Testigos de la Verdad
El Sábado Santo es un día de luto, silencio
y de espera vigilante de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, quien ha
bajado al lugar de los muertos para vencer la muerte y alcanzar nuestra
salvación, por eso clamamos esperanzados como el salmista:
“Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor”. Salmo 30
Así como lo profesamos frecuentemente en la
oración del Credo, nuestra fe se fundamenta que Cristo murió crucificado, pero
que también resucitó y por lo tanto, esperanzados nos preparamos cada noche de
Sábado Santo, a la celebración de la Vigilia
Pascual.
“Esta noche es noche de vigilia. El Señor no
duerme, vela el guardián de su pueblo (Sal 121,4), para sacarlo de la
esclavitud y para abrirle el camino de la libertad”. (Papa Francisco; Vigilia
Pascual, 04-04 2015)
Recordemos que la vigilia pascual es
esencialmente una larga celebración de la Palabra de Dios y de oración, que
comprende de la Celebración del fuego nuevo, Liturgia de la Palabra, Liturgia
Bautismal y Eucaristía.
Cada
Sábado Santo la Iglesia nos invita especialmente a imitar a la Virgen María, la
Madre Dolorosa pero también la madre que confió en la fuerza del amor de Dios,
que hizo pasar al pueblo de Israel a
través del Mar Rojo y que hizo pasar victorioso a Jesús, a través del abismo de
la muerte y de los infiernos hacia la gloriosa resurrección.
“La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en las tinieblas que envuelven el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas» (San Juan Pablo II; 21‑5‑1997)
Espiritualmente permanezcamos juntos al
sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los
infiernos y esperando en oración y ayuno su Resurrección.
“Durante el tiempo que Cristo permaneció en
el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo,
separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto
de Cristo "no conoció la corrupción". (Hch. 13,37). (Catecismo: 630)
Como testigos de la verdad y de la vida,
continuemos nuestro camino hasta la Pascua, complementando nuestro Triduo
Pascual con la certeza que la muerte en cruz, no tiene la última palabra.
“En la cruz… ¿fue Cristo el que murió… o fue la muerte la que murió en Él? ¡Oh, qué muerte… que mató a la muerte!”, San Agustín.
Twitter:
@mabelespina
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