todo lo que es
iluminado por la luz se convierte en luz. Por eso se dice: “Despierta, tú que
duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”. (Ef
5,14),
Además Jesús es nuestro Pastor y nada nos
faltará, por ser un Dios fiel a sus promesas él está con nosotros todos los
días, con su amor y gracia nos guía y protege para avanzar con seguridad y
valentía, aun en valles oscuros; “Nada
temo porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad”. (Salmo 22)
Recordemos
igualmente las palabras del Señor al Profeta Samuel; “Yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias,
pero el Señor se fija en los corazones". (1Sam 16).
Así también encomendamos especialmente el
camino cuaresmal, nuestra Primavera
Espiritual a María, Reina y Madre, su
oración y ejemplo nos ayuden a testimoniar
los frutos de la luz, “bondad, santidad y verdad”, con
hechos y palabras.
“El ciego ha lavado el barro de sus ojos, y
se ha visto a sí mismo; otros han lavado la ceguera de su corazón, y se han
examinado a sí mismos. De este modo, abriendo exteriormente los ojos de un
ciego, nuestro Señor abre secretamente los ojos de muchos otros ciegos… En
estas pocas palabras del Señor están escondidos tesoros admirables, y en esta
curación, fue esbozado un símbolo: Jesús, hijo del Creador. (San Efrén,
Comentario al Diatessaron, 16, 28-31)
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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