domingo, 17 de septiembre de 2017

Entre el amor y la misericordia de Dios



   Siguiendo las coordenadas de nuestro GPS cristiano y ubicado en la vía principal de la reconciliación, entre el amor y la misericordia divina, encontramos  el perdón.
   Regalo por excelencia que todos podemos recibir de Dios, por necesidad propia y para compartir con nuestros hermanos, a lo largo de la vida terrenal.

   El perdón es un regalo providencial de Dios,  que recibimos gratuitamente como bendición, pero también como compromiso. 

   Ante todo Dios como Padre y Creador, conoce perfectamente nuestra fragilidad espiritual, por eso nos brinda entre su infinito amor y poderosa misericordia, el perdón.

   Como afirma el Papa Francisco:
 “Y esto es el amor de Dios, su alegría, perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón algo grave, pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre nos espera”. (Ángelus; 15-09-2013).

   Cumplamos las instrucciones de Cristo: perdonar y orar por los que nos ofenden, él sabrá qué hacer con ellos, porque a nosotros no nos corresponde la venganza. 
   Lo único que nos pide es un corazón sinceramente arrepentido por el pecado cometido, con el propósito de enmienda y sobre todo un corazón libre de orgullo y    resentimientos, sin arrebatos de venganza ni retaliaciones. 

   «Cristo nos pide dos cosas: condenar nuestros pecados y perdonar los de los otros; hacer la primera cosa a causa de la segunda, que así será más fácil, porque el que se acuerda de sus pecados será menos severo hacia su compañero de miseria. Y perdonar no sólo de palabra, sino desde el fondo del corazón, para no volver contra nosotros mismos el hierro con el cual queremos perforar a los otros. ¿Qué mal puede hacerte tu enemigo que sea comparable al que tú mismo te haces con tu actitud?». San Juan Crisóstomo

   De lo contrario, aunque frecuentemos el sacramento de la confesión y recibamos la absolución de nuestros pecados, será todo un barniz espiritual que embellece nuestra conciencia pero no la sincera ante Dios, a quien no podemos engañar. 

   Por eso sabiendo lo difícil que nos resulta perdonar Jesús nos guía para que a diario se lo pidamos a Dios, en la oración del Padrenuestro: perdona nuestra ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. (Mt 6,12)

   Así presentamos nuestra necesidad de perdonar y ser perdonados cada vez que decimos el Padre Nuestro en la misa, al rezar el Rosario, Liturgia de las Horas o en la oración personal.
  También con frecuencia nos hemos preguntado como el Apóstol Pedro: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». (Mt 18, 21)

   Pero Jesús nos responde recordando que hay que perdonar de corazón al hermano las veces que sea necesario: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mt 18,22)

    Con esta expresión que equivale a decir “siempre” o relacionado con el número siete que significaba “muchas veces”, Jesús quiere que nunca nos cansemos de perdonar, como actúa Dios con nosotros, porque él se compadece y perdona al pecador que le suplica misericordia, incluso cuando la deuda es  impagable, como lo narra la parábola del siervo despiadado, (Mt 18,23-33)

   “La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (Cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida”. (Catecismo: #2843)

   Por lo tanto acudamos sin titubeos a la fuente inagotable de perdón, ubicada entre el amor y la misericordia de Dios,  para sentirnos perdonados por Dios y  así perdonar a los que nos han ofendido.

  Porque la misericordia de Dios, no puede penetrar en nuestro corazón si no perdonamos a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo, como lo expresa el salmista, como un himno de alabanza y gratitud para Dios Padre, que siempre está cerca para ayudar, amar y sobre todo perdonar: 






Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles;
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
Salmo 102




Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina

No hay comentarios:

Publicar un comentario