En la inmensidad del mar de la vida, cada
día navegamos contra vientos y marea, pero seguramente en más de una ocasión en
medio de las aguas turbulentas, azotados por las dudas y temores, ya próximos a
hundirnos recordamos que no estamos
solos y clamando a Dios, él nos responde:
Así nuestra travesía sigue adelante,
pues toda tormenta sucumbe ante la presencia y mandato del Señor, como lo describe Mateo en su evangelio continuando con el
recorrido de Jesús y sus discípulos por el Mar de Galilea.
Donde semanas atrás el Maestro dentro de una
barca a orillas del mar predicaba varias parábolas sobre el Reino de los cielos
y luego de la multiplicación de los panes, ahora la liturgia dominical nos
indica que en esa barca los discípulos ya navegando en plena noche mar adentro,
es azotada por una terrible tormenta.
“En aquel tiempo, inmediatamente después de
la multiplicación de los panes, Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a la
barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente”.
(Mt 14,22-23)
Jesús quien se alejó de sus discípulos para
orar, se acerca “caminando sobre las tumultuosas aguas”, para calmar la
naturaleza y a sus discípulos quienes sienten miedo, porque el viento y las
olas sacuden la barca:
“Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: — « ¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!».(Mt 14,24-27)
Muchas veces en distintas circunstancias de
la vida estas palabras resuenan y cobran vigencia para fortalecer nuestra fe y
despejar el camino, pues también nosotros al igual que los apóstoles, dudamos y
el Señor sale a nuestro encuentro repitiendo: « ¡Ánimo, soy yo, no tengan
miedo!».
Hoy igual que ayer el Señor viene a
salvarnos de todo aquello que intenta hundirnos, por eso quiere que sigamos navegando
mar adentro en la barca de su Iglesia, que avancemos hacia la otra orilla, que
sepamos superar las tormentas, los vaivenes de la tentación, el naufragio de la
fe, las olas de la desconfianza.
Posiblemente para los apóstoles, como
pescadores
de profesión, la travesía era rutinaria por
el mar de Galilea, también conocido como lago de Tiberiades o lago de
Genesaret, pero en esta oportunidad la navegación nocturna, se convierte para
ellos en un reto o prueba de fe.
Pero
al saber que no están solos y al escuchar las palabras del Señor, entre los
discípulos temerosos, Pedro una vez más toma la iniciativa y aceptando la
invitación del Maestro se atreve a caminar sobre las aguas y al sentir la
fuerza del viento se llenó de miedo y empezó a hundirse:
“Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame
ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y
comenzó a caminar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza
del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame”. En
seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: « ¡Qué poca fe! ¿Por qué
has dudado?”. (Mt 14,28-31)
El camino del creyente puede ser muchas
veces un camino inestable, camino sobre el mar de las dificultades, donde la mano
que extiende Jesús a Pedro, no sólo es su salvación, sino la nuestra o como
afirmó San Padre Pío de Pietrelcina
dijo “cuándo
Jesús te vea humillado de todo, te extenderá su mano y sabrás como llegar a él”.
Por eso Jesús le reclama a Pedro su incredulidad, porque fe es lo que necesitamos
para no “hundirnos” y salvarnos ante las contantes tempestades que azotan
nuestra vida personal, familiar y cristiana.
.
“Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo.”.(Papa Francisco: Ángelus, 10-08- 2014).
Pidamos en oración que cada día perseveremos
en nuestro apostolado con fe y valentía, que podamos caminar sobre el mar
embravecido de las pruebas, siguiendo
las huellas del Maestro con firmeza, afrontando con confianza y sin miedo las
tempestades que nos azotan y que intentan hundir la barca.
Para finalmente llegar hasta el puerto
seguro de la salvación, todos como Iglesia y profesando nuestra fe cristiana
católica, como lo afirmaron los discípulos al ante Jesús, al prevalecer la Fe
en la tormenta: «Realmente eres Hijo de Dios». (Mt 14,32-33)
“La calma que conocieron el viento y el mar
cuando el Señor se subió a la barca representa la paz y la tranquilidad de la
Iglesia eterna cuando regrese gloriosamente. Porque entonces vendrá y se
manifestará, causando un gran asombro a todos: “realmente, Tú eres el Hijo de
Dios”. Todos los hombres harán entonces la confesión clara y pública de que el
Hijo de Dios ha traído la paz a la Iglesia, no sólo en la humildad de la carne,
sino en la gloria del cielo”. San
Hilario de Poitiers
Ya próximos a celebrar la Solemnidad
litúrgica de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, pidámosle
su intersección e imitemos su ejemplo, como mujer de fe, servidora fiel y perseverante, María cumplió con la voluntad
de Dios en su vida y su testimonio es señal de las maravillas que Dios realiza
en aquellos que creen y confían en su palabra.
Que
la Virgen María Asunta al cielo en cuerpo y alma, como mediadora entre Dios y
los hombres, también guíe y proteja nuestra peregrinación, sobre las bravías
aguas de la vida terrenal, clamando como el salmista:
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
“Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”.
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. Salmo 84, 9-13
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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