Encaminados en la décima tercera semana del
Tiempo Ordinario, la liturgia nos invita a reflexionar sobre las exigentes
palabras de Jesús a sus apóstoles:
“El que ama a su padre o a su madre más que
a mí, no es digno de Mi; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es
digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que no
toma su cruz y me sigue no es digno de mí”. (Mt 10, 37-38)
Estas palabras del Maestro conllevan el
compromiso de asumir la Cruz como
instrumento radical de salvación, no solamente en la formalidad de la
religiosidad, sino avanzando en la vida tras los pasos del Señor, porque sacrificar
muchas veces padres, hijos, familia, implica cargar la cruz desde el amor.
Según relata el evangelio se trata del
discurso misionero de Cristo, preparando a sus discípulos para el cumplimiento
de la misión evangelizadora hasta las últimas consecuencias, en defensa del
evangelio:
“El que trate de salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí, y el que recibe a mí recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá recompensa de justo”. (Mt 10, 39-42)
Pero este llamado radical y apasionado, “Toma
tu cruz y sígueme” no se quedó
en el pasado y Cristo sigue cruzándose en la vida de muchos hombres y mujeres, invitándolos
a seguirlo con las exigencias propias de renuncia, pobreza, sacrificio y sobre
todo amor.
Muchas veces el compromiso cristiano se pone
verdaderamente de manifiesto durante las pruebas, sobre todo si nos corresponde
asumir la opción del seguimiento cristiano en realidades sociales adversas a la
paz, la justicia, la libertad y el respeto de los Derechos Humanos, así como
ocurre en Venezuela y en otros países del mundo.
“Pan de vida para Venezuela”
La fe en Cristo Resucitado conlleva un valor
agregado en las adversidades y en las crisis sociales, para asumir y proclamar
desde la opresión plenamente las palabras del salmista; “Proclamaré sin cesar la
Misericordia del Señor”. Salmo 88
Precisamente nos corresponde proclamar a los
católicos venezolanos hoy más que nunca que contamos con la Misericordia de
Dios, para resistir, defender y perseverar en la oración y acción, por una
nación con la Gracia de Dios, libre y renovada de los flagelos de la
corrupción, injusticia, impunidad y autoritarismo.
A nivel internacional abundan las
informaciones sobre la crisis venezolana, que en los últimos tres meses se ha
agudizado por las manifestaciones públicas y la represión de los organismos de
seguridad, con saldos dolorosos de muertos, heridos, presos y saqueos. Pero en
contraste a la difícil realidad también abundan hermosos testimonios de fe, amor,
misericordia y solidaridad en favor de quienes sufren más por tener menos, para
alimentarse o cumplir su tratamiento médico.
Se trata igualmente de una lucha entre el
bien y el mal, alarmantemente cada
semana son más frecuentes, los robos o profanaciones del Santísimo en templos
de cualquier ciudad venezolana, pero también para contrarrestar se multiplican
las jornadas de oración, misas, procesiones y Horas Santas a nivel nacional.
Este domingo 2 de julio para nuestra
fortaleza y bendición la Iglesia Católica venezolana celebra en acción de
gracias: 118 años de la Consagración de
Venezuela como la República del Santísimo Sacramento del Altar.
Aunque la devoción al Cuerpo y la Sangre de
Cristo en Venezuela data de la época de la Colonia, a finales del siglo XIX,
después de la difícil situación que afrontó la Iglesia durante la Independencia
y la primera época republicana, surgió en 1899 la iniciativa de consagrar la República
al Santísimo Sacramento, siendo el
principal propulsor Mons. Juan Bautista
Castro, 8º Arzobispo de Caracas, devoto y defensor de la Eucaristía.
Son 118 años rindiendo honor y gloria a
Jesucristo presente en la Sagrada Eucaristía, sembrando en el corazón del
venezolano amor y devoción a Jesús Redentor,
presente en el Milagro Eucarístico.
Como indica el Salmo 32:”Dichosa
la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El
Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres”.
Además esta consagración
nos recuerda, como dice el Libro del Deuteronomio que somos un pueblo elegido,
que hemos sido consagrados al Señor y como tal debemos cumplir sus mandamientos, normas y ordenanzas (Dt 7, 6-11), porque nuestras vidas le pertenecen
a aquel que nos ha amado primero. (1 Jn
4,10).
De tal manera que ante la adversidad debemos
seguir perseverando en la opción del seguimiento cristiano fieles a la voluntad
de Dios y fortaleciendo la Consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento, de
manera fraterna, para que el sol de la Eucaristía que se ha levantado en
nuestra patria, no conozca nunca ocaso.
Así como afirma el Cardenal Jorge Urosa,
una
nación consagrada a Dios siempre da signos de vida, de esperanza, no se rinde
ante las pruebas y no se inclina ante los falsos dioses:
“Cristo sacramentado es "pan de vida para Venezuela". Sí, queridos hermanos: con su cuerpo y su sangre, El alimenta nuestra fe, intensifica nuestra unión con Dios, y nos da la fuerza para vivir la fraternidad, la solidaridad y luchar por la libertad y la justicia en la vida diaria. Él es el centro de la unidad de los cristianos, más allá de las diferencias que podamos tener entre nosotros por circunstancias coyunturales. Vivir la unidad que exige la Eucaristía es muy importante y debe reflejar la bondad y la caridad de Cristo, a través de nuestra permanente y activa participación en la vida social y política, y en la irrenunciable labor de construcción de la paz”. (Homilía, Misa de clausura del Congreso Eucarístico, 26 de junio de 2011)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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