Con el afán de cada día, muchas veces
sucumbimos ante las dificultades por el desgaste físico y espiritual y es por
eso que Jesús nos hace un llamado y una
invitación muy especial:
Una vez más nuestro Señor, “compasivo
y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar”, (Salmo 144), se
solidariza con sus discípulos, con sus amigos, con sus hermanos, para aliviar
la pesada carga de todos los días.
«Vengan a mí»,
estas palabras deben resonar en el corazón de todos los agobiados, agotados y
desilusionados por las pruebas de la vida y que están a punto de tirar la
toalla.
San Juan Pablo II afirmaba que: «Sin
Dios, la cruz nos aplasta, con Dios, nos redime y nos salva», por eso
aceptemos la cordial invitación de Jesús
relatada en el evangelio según San Mateo de este Domingo XIV del Tiempo
Ordinario, porque solos con nuestras
fuerzas humanas, no podemos vencer la arremetida del mal, necesitamos atender
la llamada del Señor, aferrarnos a su Cruz, para descansar y recuperar las fuerzas
necesarias que nos permitan cosechar día a día frutos de vida eterna.
«Vengan a mí» Esta invitación de
Jesús es para todos, pero de manera especial para los que sufren más por las precarias
condiciones de vida, por la injusticia, por el pecado, en fin por tantas
situaciones adversas que menguan la paz, la fe y sobre todo la esperanza.
Cuando Jesús nos invita a acudir a él,
garantizándonos alivio para todos, nos plantea sabiamente también un compromiso
de vida, de amor fraterno:
«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30)
Recordemos
que el yugo es un instrumento de madera puesto sobre el cuello de bueyes, para
que puedan tirar carros o arados, simbolizando sumisión a la autoridad. Pero en
la tradición bíblica se utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo
que une el pueblo a Dios, con la obediencia a su voluntad expresada en la Ley.
Por eso Jesús nos ofrece cargar un yugo muy diferente, más liviano que nos
permite avanzar por el camino de verdad y vida, acogiendo y testimoniando su Buena
Nueva de la Salvación, sin aferrarnos a leyes o preceptos vacíos.
Jesús nos invita a cargar el “yugo
del amor”, porque amar y servir a nuestros hermanos nos desgasta día a
día, nos exige muchísimo. Pero amar a los demás a ejemplo de Jesús es lo que
realmente nos permite vivir una vida plena cargando el yugo suave del amor
cristiano:
“El «yugo» del Señor consiste en cargar con
el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y el
consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en descanso y
consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del
Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no sólo a cargar
con el peso de los demás, sino también a no cargar sobre ellos nuestros puntos
de vista personales, y nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra
indiferencia”. Papa Francisco (Ángelus: 06-07-2014)
Jesús nos pide ser mansos y humildes de
corazón, para aceptar con sencillez el yugo de la voluntad de Dios,
como él mismo aceptó el peso de la cruz. Quien aprende del Señor a
cargar ese yugo del amor, encontrará descanso del corazón y la “carga” más
exigente en la vida, se tornará liviana y ligera y sólo así encontraremos
descanso y la fuerza necesaria para liberarnos del peso de las pasiones
terrenales.
Adicionalmente sobre esta reflexión en
palabras de San Pablo nos indica que ante
los hombres lo que parece debilidad y flaqueza, para Dios es motivo de especial
fortaleza y valor:
No olvidemos la invitación «Vengan
a mí», porque el Señor que experimentó en su propia
carne y espíritu, el cansancio, la angustia y el dolor nos comprende bien y
sabe cómo aligerar nuestras cargas
diarias y aunque no nos libera totalmente del yugo de la cruz, nos promete
aliviar su peso haciéndose Él mismo nuestro “cireneo”, así como lo afirma el
salmista:
“El Señor es siempre fiel a sus palabras, y
lleno de bondad en sus acciones. Da su apoyo el Señor al que tropieza y al agobiado alivia”. (Salmo 144)
Así también estamos llamados a ser alivio y consuelo para los demás obrando
con amor, ejerciendo la misericordia, aún a pesar de nuestras limitaciones, porque Jesús nos
invita a confiar en su “ley” que no es un peso que aplasta, sino un yugo liviano,
que nos permite alcanzar la vida eterna:
«Es ciertamente un yugo áspero y una dura sumisión el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen, a pesar de nuestros deseos, todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas».San Gregorio
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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