San Pedro y San Pablo
Celebramos la Solemnidad de San Pedro y San
Pablo, “Pilares de la Iglesia y Heraldos del Evangelio de Dios”. Dos
hombres ordinarios transformados en personas extraordinarias por la gracia de
Dios y por su encuentro personal con Cristo.
Así como lo indica el prefacio del día:
“En los apóstoles Pedro y Pablo has querido
dar a tu Iglesia un motivo de alegría. Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo el maestro insigne que la interpretó. Aquél fundó la primitiva Iglesia
con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma,
Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo y a
los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.
En este día la Iglesia católica vuelve sus
ojos hacia el nuevo Pedro, también es el Día del Papa Francisco, que continúa
el ministerio apostólico de confirmar en la fe a los hermanos y quien
particularmente ha dicho sobre los dos apóstoles:” Solo quien vive en Cristo
promueve y defiende a la Iglesia con la santidad de vida, a ejemplo de Pedro y
Pablo”.
El pescador de Galilea
Todo comenzó a orillas del Mar de Galilea,
donde Jesús invitó a seguirle a dos hermanos pescadores, Pedro y Andrés: “Caminando
por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su
hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice:
«Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres" (Mt 4,18-19)
Desde ese encuentro fe y obediencia,
caracterizan al humilde pescador de Galilea, sobre quien Jesús Resucitado
fundamentó su Iglesia. “Le
dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de
que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes
todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.”
Jn.
21: 15-1
Simón, nombre original de
Pedro, aparece en los cuatro evangelios,
donde también abundan los relatos donde se evidencia los distintos
contrastes de su personalidad.
Pedro es el discípulo que confiesa al Mesías (Mc 8, 27-30) y es agraciado con
grandes promesas: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos
a ustedes como trigo que se limpia; .pero yo he rogado por ti para que tu fe no
se venga abajo. Y tú, cuando hayas vuelto, tendrás que fortalecer a tus
hermanos". (Mt 16, 17-19; Lc 22, 31). Por
otra parte, es el discípulo al que Jesús rechaza como «Satanás» (Mc 8, 31-33). También
aparece como “hombre de poca fe”. (Mt 14,
28-3), al caminar y hundirse en las aguas.
Según el santo Evangelio unas semanas antes
de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus
tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan quienes plenamente gozaron
un anticipo del cielo: "Tomando Pedro la palabra, dijo a
Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. (Mt 17,4)
Pedro es el que niega a Jesús (Mc 14, 29-31, 53-54, 66-72 par.).
Aparece arrogante. «Aunque todos se escandalizan de ti, yo jamás me escandalizaré» (Mt 26, 33); Temerario: «Simón Pedro desenvainó la espada...» (Jn 18, 10), Cobarde pero también
arrepentido «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces; y saliendo fuera,
lloró amargamente» (Mt 26, 70) Y al resucitar el Maestro, Pedro fue uno
de los primeros en correr desconcertado hasta el sepulcro vacío: "Pedro,
sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro; se agachó y no vio más que
los lienzos. Así que volvió a casa preguntándose lo que había pasado." Lc
24, 12).
Este
recorrido breve pero sustancioso sobre la vida de Pedro en los evangelios, nos
enseña que a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la
santidad, porque nos conoce bien y sabe de los que somos capaces. A pesar de
todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión y guiado por el
Espíritu Santo logró llevar adelante la obra de la evangelización, sin miedo a
la muerte y al martirio, en el contexto social del imperio pagano.
Hoy más que nunca reconocemos a Pedro, como
el primado de los obispos, Papa de la cristiandad quien ejerció su apostolado en
términos de unidad, caridad, servicio y humildad. Ayer fue Benedicto XIV, antes
Juan Pablo II, ahora Francisco, son los sucesores de Pedro que Dios ha colocado
como guías y pastores para que su Iglesia
siga recorriendo las huellas de Jesús.
“Apóstol de los gentiles”
De camino a Damasco cambió radicalmente la
vida de Pablo, el mismo Saulo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y asesino de
cristianos. Era judío, hebreo de nacimiento y su nombre Saulo era en
honor del primer rey de Israel, Saúl.
A diferencia
del pescador de Galilea, Pablo, no conoció a Jesús durante su vida terrena en
Jerusalén o por los caminos de Galilea. Él fue conquistado por la gracia divina
en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol
de los gentiles, viajando y predicando, fruto de su conversión luego de encontrarse con Jesús Resucitado: “Y
sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le
rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo,
Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó
que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate;
entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer". (Hch 9,
3-9)
Incluso la Iglesia contempla litúrgicamente la Fiesta de la Conversión de San Pablo, cada 25
de enero. Porque fue Cristo quien
derrotó en él al fariseo y lo transforma para entregarse sin reservas a la
causa del Evangelio. Además cuando Saulo se levantó estaba ciego,
pero en su alma brillaba ya la luz de Cristo.
El ciego Saulo fue instruido en la fe y al
tercer día bautizado por Ananías, para luego ser constituido «apóstol» como los
Doce y poder afirmar, dirigiéndose a los
Gálatas: «Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su
gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los
gentiles» (Ga 1, 15-16).
El llamado “Apóstol de los gentiles o de las
gentes”, es decir, de las naciones era un ciudadano romano, lo que concedía
tener derechos civiles únicos, era versado en el idioma y la filosofía griega.
Por eso, Dios vio en él “un vaso escogido” (Hch 9:15) y
logro recorrer toda Europa y Asia menor, pasando por Antioquía, Chipre, Éfeso,
Listra, Derbe, Corinto, Filipos, Tesalónica, Jerusalén,
Roma y muchas otras ciudades.
Pablo predicaba que Jesús es el salvador de
todos los pueblos, lo que fue motivo de mucho sufrimiento y persecución y
gracias a su apasionamiento y compromiso con la predicación, el cristianismo se
extendió hasta en los pueblos que no eran judíos.
“En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar «trabajos…, cárceles…, azotes; peligros de muerte, muchas veces…Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué… Viajes frecuentes; Peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. (Pablo de Tarso, La Revolución de Dios, Benedicto XVI, 25 Octubre, 2006)
Aprendamos de San Pablo ante todo la
importancia de la conversión, dejando nuestra vida antigua de pecado para
comenzar una vida dedicada a la santidad, a las obras de misericordia y al
apostolado:
“Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al
presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó
a sí mismo por mí”. (Gal 2, 20)
También asumamos su ejemplo de valentía y
apasionamiento para cumplir la labor evangelizadora, porque en San Pablo
tenemos una fuerte llamada a la oración, a la fe y al testimonio: “Proclama
la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda
paciencia y doctrina”. (2 Tim 4, 2)
Con San Pedro y San Pablo, estamos llamados
a imitar sus ejemplos de fe y santidad, asumiendo el testimonio de sus vidas
entregadas hasta el martirio para proclamar la Palabra de Dios. Recordemos que
a Pedro lo crucificaron y a Pablo lo decapitaron, por ser un ciudadano romano
no lo podían crucificar.
Que al celebrar esta fiesta de la
catolicidad, en honor de Pedro y de Pablo, sus ejemplos de santidad nos impulsen
a una nueva evangelización, practicando la
Palabra de Dios, pero sobre todo como proclamadores de los valores del
evangelio.
Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.
Pedro, llaves; Pablo, andanzas.
Y un trotar por los caminos
Con cansancio en las pisadas.
(Himno de la Liturgia de las Horas)
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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