domingo, 3 de septiembre de 2017

Ofrenda de vida.



   Cuando hablamos de ofrenda, lo relacionamos con algo material, algún donativo, regalo, dádiva u obsequio.

   Pero al reflexionar sobre la invitación de San Pablo: “Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto”. (Rom: 12, 1-2)

  Entendemos que nuestra mejor ofrenda para Dios es la propia vida como donación fraterna de servicio y entrega por amor a Dios y al prójimo.
   Dios nos llama a ofrecernos cada día, para poder así darle un sentido y valor cristiano a nuestra vida y acciones. De tal manera que cualquier ofrenda, entrega, servicio o asistencia en nombre de Dios y por nuestros hermanos será agradable a sus ojos, con cien por ciento de ganancia de salvación. 
   El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice 2099. 




Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: “Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía, es decir, relacionada con el fin del bien, merced al cual podemos ser verdaderamente felices” (San Agustín, De civitate Dei, 10, 6)”. (Catecismo; #2099)


   Por ejemplo frecuentemente elegimos ofrecerles un ayuno, una limosna o cualquier otro sacrificio, pero en realidad lo que más le agrada a Dios es que le ofrezcamos con amor, las acciones o las situaciones complicadas o difíciles, que forman parte de las pruebas diarias de fe, que impliquen verdaderas renuncias, desprendimientos, sacrificios y riesgos.

   Como lo afirmó San Pío de Pietrelcina: “El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna que puedes hacer a aquel, que nos ha salvado sufriendo.”
   Tenemos el fiel ejemplo de Jesús, quien da “su vida como rescate por muchos”. (Mc 10, 45) y así reconcilió a toda la humanidad con Dios, porque nos indicó el valor de la vida, cuando se ofrendó para salvarnos, como Cordero redimido en la Cruz.


   “Jesús, que vino para cumplir la voluntad del Padre, permanece fiel a ella hasta sus últimas consecuencias, y así realiza la misión de salvación para cuantos creen en él y lo aman, no con palabras, sino de forma concreta. Si el amor es la condición para seguirlo, el sacrificio verifica la autenticidad de ese amor (Carta apostólica Salvifici doloris, 17-18)”.


   Jesús asumió voluntariamente la cruz, para nuestra redención y para enseñarnos que sólo ofrendando la vida, se transforman y curan las heridas y temores para experimentar y compartir la vida verdadera.
   Porque la tradición cristiana interpreta que en unión con Cristo, estamos en el mundo para hacer de nuestra vida una ofrenda, un servicio a Dios y a los demás.


  "La verdadera y sólida devoción consiste en una voluntad constante, resuelta, pronta y activa de ejecutar lo que se conoce ser del agrado de Dios". San Francisco de Sales


   Ante las propuestas que nos ofrece constantemente el mundo, de lo material sobre lo espiritual, de lo individual sobre lo colectivo, si tenemos una mente renovada en Cristo sabremos escoger la mejor opción, porque ante todo obedecer a Dios, exige amor, sacrificio y disciplina.
   Así también como Dios es amor, el camino del amor se basa en la búsqueda del bien de los que nos rodean y esto a veces implica sacrificarnos, ofrendando siempre lo mejor de nosotros mismos. 

   Asumamos cada día como un constante ofertorio, poniendo sobre el altar de la vida nuestros pequeños sacrificios, las responsabilidades, las obligaciones, las ilusiones, nuestros sueños, lo que somos y sentimos, sabiendo que el Señor lo va a retribuir misericordiosamente. 


   “El hombre tiene enraizada en lo más profundo de su corazón la tendencia a "pensar en sí mismo", a ponerse a sí mismo en el centro de los intereses y a considerarse la medida de todo. En cambio, quien sigue a Cristo rechaza este repliegue sobre sí mismo y no valora las cosas según su interés personal. Considera la vida vivida como un don, como algo gratuito, no como una conquista o una posesión: En efecto, la vida verdadera se manifiesta en el don de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en comunión con Dios y con los hermanos (cf. Gaudium et spes, 24). (Papa Juan Pablo II; Homilía: 14-02- 2001)


Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

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