domingo, 9 de julio de 2017

«Vengan a mí»



   Con el afán de cada día, muchas veces sucumbimos ante las dificultades por el desgaste físico y espiritual y es por eso que  Jesús nos hace un llamado y una invitación muy especial: 

 “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28).

   Una vez más nuestro Señor, “compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar”, (Salmo 144), se solidariza con sus discípulos, con sus amigos, con sus hermanos, para aliviar la pesada carga de todos los días. 

   «Vengan a mí», estas palabras deben resonar en el corazón de todos los agobiados, agotados y desilusionados por las pruebas de la vida y que están a punto de tirar la toalla. 

   San Juan Pablo II afirmaba que: «Sin Dios, la cruz nos aplasta, con Dios, nos redime y nos salva», por eso aceptemos la cordial invitación de Jesús  relatada en el evangelio según San Mateo de este Domingo XIV del Tiempo Ordinario, porque solos  con nuestras fuerzas humanas, no podemos vencer la arremetida del mal, necesitamos atender la llamada del Señor, aferrarnos a su Cruz, para descansar y recuperar las fuerzas necesarias que nos permitan cosechar día a día frutos de vida eterna. 

   «Vengan a mí» Esta invitación de Jesús es para todos, pero de manera especial para los que sufren más por las precarias condiciones de vida, por la injusticia, por el pecado, en fin por tantas situaciones adversas que menguan la paz, la fe y sobre todo la esperanza. 

   Cuando Jesús nos invita a acudir a él, garantizándonos alivio para  todos,  nos plantea sabiamente también un compromiso de vida, de amor fraterno:

 «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30)

   Recordemos que el yugo es un instrumento de madera puesto sobre el cuello de bueyes, para que puedan tirar carros o arados, simbolizando sumisión a la autoridad. Pero en la tradición bíblica se utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios, con la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. Por eso Jesús nos ofrece cargar un yugo muy diferente, más liviano que nos permite avanzar por el camino de verdad y vida, acogiendo y testimoniando su Buena Nueva de la Salvación, sin aferrarnos a leyes o preceptos vacíos. 

   Jesús nos invita a cargar el “yugo del amor”, porque amar y servir a nuestros hermanos nos desgasta día a día, nos exige muchísimo. Pero amar a los demás a ejemplo de Jesús es lo que realmente nos permite vivir una vida plena cargando el yugo suave del amor cristiano: 

   “El «yugo» del Señor consiste en cargar con el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no sólo a cargar con el peso de los demás, sino también a no cargar sobre ellos nuestros puntos de vista personales, y nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia”. Papa Francisco (Ángelus: 06-07-2014)
 
   Jesús nos pide ser mansos y humildes de corazón, para aceptar con sencillez el yugo de la voluntad de Dios, como él mismo aceptó el peso de la cruz. Quien aprende del Señor a cargar ese yugo del amor, encontrará descanso del corazón y la “carga” más exigente en la vida, se tornará liviana y ligera y sólo así encontraremos descanso y la fuerza necesaria para liberarnos del peso de las pasiones terrenales. 

   Adicionalmente sobre esta reflexión en palabras de San Pablo  nos indica que ante los hombres lo que parece debilidad y flaqueza, para Dios es motivo de especial fortaleza y valor:

   “Por lo tanto Hermanos, no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre…Pues si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne según el Espíritu, entonces vivirán”. (Rom. 8,9. 11-13)

   No olvidemos la invitación «Vengan a mí», porque el Señor que experimentó en su propia carne y espíritu, el cansancio, la angustia y el dolor nos comprende bien y sabe cómo aligerar  nuestras cargas diarias y aunque no nos libera totalmente del yugo de la cruz, nos promete aliviar su peso haciéndose Él mismo nuestro “cireneo”, así como lo afirma el salmista:

    “El Señor es siempre fiel a sus palabras, y lleno de bondad en sus acciones. Da su apoyo el Señor al que tropieza  y al agobiado alivia”. (Salmo 144)

    Así también estamos llamados  a ser alivio y consuelo para los demás obrando con amor, ejerciendo la misericordia, aún a pesar de  nuestras limitaciones, porque Jesús nos invita a confiar en su “ley” que no es un peso que aplasta, sino un yugo liviano, que nos permite alcanzar la vida eterna: 



   «Es ciertamente un yugo áspero y una dura sumisión el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen, a pesar de nuestros deseos, todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas».

San Gregorio

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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