“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración”.
Esta popular frase de San Pio de
Pietrelcina, cuya memoria coincide este año, con una convulsionada humanidad
azotada irónicamente por la Hermana Naturaleza, nos invita a saber equilibrar
nuestra fe cristiana católica, sobre la balanza natural de la vida.
Las sabias palabras del Padre Pío,
probablemente tienen eco en el corazón de miles de personas que se interpelan
sobre la presencia y la voluntad de Dios
ante los recientes y devastadores fenómenos naturales que han azotado
principalmente las Islas caribeñas y la
costa del Océano Pacifico.
Pero también muchos otros al contrario ni
oran, no esperan y mucho menos confían en la misericordia de Dios, al que
responsabilizan de las catástrofes naturales.
A medida que los efectos de las catástrofes
naturales tales como terremotos, huracanes, tornados, tsunamis, entre otros,
afectan a la humanidad, muchas personas culpan a Dios sobre estas situaciones o
se encargan de difundir a través de las redes sociales rumores sobre nuevas
tragedias e incluso el fin del mundo.
Cada vez que se registran catástrofes
naturales, accidentes o atentados terroristas se activa una balanza natural de
la fe de cada persona, la cual se inclina a favor o en contra de su fe en Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Como dice San Agustín:
“Es necesario que nosotros, viendo al Creador a través de las obras que ha realizado, nos elevemos a la contemplación de la Trinidad de la cual lleva la huella la creación en cierta y justa proporción”. (De Trinitate VI, 10, 12)
Cuando vemos que miles de
personas inocentes sufren los efectos de los desastres naturales, como el
reciente terremoto en México y los huracanes en la Costa del Océano Atlántico,
recordemos que Dios no es indiferente ante el sufrimiento humano.
Así como muchos afirman y citan del Antiguo
Testamento los pasajes donde ciertamente se narra las acciones de un Dios
justiciero, también sabemos que en el Libro del Génesis se nos explica que al
principio Dios creó la naturaleza y la bendijo, pero cuando Adán y Eva pecaron,
el mal entró en el mundo y este desorden también afectó a la naturaleza. (Gn. 2,4-25)
Es decir por causa del pecado, la naturaleza
no tiene un orden perfecto, por eso así como hay muchos paisajes hermosos y
beneficios para la humanidad en la naturaleza, también suceden desastres como
inundaciones, huracanes y sismos.
Así como se explica en el Catecismo de la
Iglesia Católica, “La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para
el hombre extraña y hostil (cf. Gn. 3,17.19). A causa del hombre, la creación
es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm. 8,21). Por fin,
la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn.
2,17)” (Catecismo; #400)
Asimismo es bueno aclarar que los desastres
naturales no son «obra de Dios» como algunos grupos religiosos afirman, sino que
son el resultado de la corrupción de la naturaleza, por ejemplo San Juan Pablo
II, en su carta apostólica “Salvifici Doloris”, al explicar la
historia bíblica del sufrimiento de Job, afirma: “el sufrimiento tendría sólo el
significado de castigo por un pecado realizado, por tanto colocan la justicia
de Dios al nivel de alguien que devuelve bien por bien y mal por mal”.
Pero en el otro lado de la balanza natural de
nuestra fe, también muchas personas optan por aferrarse a su fe cristiana
católica ante la tragedia humana. Al darse cuenta de lo frágil que es su vida y
de lo incierta que resulta su existencia en la Tierra, sienten la necesidad de
arrepentirse de sus pecados y de dirigirse a Dios con una oración más confiada
ante las catástrofes mundiales.
En los desastres de la naturaleza y males
sociales la fe también se fortalece para quienes optan por orar y trabajar
directa o indirectamente, en beneficio de quienes resulten afectados, así
ejercitan la caridad y la misericordia por los hermanos necesitados sin
importar sexo, edad, nacionalidad e incluso en algunos casos credo o religión.
Como afirma el Papa Francisco;
“El Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas…porque…A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!”. (Ángelus; 17-11-2013)
Así revestidos con la fuerza del amor
cristiano, dejemos a un lado el fatalismo y perseveremos inclinando la balanza
natural de la vida, hacia la fortaleza de nuestra fe. Orando principalmente por
los afectados por los recientes sismos y huracanes, por el descanso eterno de
las víctimas fatales y para que las respectivas labores de contingencia y
reconstrucción de las zonas devastadas, se cumplan con solidaridad, honradez y
sobre todo celeridad.
Oremos como lo recomienda San Padre Pío; “La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de
Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En
realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón”.
Pero también oremos ante la
tragedia humana en alabanza a nuestro Padre Creador del cielo y la tierra, como
el salmista invoquemos al Dios dador de vida, cercano y misericordioso con
aquel que le invoca sinceramente en su dolor o necesidad,
Es el Dios de cada día, que satisface los
deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que lo aman y sentencia a los
malvados.
Sal 144,2.8.17: “Cerca está el Señor de los que lo invocan”Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás.El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad;El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones.Cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.
Lcda. María Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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