domingo, 30 de abril de 2017

Peregrinos en el camino de la vida



El Señor de la Vida, Jesús Resucitado nos sigue iluminando y acompañando para recordarnos especialmente que no estamos solos, que no endurezcamos nuestros corazones y que perseveremos en la fe, orando, comulgando y meditando las Sagradas Escrituras. 

    La liturgia dominical de la tercera semana de Pascua nos invita a profundizar  en la alegría de vivir y compartir la Resurrección de Cristo. Por ejemplo en la  primera lectura, las palabras de Pedro van orientadas a buscar el arrepentimiento, porque a todo judío se le abre la puerta de la conversió, por la gracia del encuentro transformador con el Señor resucitado.


  “Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de Él… Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.” (Hch 2, 14. 22-33)


  En la segunda lectura San Pedro nos llama a vivir de una manera coherente entre fe y esperanza, recordando que nuestra patria definitiva no es terrenal: 

  “Vivan siempre con temor filial durante su peregrinar por la tierra. Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir, heredada de sus padres, los ha rescatado… con la sangre preciosa de Cristo” (1ª Pe 1, 17-21)

    En cuanto al Evangelio San Lucas nos relata El camino a Emaús, con el testimonio de dos discípulos que abatidos por la tristeza y desconcertados salen de Jerusalén:El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacía un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos”.  (Lc 24, 13-15)

   Cuantas veces abrumados por los problemas cotidianos, dudamos y nos sentimos solos y fracasados. Ante tantas caídas y aparentes derrotas olvidamos que Jesús Resucitado sigue a nuestro lado y al igual que a los dos discípulos se nos presenta como un peregrino más en el camino de la vida, pero ni siquiera le podemos reconocer. 


   “Pero el Cristo que vive encontró muertos los corazones de sus discípulos. Él se apareció ante sus ojos y ellos no le percibieron; Él anduvo por el camino con ellos aparentando seguirles, pero era Él quién les conducía. Ellos le vieron pero no le reconocieron, “porque sus ojos”, dice el texto, “tenían impedido reconocerlo”… La ausencia del Señor no es una ausencia. Solo necesitas creer y Aquel al que no ves, estará contigo”. ” (San Agustín; Sermón 235)


   Lucas relata que en el camino entre Jerusalén y Emaús había aproximadamente once kilómetros de distancia, recorrido en el cual cada paso compartido entre el Maestro y sus discípulos, fue para renovar su fe e infundir en ellos, la fuerza de la resurrección. Por eso rechaza su incredulidad y dureza de corazón, recordándoles la esencia de las Sagradas Escrituras: 

   “Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?" Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él.” (Lc 24,25-27)

   ¡Quédate con nosotros!

   Ya avanzado el camino los discípulos seguramente más animados con las enseñanzas del Maestro, lo invitan a compartir su pan, pero no sabían que sería Jesús mismo el que luego de enseñar su Palabra compartiría su “Pan de Vida” con ellos. 


   "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él se les desapareció”. (Lc 24,29-31)


   Con este relato de la fracción del pan, entendemos que el encuentro con Cristo por excelencia siempre será la Eucaristía, por ser el verdadero signo de comunión del discípulo con su Señor:

   “Con todo, recordad, carísimos, cómo el Señor Jesús quiso ser reconocido al partir el pan por aquellos, cuyos ojos eran incapaces de reconocerlo. Los fieles comprenden lo que quiero decir, pues también ellos reconocen a Cristo en la fracción del pan. Porque no cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino tan sólo el que recibe la bendición de Cristo”. (San Agustín).

   Los dos discípulos no reconocieron a Cristo en el peregrino sino  en  la fracción del Pan,  pero en ese momento físicamente Cristo desaparece para indicarnos, que Él está presente cada vez que celebramos la Eucaristía, como alimento de vida.
 
   "La doble mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la mesa de la Palabra de Dios y la mesa del Cuerpo del Señor". (Catecismo: #1346)

   Digamos como aquellos discípulos, con una plegaria sencilla y confiada: cada vez al comulgar, ante el sagrario o en adoración eucarística;  ¡Señor Jesús, quédate con nosotros y mantennos el corazón iluminado y ardiente con tu palabra y en la Eucaristía!

   “Es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios, y a la luz de su amor. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de sí mismo y es una invitación constante a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás.” (Benedicto XVI, Homilía, 08-05-2011)

    San Lucas sigue relatando  detalladamente que ya nada sería igual para ambos discípulos, ya fortalecidos con el amor y la vida de Jesús Resucitado, regresan rápidamente a Jerusalén y todos reunidos en comunidad, como Iglesia naciente confiesan su fe pascual, pues verdaderamente ha resucitado su Señor: 


   "De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón." Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 33-35)


   Así también esta debe ser nuestra tarea, como los discípulos de Emaús, sigamos adelante caminando como Peregrinos esperanzados y comprometidos con el fruto de ese encuentro personal e íntimo con Cristo Resucitado. 

   Con la certeza que Él está presente en las buenas, en las malas, en el hombre que camina a nuestro lado y que nos invita a luchar por nuestra salvación a la luz de la oración, las Sagradas Escrituras y los sacramentos, caminando juntos como Pueblo de Dios.
 
   “Los discípulos de Cristo deben asemejarse a Él hasta que él crezca y se forme en ellos.” Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él". (Catecismo; #562)

   Particularmente el Papa Francisco nos invita a entender el camino de Emaús, como nuestro camino de fe, porque el hombre no está solo en su peregrinación sobre la tierra, Dios nos acompaña siempre en las Escrituras y la Eucaristía. Por eso es importante asistir con frecuencia a Misa para orar y comulgar, clamando como el Salmista “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. (Salmo 15). E invocar  también la amorosa intersección de Nuestra Madre y Reina María, peregrina de vida.






   “Por intercesión de María Santísima, roguemos para que todo cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la Misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformante con el Señor, con el Señor resucitado, que está con nosotros siempre. (Papa Francisco, Regina Coeli, 05-05- 2014)


Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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