Siguiendo las coordenadas de nuestro GPS
cristiano y ubicado en la vía principal de la reconciliación, entre el amor y
la misericordia divina, encontramos el
perdón.
Regalo por excelencia que todos podemos
recibir de Dios, por necesidad propia y para compartir con nuestros hermanos, a
lo largo de la vida terrenal.
El perdón es un regalo providencial de
Dios, que recibimos gratuitamente como
bendición, pero también como compromiso.
Ante todo Dios como Padre y Creador, conoce
perfectamente nuestra fragilidad espiritual, por eso nos brinda entre su
infinito amor y poderosa misericordia, el perdón.
“Y esto es el amor de Dios, su alegría, perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón algo grave, pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre nos espera”. (Ángelus; 15-09-2013).
Cumplamos las instrucciones de Cristo:
perdonar y orar por los que nos ofenden, él sabrá qué hacer con ellos, porque a
nosotros no nos corresponde la venganza.
Lo único que nos pide es un corazón
sinceramente arrepentido por el pecado cometido, con el propósito de enmienda y
sobre todo un corazón libre de orgullo y resentimientos, sin arrebatos de venganza ni
retaliaciones.
«Cristo nos pide dos cosas: condenar
nuestros pecados y perdonar los de los otros; hacer la primera cosa a causa de
la segunda, que así será más fácil, porque el que se acuerda de sus pecados
será menos severo hacia su compañero de miseria. Y perdonar no sólo de palabra,
sino desde el fondo del corazón, para no volver contra nosotros mismos el
hierro con el cual queremos perforar a los otros. ¿Qué mal puede hacerte tu
enemigo que sea comparable al que tú mismo te haces con tu actitud?». San Juan
Crisóstomo
De lo contrario, aunque frecuentemos el
sacramento de la confesión y recibamos la absolución de nuestros pecados, será
todo un barniz espiritual que embellece nuestra conciencia pero no la sincera
ante Dios, a quien no podemos engañar.
Por eso sabiendo lo difícil que nos resulta
perdonar Jesús nos guía para que a diario se lo pidamos a Dios, en la oración
del Padrenuestro: “perdona nuestra ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han
ofendido”. (Mt 6,12)
Así presentamos nuestra
necesidad de perdonar y ser perdonados cada vez que decimos el Padre Nuestro en
la misa, al rezar el Rosario, Liturgia de las Horas o en la oración personal.
También con frecuencia nos hemos preguntado
como el Apóstol Pedro: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». (Mt 18, 21)
Pero Jesús nos responde recordando que hay
que perdonar de corazón al hermano las veces que sea necesario: «No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mt
18,22)
Con
esta expresión que equivale a decir “siempre” o relacionado con el número siete
que significaba “muchas veces”, Jesús quiere que nunca nos cansemos de perdonar,
como actúa Dios con nosotros, porque él se compadece y perdona al pecador que
le suplica misericordia, incluso cuando la deuda es impagable, como lo narra la parábola del
siervo despiadado, (Mt 18,23-33)
“La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (Cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida”. (Catecismo: #2843)
Por lo tanto acudamos sin titubeos a la
fuente inagotable de perdón, ubicada entre el amor y la misericordia de Dios, para sentirnos perdonados por Dios y así perdonar a los que nos han ofendido.
Porque la misericordia de Dios, no puede
penetrar en nuestro corazón si no perdonamos a nuestros enemigos, a ejemplo y
con la ayuda de Cristo, como lo expresa el salmista, como un himno
de alabanza y gratitud para Dios Padre, que siempre está cerca para ayudar,
amar y sobre todo perdonar:
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo;no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles;Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.Salmo 102
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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