domingo, 9 de abril de 2017

“¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Mt 21,9



El camino cuaresmal nos ubica en la semana más importante del Año Litúrgico y en la más transcendental de la historia de la salvación de la humanidad. La preparación que iniciamos desde el miércoles de Cenizas,  nos lleva  a salir gozosos al encuentro de Cristo, aclamándolo con himnos y cantos, diciendo de todo corazón “Bendito eres, Señor”. (Mt 21,1-11)

   Con la bendición de los ramos iniciamos esta semana de gracia, en la cual la Iglesia Católica nos invita especialmente  a reencontrarnos con el culmen de nuestra fe, celebrando y reflexionando sobre el misterio de la Redención de Cristo, “el Cordero de Dios”, quien padeció, murió y resucitó sólo por amor a nosotros.

   “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. (Juan 3, 16-18)

   Por lo tanto la “Semana Mayor” o “Semana Grande”, debe ser tiempo para el recogimiento, la oración y para meditar sobre el testimonio de Jesucristo, Hijo de Dios que ofrendó su vida en la Cruz, para redimirnos y sobre todo para reflexionar sobre los efectos de esta obra redentora en nuestro compromiso cristiano. 


   “La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el Domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa”. (Catecismo; #560)


   Al igual que los habitantes de Jerusalén, con los Ramos de Olivos que agitaban y colocaban al paso de Jesús como Rey y enviado de Dios, también nosotros con las palmas benditas, reconozcamos el valor de nuestra fe y con ellas proclamemos siempre a Jesús, como el Rey de nuestra vida.

   “La multitud extendió sus mantos por el camino, algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban el camino. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:« ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!». Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: « ¿Quién es éste?». La gente que venía con Él decía «Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea». (Mt 21, 8-11)

    También levantemos nuestras manos para aplaudir, alabar y recibir  espiritualmente al Cristo que pasa a nuestro lado y nos invita a reflexionar sobre su vida, muerte y resurrección, como un sacrificio de alabanza al Padre y de expiación por nuestros pecados, como lo afirma San Pablo; 

   “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz”.  (Flp 2, 6-11)

   La lectura de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo nos invita en este Domingo de Ramos, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en el rechazo y en las torturas a las que fue sometido, para agradecerle por redimirnos y rescatarnos de la muerte, abriéndonos las puertas del Cielo. Y sobre todo para que no seamos como los que recibieron llenos de júbilo a Cristo en Jerusalén cantando Hosanna y luego gritaron enérgicamente que lo crucificaran.

   “En la liturgia del domingo de Ramos, a la exclamación «¡Hosanna!» durante la entrada del Señor en Jerusalén, siguen los gritos: «¡Crucifícalo!» en la Pasión. Las dos expresiones están muy cercanas y manifiestan la inestabilidad del corazón humano. Pidamos al Señor en esta Semana Santa que nos ayude a permanecer en la fidelidad a él. Que nos dé, por eso, la gracia que proviene de su muerte y su resurrección. Una bendición a todos para la Semana Santa”. (Benedicto XVI Ángelus, 17-04 2011)

   Aprendamos del ejemplo del Siervo Doliente como lo describe el Profeta Isaías. (Is 53, 7-8),  de perseverar  con esperanza en el compromiso cristiano, aunque con frecuencia  un día estemos gozosos, llenos de buenas intenciones para seguir a Jesús, pero cuando las cosas se nos pongan difíciles, lo rechacemos, juzgándolo y  crucificándolo como narra la Pasión según San Mateo. 


   “Esta semana comienza con una procesión festiva con ramos de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús. Pero esta semana se encamina hacia el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?”  (Papa Francisco; Homilía: 13 -04 201).


    Sigamos con esperanza y fe los pasos del Señor desde su entrada triunfal a la ciudad santa, pasando por el Calvario hasta vivir su Gloriosa Resurrección, como un ejercicio espiritual que nos permita fortalecernos y renovarnos al calor de la liturgia de la nueva Pascua del Señor.

   Recordando especialmente que el principal propósito de Jesús, fue mostrarnos mediante su testimonio el camino a seguir para acercarnos cada vez más a nuestro Padre Creador, con una vida dedicada a cumplir su voluntad y amando al prójimo, desde la perspectiva de la civilización del amor.

   “Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8)”. (Catecismo; #604) 

    De tal manera que una vez más tenemos la oportunidad de vivir y compartir como Iglesia una nueva Semana Santa, para acompañar a Jesús con oración, sacrificios y el arrepentimiento por nuestros pecados y con la enseñanza particular del Domingo de Ramos o Domingo de la Pasión, el valor de la gloria y del sufrimiento, como fundamento del misterio Pascual.

  “Venid subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada Pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación. Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a nosotros, bajó del Cielo para exaltarnos con Él, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos postrados…Corramos, pues, con Él que se dirige con presteza a la Pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro”.
San Andrés de Creta

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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