domingo, 16 de abril de 2017

Triduo Pascual: Sábado Santo:



Testigos de la Verdad

   El Sábado Santo es un día de luto, silencio y de espera vigilante de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, quien ha bajado al lugar de los muertos para vencer la muerte y alcanzar nuestra salvación, por eso clamamos esperanzados como el salmista:


  “Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor”. Salmo 30


   Así como lo profesamos frecuentemente en la oración del Credo, nuestra fe se fundamenta que Cristo murió crucificado, pero que también resucitó y por lo tanto, esperanzados nos preparamos cada noche de Sábado Santo, a la celebración de la Vigilia Pascual.

   “Esta noche es noche de vigilia. El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad”. (Papa Francisco; Vigilia Pascual, 04-04 2015)

   Recordemos que la vigilia pascual es esencialmente una larga celebración de la Palabra de Dios y de oración, que comprende de la Celebración del fuego nuevo, Liturgia de la Palabra, Liturgia Bautismal y Eucaristía.

    Cada Sábado Santo la Iglesia nos invita especialmente a imitar a la Virgen María, la Madre Dolorosa pero también la madre que confió en la fuerza del amor de Dios, que  hizo pasar al pueblo de Israel a través del Mar Rojo y que hizo pasar victorioso a Jesús, a través del abismo de la muerte y de los infiernos hacia la gloriosa resurrección.


   “La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en las tinieblas que envuelven el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas» (San Juan Pablo II; 2151997)


    Espiritualmente permanezcamos juntos al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su Resurrección.



   Durante el tiempo que Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo "no conoció la corrupción".  (Hch. 13,37). (Catecismo: 630)
 
     Como testigos de la verdad y de la vida, continuemos nuestro camino hasta la Pascua, complementando nuestro Triduo Pascual con la certeza que la muerte en cruz, no tiene la última palabra. 


    “En la cruz… ¿fue Cristo el que murió… o fue la muerte la que murió en Él? ¡Oh, qué muerte… que mató a la muerte!”, San Agustín.



Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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