La santidad es la vocación del cristiano que
diariamente debe esforzarse por parecerse cada vez más a Cristo, hasta poder
exclamar como San Pablo " ya no vivo yo, es Cristo quien vive
en mi". (Gal 2:20)
Somos llamados por Dios para ser santos,
aunque muchas veces no estamos a la altura de ese llamado y fracasamos continuamente
en el intento de vencer el pecado y avanzar hacia la santidad.
Se trata de la tarea principal que debemos cumplir
como parte del compromiso de fe
cristiana católica, porque sólo Dios nos hace santos a través de
su gracia y el deseo personal de corresponder a esa gracia:
"Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad". (Catecismo; #825).
Igualmente en el Concilio Vaticano II, en la
Constitución "Lumen Gentium", todo el capítulo V está dedicado a la
llamada universal a la santidad: “Quedan invitados, y aun obligados, todos
los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección
dentro del propio estado” (Lumen Gentium n° 42).
Ser santo, significa estar dispuestos en
cualquier momento, a hacer la voluntad de Dios, frecuentando los sacramentos y
ejerciendo las obras de misericordia y sobre todo siendo tierra fértil al
llamado de Dios, como sucedió con San Agustín.
Al que veneramos hoy como Obispo de Hipona y
Doctor de la Iglesia, fue un hombre pecador común y corriente, que probó los
placeres y vanidades del mundo, pero su búsqueda incansable entre la racionalidad,
la verdad y el amor a Jesucristo, tal y como lo relata en el Libro Las
Confesiones, donde Agustín se presenta como un hombre sumergido en el torbellino
de las pasiones y placeres terrenales.
“Agustín no se cierra en sí mismo, no se recuesta, sigue buscando la verdad, el sentido de la vida, sigue buscando el rostro de Dios. Es verdad que comete errores, que toma senderos equivocados, peca, es un pecador; pero no pierde la inquietud de la búsqueda espiritual. Y de esta forma descubre que Dios lo esperaba, más aún, que nunca había dejado de buscarle primero…Dios te espera, te busca; ¿qué respondes? ¿Te has dado cuenta de esta situación en tu alma? ¿o acaso duermes? ¿Crees que Dios te espera o para ti esta verdad tan sólo son "palabras"?. (Homilía del Papa Francisco, Homilía: 28-08-2013)
Pero gracias a las oraciones de su mamá Santa Mónica, Agustín alcanzó
su plena conversión, ocurrida en Milán, bajo la guía del Obispo San Ambrosio y
guiado por las cartas de San Pablo, las cuales orientan su corazón hacia la
verdad de la fe Católica.
Como fruto de su conversión San Agustín dijo
a Dios: “Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”
(Confesiones, Capítulo 10).
Un día cuando Agustín estaba en el jardín
orando a Dios para que lo ayudara con la pureza, escuchó la voz de un niño
cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (Confesiones, Capítulo 8). Él se
sintió inspirado a abrir su Biblia al azar y leyó las palabras de la carta de
San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14: “Nada de comilonas y borracheras;
nada de lujurias y desenfrenos… revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”. Al leer y
meditar las palabras paulinas él logró una certeza interior de revestirse de Cristo
y dejarlo obrar a él.
“San Agustín experimentó con extraordinaria
intensidad esta cercanía de Dios al hombre. La presencia de Dios en el hombre
es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse
en la propia intimidad: no hay que salir fuera—afirma el convertido—;
"vuelve a ti mismo. …Con una afirmación famosísima del inicio de las
Confesiones, autobiografía espiritual escrita en alabanza de Dios, él mismo
subraya: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta
que descanse en ti" (I, 1, 1).” (Papa
Benedicto XVI: Homilía: 30-01-2008)
Al reflexionar sobre el testimonio de San Agustín,
recordemos que todos tenemos una tarea pendiente, porque Dios es Santo y nos
llama a todos por igual a la santidad; "Todos los fieles, de cualquier
estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a
la perfección de la caridad" (Lumen Gentium, 40)
Agustín ante nuestra recurrente fragilidad
humana nos enseña que el amor y la misericordia de Dios lo superan todo, es un
don gratuito que no se compra y sólo se recibe con gratitud, gozo y esperanza: “En el
día en que el dolor me deje, ¿dónde te encuentro Señor? ¡Gracias por haberme
dado caminos para volver, flaqueza para el pecado, pecados para llorar”!. (Confesiones,
Capítulo V)
Recordemos especialmente que las lágrimas y
oración de Santa Mónica abonaron el camino de la fructífera conversión de su
hijo, cuyo legado hoy en día sigue adelante por parte de hombres y mujeres de
vida consagrada en la Orden de Agustinos Recoletos (OAR), a
quienes debemos apoyar con nuestra oración.
NOS HICISTE SEÑOR PARA TI...Señor tú me haces falta…en todas partes mi inquietud te busca:en el nítido copo de la nieve y en las gotas oblicuas de la lluvia,en los pétalos suaves de las flores y en la maraña de la selva oscura,en el manso reír de los riachuelos y en el hosco silencio de las tumbas.En todas partes mi oración te llama y en todas partes mi ansiedad te sueña.me hablan de ti las sombras de la noche y de ti me platican las estrellas;te vuelves policromo en el plumaje; tienes el oro de las hojas secas;te haces arpegio en la canción de una pájaro, y eres eternidad en mis tristezas...Señor, te necesito como las misas necesitan hostias, como las novias necesitan besos, como las ramas necesitan hojas, como la lluvia necesita nubes, como las playas necesitan olas.
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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