sábado, 17 de junio de 2017

Adoremos al Amor de los amores…



   Cada jueves o domingo después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, para honrar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, es decir ponemos en práctica las palabras de San Antonio María Claret; “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella día y noche adoraré a Dios con un culto espiritual”.

   La solemnidad del Corpus Christi comenzó a celebrarse con un Movimiento Eucarístico en 1246, en Lieja, Bélgica, después en 1264 el Papa Urbano IV decretó la fiesta, pero fue el Papa Clemente V en el concilio general de Viena (1311), quien extendió oficialmente la solemnidad para el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía  a toda la Iglesia. 

    Para nuestra fortaleza y esperanza tenemos la presencia real y sacramental de Cristo en el Sagrario, por lo tanto si lo adoramos, nos ejercitarnos en el silencio, la meditación, la alabanza, la contemplación  y sobre todo en la oración, porque en la oración “el amor es el que habla”, como dijo Santa Teresa. 

   Jesús se ha quedado como alimento eucarístico y el sagrario que más anhela es un corazón de carne y hueso, para ser comulgado con devoción y amor, para hacerse uno en el alma de cada creyente.





   La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, S. Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente”. (Catecismo; #1381)


     Para el Papa Benedicto XVI  la solemnidad del Corpus Christi,  nació con la finalidad de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en al Santísimo Sacramento de la Eucaristía”.

    Jesús nos sigue amando hasta el extremo, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre, aprovechemos la festividad del Corpus Christi para seguir cara a cara con el Señor, quien desde la Hostia Consagrada siempre nos precede desde la custodia o el sagrario, morando en silenció y humildad, pero conservando su divinidad y poderoso amor para nuestra bendición y fortaleza. 

   “Si ustedes son perezosos y tardos para las cosas espirituales, fortalézcanse con este Alimento Celestial, y serán fervorosos. Finalmente, si se sienten quemados por la fiebre de la impureza, vayan al banquete de los ángeles, y la Carne sin mancha de Cristo los hará puros y castos”. (San Cirilo de Alejandría).

   En esta festividad del Corpus Christi, no solamente celebramos la Eucaristía; al salir Jesús en procesión por las calles de nuestras ciudades, también estamos expresando el valor de su sacrificio por su presencia real en la Eucaristía, por la salvación del mundo entero y el cumplimiento de su promesa de estar con nosotros, “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).


   “La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5). (Catecismo; #1324)


Sacramento de amor

    En la Comunión Eucarística, el creyente come el pan y el vino, que al ser  consagrados se han transformado substancialmente en Cuerpo y Sangre de Cristo, es decir, recibe a Cristo y entra en comunión con Él. De ese modo Cristo, muerto y resucitado, es para el creyente Pan de Vida y le abre el horizonte de la participación en la vida eterna.
 
   “En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida…Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre»”. (Jn 6, 51-59)

   La Eucaristía es la comida y la bebida que transforma la vida del creyente y  es la máxima expresión del AMOR que Jesús siente por cada uno de nosotros y toda la humanidad:


   “La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma”. Papa Benedicto XVI (Homilía; 22-05-2008)


    La eucaristía es la memoria de un Cristo que entregó su vida libremente, para salvar a la humanidad y para poder celebrar la eucaristía con dignidad cristiana, debemos sentirnos reconciliados con Dios y con todos los hombres:

   “En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Con este “viático” lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz”. Papa Francisco (Homilía; 04-06-2015)

   La Eucaristía más que una obligación es una necesidad, vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua; en comunión admirable con Dios, donde adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias y reparamos los pecados cometidos.


   “En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar". (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 5). (Catecismo: #1327)


   Perseveremos entones orando, adorando, alabando y sobre todo amando a quien siendo Dios, se hace Pan de vida y no se cansa de amarnos y de esperarnos para brindarnos un caudal de bendiciones desde su presencia eucarística, donde permanece para acompañarnos, guiarnos y sobre todo para nutrirnos con su amor, que redime y sana.

   Decía San Alfonso María de Ligorio- “Tened por cierto - que el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día.” 


Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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