Cuando hablamos de ofrenda, lo relacionamos
con algo material, algún donativo, regalo, dádiva
u obsequio.
Pero al reflexionar sobre la invitación de
San Pablo: “Hermanos: Por la misericordia que Dios les
ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda
viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto”.
(Rom:
12, 1-2)
Entendemos que nuestra mejor ofrenda para
Dios es la propia vida como donación fraterna de servicio y entrega por amor a
Dios y al prójimo.
Dios nos llama a ofrecernos cada día, para
poder así darle un sentido y valor cristiano a nuestra vida y acciones. De tal
manera que cualquier ofrenda, entrega, servicio o asistencia en nombre de Dios y
por nuestros hermanos será agradable a sus ojos, con cien por ciento de
ganancia de salvación.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice
2099.
“Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: “Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía, es decir, relacionada con el fin del bien, merced al cual podemos ser verdaderamente felices” (San Agustín, De civitate Dei, 10, 6)”. (Catecismo; #2099)
Por ejemplo frecuentemente elegimos
ofrecerles un ayuno, una limosna o cualquier otro sacrificio, pero en realidad
lo que más le agrada a Dios es que le ofrezcamos con amor, las acciones o las
situaciones complicadas o difíciles, que forman parte de las pruebas diarias de
fe, que impliquen verdaderas renuncias, desprendimientos, sacrificios y
riesgos.
Como lo afirmó San Pío de
Pietrelcina: “El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna
que puedes hacer a aquel, que nos ha salvado sufriendo.”
Tenemos el fiel ejemplo de Jesús, quien da “su
vida como rescate por muchos”. (Mc 10, 45) y así reconcilió a toda la
humanidad con Dios, porque nos indicó el valor de la vida, cuando se ofrendó
para salvarnos, como Cordero redimido en la Cruz.
“Jesús, que vino para cumplir la voluntad del Padre, permanece fiel a ella hasta sus últimas consecuencias, y así realiza la misión de salvación para cuantos creen en él y lo aman, no con palabras, sino de forma concreta. Si el amor es la condición para seguirlo, el sacrificio verifica la autenticidad de ese amor (Carta apostólica Salvifici doloris, 17-18)”.
Jesús asumió voluntariamente la cruz, para
nuestra redención y para enseñarnos que sólo ofrendando la vida, se transforman
y curan las heridas y temores para experimentar y compartir la vida verdadera.
Porque la tradición cristiana interpreta que
en unión con Cristo, estamos en el mundo para hacer de nuestra vida una
ofrenda, un servicio a Dios y a los demás.
"La verdadera y sólida devoción consiste en una voluntad constante, resuelta, pronta y activa de ejecutar lo que se conoce ser del agrado de Dios". San Francisco de Sales
Ante las propuestas que nos ofrece
constantemente el mundo, de lo material sobre lo espiritual, de lo individual
sobre lo colectivo, si tenemos una mente renovada en Cristo sabremos escoger la
mejor opción, porque ante todo obedecer a Dios, exige amor, sacrificio y
disciplina.
Así también como Dios es amor, el camino del
amor se basa en la búsqueda del bien de los que nos rodean y esto a veces implica
sacrificarnos, ofrendando siempre lo mejor de nosotros mismos.
Asumamos cada día como un constante
ofertorio, poniendo sobre el altar de la vida nuestros pequeños sacrificios,
las responsabilidades, las obligaciones, las ilusiones, nuestros sueños, lo que
somos y sentimos, sabiendo que el Señor lo va a retribuir misericordiosamente.
“El hombre tiene enraizada en lo más profundo de su corazón la tendencia a "pensar en sí mismo", a ponerse a sí mismo en el centro de los intereses y a considerarse la medida de todo. En cambio, quien sigue a Cristo rechaza este repliegue sobre sí mismo y no valora las cosas según su interés personal. Considera la vida vivida como un don, como algo gratuito, no como una conquista o una posesión: En efecto, la vida verdadera se manifiesta en el don de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en comunión con Dios y con los hermanos (cf. Gaudium et spes, 24). (Papa Juan Pablo II; Homilía: 14-02- 2001)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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