Pasión Redentora
El Viernes Santo de la Pasión Redentora de
Nuestro Señor Jesucristo es un día de pocas palabras y profunda meditación,
porque todo esta dicho en el máximo ejemplo de amor y salvación, que refleja el
cuerpo sufriente de nuestro salvador.
Como afirma Jesús llegó «su hora» (Jn 2, 4) y a
nosotros nos corresponde contemplar, adorar, agradecer y renovar nuestra fe,
cara a cara con el crucificado.
“¡Por nuestra causa fue crucificado! Al morir, Jesús se ha sumido en la experiencia dramática de la muerte tal como ha sido configurada por nuestros pecados; pero, muriendo, Jesús ha llenado de amor el morir y, por tanto, ha colmado a la muerte de la fuerza opuesta al pecado que la ha generado: Jesús la ha llenado de amor. (Benedicto XVI; Vía Crucis 2006)
No se trata de meditar sobre un simple acto
histórico y triste, tenemos que dar un paso más allá, para ahondar
interiormente sobre la certeza del poder que tiene el amor de Dios sobre todos
nosotros, pese al pecado o a la
incredulidad que frecuentemente experimentamos.
En palabras de San Antonio de Padua: “Cristo,
que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz
como en un espejo… Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son
tu dignidad… y tu valor… En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor
cuenta de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz”. (Sermones
Dominicales, pp. 213-214).
En la vía dolorosa que recorre Jesús
desde su detención en el Huerto de Los
Olivos hasta el Gólgota, Jesús nos lo da TODO, no se reserva nada y cada gesto,
palabra y acción del Siervo Doliente,
trasciende por su justo significado y valor.
“La Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a toda la humanidad sus fecundos efectos, que hoy celebra, dando gracias por tan inefable don, e intercede por la salvación de todo el mundo”. (CO, 312).
Ofrenda su cuerpo y su sangre, previamente
en la última Cena nos deja la Eucaristía y el mandamiento nuevo del amor y del
servicio y ya desde la cruz nos entrega a María, como Madre nuestra y cuando sólo le
quedaba su espíritu, antes de morir, lo pone en manos del Padre. (Lc 23, 46)
“Brazos rígidos y yertos, por
dos garfios traspasados, que aquí estáis, por mis pecados, para recibirme
abiertos, para esperarme clavados.
Quiero en la vida seguirte y
por sus caminos irte alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo y muriendo
bendecirte.
Que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida; que ame tu ciencia y tu luz; que vaya, en fin, por
la vida como tú estás en la cruz:
De sangre los pies cubiertos, llagadas de amor
las manos, los ojos al mundo muertos y los dos brazos abiertos para todos mis
hermanos. Amén. (Himno: Liturgia de las Horas)
Con Jesús en el calvario el tiempo se
detiene en el acto más sagrado de la historia de nuestra salvación, donde se
refleja como sucedió en Belén, la manifestación misericordiosa del amor divino
y humano sobre al pecado, la desesperanza y la muerte.
“Debemos gloriarnos en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo, porque en él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra
resurrección, y por él fuimos salvados y redimidos”. (Gálatas 6, 14)
Con las palabras de San Pablo contemplamos la
grandeza de la Pasión Redentora de Jesús que aflora desde el madero, así como
cada Viernes Santo, la Iglesia nos invita a reflexionar con la liturgia de la
Palabra, la Adoración de la Cruz y la comunión. No hay más rito inicial que la
postración, rostro a tierra, del sacerdote y los ministros y una oración
universal.
Oración: Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti. (Santa Teresa de Calcuta)
En medio de las tinieblas que envuelven el
Viernes Santo y que también nos entorpecen la fe día a día recordemos especialmente
que hay un consuelo maternal, no olvidemos que Al pie de la cruz está María, alentando y consolando al Hijo
Redentor y a toda la humanidad: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y
la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús,
viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”. (Jn 19,25-27)
En el drama del Calvario, a Nuestra Madre María
la sostiene la fe, que se fortaleció desde la Anunciación hasta la Ascensión
del Señor, que su modelo de oración, silencio y valentía nos ayuden a
prepararnos para la gloriosa pascua
“En el recorrido de la «Vía de la Cruz», déjate llevar de la mano de María: pídele una brizna de su humildad y docilidad, para que el amor de Cristo crucificado entre dentro de ti y reconstruya tu corazón a medida del corazón de Dios”. . (Benedicto XVI; Vía Crucis 2006)
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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