El Señor de la Vida, Jesús
Resucitado nos sigue iluminando y acompañando para recordarnos especialmente
que no estamos solos, que no endurezcamos nuestros corazones y que perseveremos
en la fe, orando, comulgando y meditando las Sagradas Escrituras.
La liturgia dominical de la tercera semana
de Pascua nos invita a profundizar en la
alegría de vivir y compartir la Resurrección de Cristo. Por ejemplo en la primera lectura, las palabras de Pedro van orientadas
a buscar el arrepentimiento, porque a todo judío se le abre la puerta de la
conversió, por la gracia del encuentro transformador con el Señor resucitado.
“Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de Él… Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.” (Hch 2, 14. 22-33)
En la segunda lectura San Pedro nos llama a
vivir de una manera coherente entre fe y esperanza, recordando que nuestra
patria definitiva no es terrenal:
“Vivan siempre con temor filial durante su
peregrinar por la tierra. Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir,
heredada de sus padres, los ha rescatado… con la sangre preciosa de Cristo” (1ª Pe 1,
17-21)
En
cuanto al Evangelio San Lucas nos relata El camino a Emaús, con el testimonio
de dos discípulos que abatidos por la tristeza y desconcertados salen de
Jerusalén: “El
mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacía un pueblo
llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo
lo que había sucedido… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se
les acercó y se puso a caminar con ellos”. (Lc 24, 13-15)
Cuantas veces abrumados por los problemas
cotidianos, dudamos y nos sentimos solos y fracasados. Ante tantas caídas y
aparentes derrotas olvidamos que Jesús Resucitado sigue a nuestro
lado y al igual que a los dos discípulos se nos presenta como un peregrino más en
el camino de la vida, pero ni siquiera le podemos reconocer.
“Pero el Cristo que vive encontró muertos los corazones de sus discípulos. Él se apareció ante sus ojos y ellos no le percibieron; Él anduvo por el camino con ellos aparentando seguirles, pero era Él quién les conducía. Ellos le vieron pero no le reconocieron, “porque sus ojos”, dice el texto, “tenían impedido reconocerlo”… La ausencia del Señor no es una ausencia. Solo necesitas creer y Aquel al que no ves, estará contigo”. ” (San Agustín; Sermón 235)
Lucas relata que en el camino entre
Jerusalén y Emaús había aproximadamente once kilómetros de distancia, recorrido
en el cual cada paso compartido entre el Maestro y sus discípulos, fue para
renovar su fe e infundir en ellos, la fuerza de la resurrección. Por eso rechaza
su incredulidad y dureza de corazón, recordándoles la esencia de las Sagradas
Escrituras:
“Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son
ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas!
¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su
gloria?" Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les
explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él.” (Lc 24,25-27)
¡Quédate con nosotros!
Ya avanzado el camino los discípulos
seguramente más animados con las enseñanzas del Maestro, lo invitan a compartir
su pan, pero no sabían que sería Jesús mismo el que luego de enseñar su Palabra
compartiría su “Pan de Vida” con
ellos.
"Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él se les desapareció”. (Lc 24,29-31)
Con este relato de la fracción del pan,
entendemos que el encuentro con Cristo por excelencia siempre será la
Eucaristía, por ser el verdadero signo de comunión del discípulo con su Señor:
“Con todo, recordad, carísimos, cómo el
Señor Jesús quiso ser reconocido al partir el pan por aquellos, cuyos ojos eran
incapaces de reconocerlo. Los fieles comprenden lo que quiero decir, pues
también ellos reconocen a Cristo en la fracción del pan. Porque no cualquier
pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino tan sólo el que recibe la
bendición de Cristo”. (San Agustín).
Los dos discípulos no reconocieron a Cristo
en el peregrino sino en la fracción del Pan, pero en ese momento físicamente Cristo
desaparece para indicarnos, que Él está presente cada vez que celebramos la
Eucaristía, como alimento de vida.
"La doble mesa preparada para nosotros
en la Eucaristía es a la vez la mesa de la Palabra de Dios y la mesa del Cuerpo
del Señor". (Catecismo: #1346)
Digamos como aquellos discípulos, con una
plegaria sencilla y confiada: cada vez al comulgar, ante el sagrario o en
adoración eucarística; ¡Señor
Jesús, quédate con nosotros y mantennos el corazón iluminado y ardiente con tu
palabra y en la Eucaristía!
“Es necesario sentarse a la mesa con el
Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el
sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para
mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios, y a la luz de su amor.
La Eucaristía es la
máxima expresión del don que Jesús hace de sí mismo y es una invitación
constante a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a
Dios y a los demás.” (Benedicto XVI, Homilía, 08-05-2011)
San Lucas sigue relatando detalladamente que ya nada sería igual para
ambos discípulos, ya fortalecidos con el amor y la vida de Jesús Resucitado,
regresan rápidamente a Jerusalén y todos reunidos en comunidad, como Iglesia
naciente confiesan su fe pascual, pues verdaderamente ha resucitado su Señor:
"De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón." Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 33-35)
Así también esta debe ser nuestra tarea, como
los discípulos de Emaús, sigamos adelante caminando como Peregrinos
esperanzados y comprometidos con el fruto de ese encuentro personal e íntimo
con Cristo Resucitado.
Con la certeza que Él está presente en las
buenas, en las malas, en el hombre que camina a nuestro lado y que nos invita a
luchar por nuestra salvación a la luz de la oración, las Sagradas Escrituras y
los sacramentos, caminando juntos como Pueblo de Dios.
“Los discípulos de Cristo deben asemejarse a
Él hasta que él crezca y se forme en ellos.” Por eso somos integrados en los
misterios de su vida: con él estamos identificados, muertos y resucitados hasta
que reinemos con él". (Catecismo; #562)
Particularmente el Papa Francisco nos invita
a entender el camino de Emaús, como nuestro camino de fe, porque el hombre no
está solo en su peregrinación sobre la tierra, Dios nos acompaña siempre en las
Escrituras y la Eucaristía. Por eso es importante asistir con frecuencia a Misa
para orar y comulgar, clamando como el Salmista “Enséñanos, Señor, el camino de la
vida”. (Salmo 15). E invocar también la amorosa intersección de Nuestra
Madre y Reina María, peregrina de vida.
“Por intercesión de María Santísima, roguemos para que todo cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la Misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformante con el Señor, con el Señor resucitado, que está con nosotros siempre. (Papa Francisco, Regina Coeli, 05-05- 2014)
Lcda.
María Espina de Duarte
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