viernes, 2 de junio de 2017

Pentecostés



       Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22)

   En la  plenitud de la Pascua celebramos la Fiesta de Pentecostés, al recibir el Espíritu Santo, como el gran regalo de Jesús resucitado, que acompaña a la Iglesia en su misión de anunciar la buena noticia y comunicar la vida divina a través de los sacramentos.

   Antes de ser una fiesta cristiana, Pentecostés era una importante fiesta judía de origen agrícola, que celebraban cincuenta días después de la Pascua, como "fiesta de la cosecha y de la renovación de la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto."(Ex 23, 16). Así presentaban y agradecían a Dios, las primicias de los frutos cosechados siete semanas después de haberse iniciado la siega. 

   Pentecostés actualmente es la fiesta cristiana en la cual el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles. Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y el cumplimiento de su Promesa Divina

   “El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu”. (Catecismo: #731)

   Con Pentecostés nace la Iglesia, porque el Espíritu Santo da vida a la comunidad cristiana en todos los aspectos, cuando oramos, en la celebración de los sacramentos, en  la evangelización y en la vida misionera de la iglesia. El Espíritu, el gran inspirador de la Iglesia, es quien nos anima, fortalece y guía siguiendo las huellas de Cristo Resucitado:




   “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. (Hch 2, 1-11) 


   En las intervenciones del Espíritu Santo en momentos claves de la historia de la salvación como por ejemplo en la Anunciación del Arcángel Gabriel a María, el nacimiento, bautizo y resurrección de Jesús  y cuando la Iglesia nace en Jerusalén, es evidente el paso de la oscuridad a la luz, del miedo al valor, del encierro al testimonio público, del aislamiento a la actividad pública y valiente de la Iglesia, cuyo dinamismo sigue avanzando en el tiempo .Así como lo afirmó recientemente el Papa Francisco:  El Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y convertirnos en un pueblo “sedentario”. (Audiencia General; 31-05-2017)

    ¡Ven, Espíritu Santo!

    La liturgia dominical de la Solemnidad de Pentecostés, nos reafirma que la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza y se enriquece en la Iglesia. 

    Así oramos a Dios Padre para que envíe su Espíritu, renueve su Iglesia y transforme al mundo entero: “Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra”. Salmo 103

   San Pablo en su Carta a los Corintios destaca la importancia  de la múltiple acción del Espíritu Santo que se manifiesta en carismas, ministerios y servicios, en  la unidad de la Iglesia y para el bien de todos: 

   Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. (1Cor 12,3-7.12-13)

   El Evangelista Juan narra el encuentro de Jesús Resucitado  con sus discípulos y les transmite los frutos del gozo y la paz. Como base de la Iglesia, ellos reciben el Espíritu Santo y  el don de perdonar los pecados:  

   “Al anochecer de aquel día..., estaban los discípulos en una casa... Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Como el Padre me envió así os envío yo..." (Jn 20, 21-22)

   En la Ascensión termina la etapa terrena de Cristo y en Pentecostés se da paso a la obra, a la acción del Espíritu Santo sobre todos los hombres y mujeres bautizados y comprometidos en la Iglesia.


   “Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. (Jn 20,22-23)


    Al "exhalar" Jesús Resucitado  sobre sus discípulos, ellos son creados de nuevo, el Señor sopló sobre los discípulos, como Dios sopló en la creación (Gen 2, 7) y les comunicó el don de vida que Dios había dado al hombre. Así como nosotros por el bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu para una vida nueva, para una Iglesia Viva.

   Por lo tanto atendamos la invitación del Papa Francisco para celebrar con gozo y esperanza esta nueva Fiesta de Pentecostés, porque ante las dificultades de la Iglesia, o las dificultades que nos afectan de manera particular, el mismo Espíritu de Dios es quien nos defiende y guía: 



   “Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés – que es el cumpleaños de la Iglesia: Pentecostés – esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad”. (Audiencia General; 31-05-2017)


   El Espíritu Santo, es "Fuego que procede del Fuego", es luz santificadora, amable huésped del alma, Santificador, Paráclito, Espíritu de la verdad, Señor y dador de vida. Además en la Iglesia siempre es Pentecostés porque el Espíritu de Dios  trabaja activamente, nos anima, nos fortalece  y nos conduce a lo nuevo y al servicio.

   «Ante todo, ¿quién habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina?...Hacia Él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionar a los otros, Él no tiene falta de nada…Él no crece por adiciones, sino que está constantemente en plenitud; sólido en Sí mismo, está en todas partes. Él es fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como una Luz para entender la verdad.  (San Basilio; Tratado sobre el Espíritu Santo 9).

Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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