“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22)
En la plenitud de la Pascua celebramos la Fiesta de Pentecostés,
al recibir el Espíritu Santo, como el gran regalo de Jesús resucitado, que
acompaña a la Iglesia en su misión de anunciar la buena noticia y comunicar la
vida divina a través de los sacramentos.
Antes de ser una fiesta cristiana, Pentecostés
era una importante fiesta judía de origen agrícola, que celebraban cincuenta
días después de la Pascua, como "fiesta
de la cosecha y de la renovación de la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta
días después de la salida de Egipto."(Ex 23, 16). Así presentaban y
agradecían a Dios, las primicias de los frutos cosechados siete semanas después
de haberse iniciado la siega.
Pentecostés actualmente es la fiesta
cristiana en la cual el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles. Pentecostés,
es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos
tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la
Resurrección de Cristo, su Ascensión y el cumplimiento de su Promesa Divina :
“El día de Pentecostés (al término de las
siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del
Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su
plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu”. (Catecismo: #731)
Con Pentecostés nace la Iglesia, porque el
Espíritu Santo da vida a la comunidad cristiana en todos los aspectos, cuando
oramos, en la celebración de los sacramentos, en la evangelización y en la vida misionera de
la iglesia. El Espíritu, el gran inspirador de la Iglesia, es quien nos anima, fortalece
y guía siguiendo las huellas de Cristo Resucitado:
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. (Hch 2, 1-11)
En las intervenciones del Espíritu Santo en
momentos claves de la historia de la salvación como por ejemplo en la Anunciación
del Arcángel Gabriel a María, el nacimiento, bautizo y resurrección de
Jesús y cuando la Iglesia nace en Jerusalén,
es
evidente el paso de la oscuridad a la luz, del miedo al valor, del encierro al
testimonio público, del aislamiento a la actividad pública y valiente de la
Iglesia, cuyo dinamismo sigue avanzando en el tiempo .Así como lo afirmó
recientemente el Papa Francisco: “El
Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos
hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y
convertirnos en un pueblo “sedentario”. (Audiencia General; 31-05-2017)
¡Ven, Espíritu Santo!
La liturgia dominical de la Solemnidad de Pentecostés,
nos reafirma que la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza y se
enriquece en la Iglesia.
Así oramos a Dios Padre para que envíe su
Espíritu, renueve su Iglesia y transforme al mundo entero: “Envía tu Espíritu, Señor, y
renueva la faz de la tierra”. Salmo 103
San Pablo en su Carta a los Corintios
destaca
la importancia de la múltiple acción del
Espíritu Santo que se manifiesta en carismas, ministerios y servicios, en la unidad de la Iglesia y para el bien de
todos:
“Hay diversidad de dones, pero un mismo
Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad
de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común”. (1Cor 12,3-7.12-13)
El
Evangelista Juan narra el encuentro de Jesús Resucitado con sus discípulos y les transmite los frutos del gozo y la paz. Como base de la
Iglesia, ellos reciben el Espíritu Santo y
el don de perdonar los pecados:
“Al anochecer de aquel día..., estaban los
discípulos en una casa... Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a
vosotros... Como el Padre me envió así os envío yo..." (Jn
20, 21-22)
En la Ascensión termina la etapa terrena de
Cristo y en Pentecostés se da paso a la obra, a la acción del Espíritu Santo sobre
todos los hombres y mujeres bautizados y comprometidos en la Iglesia.
“Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. (Jn 20,22-23)
Al "exhalar"
Jesús Resucitado sobre sus discípulos, ellos son creados de nuevo, el Señor sopló sobre
los discípulos, como Dios sopló en la creación (Gen 2, 7) y les comunicó el don de vida que Dios había dado al
hombre. Así como nosotros por el bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu
para una vida nueva, para una Iglesia Viva.
Por lo tanto atendamos la invitación del
Papa Francisco para celebrar con gozo y esperanza esta nueva Fiesta de
Pentecostés, porque ante las dificultades de la Iglesia, o las dificultades que
nos afectan de manera particular, el mismo Espíritu de Dios es quien nos
defiende y guía:
“Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés – que es el cumpleaños de la Iglesia: Pentecostés – esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad”. (Audiencia General; 31-05-2017)
El Espíritu Santo, es "Fuego que procede del Fuego", es luz santificadora,
amable huésped del alma, Santificador, Paráclito, Espíritu de la verdad, Señor
y dador de vida. Además en la Iglesia siempre es Pentecostés porque el Espíritu
de Dios trabaja activamente, nos anima,
nos fortalece y nos conduce a lo nuevo y
al servicio.
«Ante todo, ¿quién habiendo oído los nombres
que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento
hacia la naturaleza divina?...Hacia Él dirigen su mirada todos los que sienten
necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan
una vida virtuosa y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en
la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionar a los otros,
Él no tiene falta de nada…Él no crece por adiciones, sino que está
constantemente en plenitud; sólido en Sí mismo, está en todas partes. Él es
fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como
una Luz para entender la verdad. (San Basilio; Tratado sobre el Espíritu Santo
9).
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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