Fiesta de la Alegría Eterna
La celebración litúrgica de la Ascensión del
Señor nos plantea cada año, la oportunidad de recordar el compromiso que
tenemos de Evangelizar y también nos revela el verdadero camino por recorrer hacia
la patria celeste, así como lo describe San Cirilo de Alejandría; “Es
Cristo quien inaugura para nosotros este sendero hacia las alturas
Él fue
el primer hombre que penetra en las moradas celestiales… Así, pues, Nuestro
Señor Jesucristo inaugura para nosotros este camino nuevo y vivo”
Tradicionalmente el jueves siguiente al domingo
sexto de Pascua se celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, al cumplirse
los cuarenta días de la Resurrección, pero por motivos pastorales en algunos
países se traslada al Domingo VII de Pascua.
Al
igual que los Apóstoles contemplamos maravillados el momento glorioso de la Ascensión, como anticipo
de vivir definitivamente en la presencia de Dios, aspirando al cielo, luchando como
lo hizo Jesús, porque merece la pena intentarlo todo por alcanzar la meta celestial:
“La Ascensión es, por tanto, un gran mensaje
de esperanza. El hombre de nuestro tiempo, que, a pesar de sus conquistas
técnicas y científicas, de las que se enorgullece con razón, corre el riesgo de
perder el sentido último de su existencia, encuentra en este misterio la
indicación de su destino. La humanidad glorificada de Cristo es también nuestra
humanidad: Jesús, en su persona, ha unido para siempre a Dios con la historia
del hombre, y al hombre con el corazón del Padre celestial”. (San Juan Pablo
II: Regina Coeli, 15-05-1994)
La Ascensión es la fiesta de Cristo
glorificado, es el anticipo de la fiesta
de la Alegría Eterna para todos los creyentes y por lo tanto la
Iglesia nos invita a vivir una fe activa. A comprometernos con la misión de
Jesús, no debemos estar paralizados
mirando sólo al cielo, olvidando al Cristo que busca resucitar en el prójimo
sufriente que habita a nuestro lado:
“Él (Jesús) ha sido elevado ya a lo más alto
de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las
fatigas que experimentan sus miembros… Por qué no trabajamos nosotros
también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad
que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos? Él está con nosotros
por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos
realizar esto como él por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor
hacia él. (San Agustín; Sermón 98)
En el Tiempo Pascual celebramos
el paso triunfal de Cristo Resucitado sobre la muerte ahora con la
Ascensión, festejamos su exaltación y entronización
como Rey y Señor del mundo, sentado a la derecha del Padre, punto culminante de su misión salvífica
terrenal.
“Como Señor, Cristo es también la cabeza de
la Iglesia que es su Cuerpo. Elevado al Cielo y glorificado, habiendo cumplido
así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente
de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia”. (Catecismo; #669)
Con la Ascensión de Cristo se inicia la
labor de los Apóstoles, es el comienzo de la obra de evangelización de la
Iglesia Católica, porque toda la humanidad debe ser consagrada al Padre, al
Hijo y al Espíritu por el Bautismo, así como afirma San Gregorio Magno: “En
cuanto Nuestro Señor subió a los cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y,
confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas”.
La Ascensión
del Señor es compromiso, es una invitación, un llamado formal de
evangelización, tal y como lo narra San Mateo en su evangelio:
“Vayan, pues, y hagan discípulos de todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo
estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».” (Mt 28, 19-20)
Esta es la misión de la Iglesia Católica que
desde entonces defiende y proclama el triunfo de Jesús, el Dios con nosotros
que por amor derrotó la muerte, venció el mal y nos abrió el camino de la
salvación eterna. O como dice San Pablo que Jesús ahora junto a Dios, “el
Padre de la gloria, sentado a su diestra en los Cielos”, nos sigue
guiando, sometiendo todas las cosas bajo sus pies y constituyéndole “Cabeza
suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo no sólo en este mundo, sino en
el futuro”. (San Pablo a los Efesios 1, 17-23)”.
Como parte de la misión
evangelizadora de la Iglesia, anualmente en la Solemnidad de la Ascensión,
también celebramos desde 1967 y por expresa voluntad del Concilio
Vaticano II, la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, y en este año el Mensaje del Papa Francisco se titula:
«No
temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5)- “Comunicar esperanza y confianza en
nuestros tiempos”.
En el cual Su Santidad nos
invita a compartir “comunicación constructiva”, aprovechando el desarrollo y
alcance de las nuevas tecnologías, dejando a un lado el boom informativo del
fatalismo y el odio, para transmitir alternativamente informaciones marcadas con la
“lógica de la buena noticia”.
“En Cristo, Dios se ha hecho solidario con
cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos
un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is
43,5):…Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se
convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el
momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y
suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse,
manos listas para construir”. (Papa Francisco, Mensaje para la 51ª Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales)
Jesús asciende victorioso y se
sienta a la derecha del Padre, pero, su misión, la sigue llevando
adelante su cuerpo visible que es la Iglesia, en la cual todos estamos llamados
a participar cada día con fe, perseverancia, gozo y esperanza, recordando
especialmente la promesa de Jesús y las palabras de los ángeles a los apóstoles
narradas por San Lucas:
“Jesús contestó: —«No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha
establecido con su autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que
descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra».
Dicho esto, lo vieron elevarse, hasta que
una nube lo ocultó de la vista de ellos. Mientras miraban fijamente al cielo,
viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les
dijeron: —
«Galileos, ¿por qué permanecen mirando al cielo? El mismo Jesús que los ha
dejado para subir al cielo volverá como lo han visto partir»”. (Hch 1, 1-11)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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