Generalmente, se maneja la idea muy
común entre nuestros ambientes cristianos que, no hay tiempo para orar. Por tal
motivo, para ubicarnos desde el principio en esta reflexión en torno a la necesidad de la oración,
recordemos cuando Jesús dirigiéndose a los apóstoles “les propuso una parábola para
inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1).
Sin desfallecer, significa sin interrumpir, es decir ser perseverantes en el
contacto diario con Dios.
Sin duda que nos encontramos a veces
con grandes rivales que nos incitan a dejar la oración: el excesivo trabajo, el
estudio, los compromisos familiares, los compromisos sociales, los quehaceres
domésticos, y en muchas ocasiones la falta de interés, la pereza y el cansancio,
suelen vencernos. ¿Acaso no podríamos unirnos a Dios mientras realizamos
nuestras actividades diarias? En efecto, si es posible, tal como lo expresó san
Benito de Nursia con la famosa frase: “ora
et labora”, es decir, conservar la armonía entre la oración y los
compromisos, sin excluir a Dios de éstos. Ciertamente podemos y debemos ofrecer
a Dios toda nuestra jornada y cumplir nuestros compromisos y deberes unidos a
su voluntad; sin embargo, no basta con una simple conciencia, de momentos, es
preciso que esta presencia sea activa,
es decir, real, constante, personal y comunitaria. Así lo expresa nuevamente la Palabra: “Sean
Constantes en la Oración,
quédense velando para dar gracias” (Col 4, 2)
En este texto hay dos
palabras claves: ser “constantes” y el verbo “quédense”. Es decir, que en todo
momento nuestro pensamiento debe estar ofrecido y dirigido a Dios, pero no sólo
eso, sino que es conveniente también, quedarnos con él, dialogar con él,
escucharle a él, y para lograr esto,
es imprescindible dedicarle tiempo a él,
disponer de espacios y momentos exclusivos para Dios, para meditar sus enseñanzas o como decía santa Teresa de Jesús, para simplemente “estar con quien
sabemos que nos ama”.
Partiendo de lo anterior, no es
extraño escuchar en nuestras propias comunidades cristianas, incluidos laicos,
religiosos y pastores, expresiones
como: “para que orar tanto, Dios está en
todas partes”, “me encuentro con Dios en
mi trabajo, en los pobres en los enfermos”,
“oro mientras limpio, mientras hago tal cosa, etc”… Ya hemos dicho antes,
que esto es posible y nadie lo pone en duda; pero para que la presencia de Dios
sea eficaz, debemos estar habituados a detenernos durante algún momento del día
para encontrarnos francamente con él,
vivo y presente en medio de nosotros, especialmente, en la hostia consagrada. Reflexionemos
a modo de comparación por un momento: ¿Qué pasaría con unos esposos,
familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc, que no se comuniquen nunca,
pues seguramente, terminen ignorándose mutuamente.
Si los cristianos, que nos
consideramos personas de fe verdadera, no dedicamos de manera habitual un
tiempo exclusivo para adorar a Jesús y estar con él, nuestras acciones apostólicas corren el riesgo de convertirse,
en simples actividades sociales, humanitarias, pero que no brotan de la fuente
de la Caridad
perfecta: Jesús vivo en el sagrario, disponible siempre, sin apuros, ni
reparos, sólo presto a escuchar y a derramar su misericordia, paz y amor sin límites.
Llama poderosamente la atención
entre no pocas, comunidades cristianas católicas, una ausencia muy notable en
los diversos momentos de exposición y adoración al Santísimo, suponiendo que sabemos que Jesús Eucaristía
no sólo actualiza su presencia en el rito sacramental, sino que permanece constantemente con nosotros en el Sagrario,
hecho sacramento de vida, siempre actual y vivificador. Tendríamos que analizar
las causas de esta ausencia: quizá falta una mayor promoción de la
espiritualidad eucarística, y por otro lado, se requeriría ser más creativos
respecto a los horarios de adoración y oración en general, tomando en cuenta
los tiempos más libres y asequibles para que la mayoría de los fieles puedan
asistir a estas experiencias de encuentro personal con Jesús en el silencio de
su presencia sacramentada. Sin embargo,
personalmente, he constatado poco interés por parte de muchas comunidades para
orar en la profunda adoración y
contemplación. Se suelen llenar las adoraciones y oraciones,
de palabras, excesivos cantos, lecturas poco apropiadas, pero, ausentes
de poca escucha y actitud, contemplativa,
que indican un poco hábito de diálogo con Jesús. Podríamos decir, que el
“no acostumbrarnos a estar íntimamente con Jesús, nos ha desacostumbrado a la
oración; podría darse el caso que entre algunos hermanos y hermanas en la fe,
les fastidie, incluso una Eucaristía que
exceda una ora, quizá al concluir la celebración les espera la televisión, leer
la prensa, los compromisos sociales con
familiares o amigos, ir a Internet, el
estudio y tantas otras cosas, muy buenas, pero que no deberían restar
importancia al Sacramento de Nuestra fe, como es el caso señalado de la Eucaristía. Esto
se podría repetir en ese tan necesario tiempo
que debe ser dedicado a la oración exclusiva para Jesús y también junto a nuestra madre María,
que muchas veces se reduce a pocos momentos intermitentes y ocasionales, y en
ocasiones a nada.
Muchos dirán, no tengo un lugar
propicio para la oración exclusiva, en
el templo de mi parroquia no hay ni los momentos ni los espacios
adecuados, mucho menos en mi casa. Esta
realidad podría ser cierta, pero tenemos que hacer el esfuerzo de vencerla.
Muchas veces, no se trata del espacio,
sino de la falta de convencimiento y de interés, incluso, falta de
concentración. Ya lo decían los grandes padres espirituales de la antigüedad, es
imprescindible sobre todo, cultivar nuestra mente, para que podamos entrar en
contacto con nuestro Dios y Señor.
Sin duda que es un privilegio contar
por ejemplo con los oratorios, con la presencia del santísimo, en el caso de
los templo y en las diversas casas de vida consagrada, debidamente autorizadas.
Monasterios, casas de ejercicios espirituales, seminarios y tantos otros
lugares de oración. Igualmente, pueden ayudarnos para la oración, espacios
adecuados, aún sin la presencia de Jesús sacramentado. En cada hogar, sería de
mucho provecho tener dispuesto sino, un oratorio, por lo menos un lugar dispuesto para orar, con un crucifijo y una
imagen de María, donde la familia se congregue con frecuencia para bendecir juntos
al buen Dios o recitar meditadamente el
rosario y otras prácticas de piedad.
Sabemos que reflexionar sobre la
oración significa un mar de cosas. Abordar todos sus matices, resulta
imposible, significaría elaborar un tratado. Mucho nos han hablado los santos y
los grandes maestros espirituales, dándonos a conocer incluso, diversos grados
de oración. Son muchas las recomendaciones y métodos que nos facilitan este
gran arte de la vida espiritual. Sabemos de congregaciones y diversas
experiencias de vida contemplativa, que le dan un lugar privilegiado a la
oración. Sin embargo, en este
sentido, quizá sea muy difícil encontrar
un estilo de vida espiritual completamente contemplativa o un estilo
completamente activa, quizá más común: un estilo en parte contemplativo y en
parte activa o dando mayor énfasis en uno de los dos aspectos. Sin embargo,
cualquiera que sea el tipo de experiencia, se requiere tener una disciplina en
nuestra vida de oración, siempre acompañada de la abstinencia y la caridad,
para poder garantizar que nuestros sentimientos
hacia nuestros hermanos, son los mismos de Cristo;
“Tengan un mismo amor, un mismo Espíritu, un único sentir y no hagan nada por rivalidad o por orgullo; al contrario, que cada uno humildemente estime a los otros como superiores a sí mismos, no busque nadie sus propios intereses, sino más bien el beneficio de los demás. Tengan entre Ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Filp 2,2-5).
Podríamos decir que el alimento de estos sentimientos, los encontramos
básicamente, en la oración, que nos impulsa luego a poner en práctica el amor
de Dios y el amor humano purificado en la fe, ya sin intereses propios. He
aquí una gran diferencia entre las
motivaciones de los cristianos y las motivaciones de los ateos o simples activistas político-sociales.
Si logramos entonces, combinar la
oración personal y comunitaria, incluida las participación en la liturgia eucarística y en las diversas prácticas de
piedad, buscando cada uno los momentos y ocasiones más adecuados a su ritmo de
vida, y a su deseo y nivel espiritual sin menoscabar las propias
responsabilidades diarias, podríamos hablar entonces, de una presencia activa de Dios en nuestra
vida cotidiana. Así el mayor obstáculo para dar testimonio, que es el pecado
podrá ser disipado por la gracia divina recordando que
“..es Dios el que procede en Uds., tanto en el querer como en el actuar, tratando de agradarle, cumplan todo sin quejas, ni discusiones, así no se encontrará en ustedes., ninguna falta, ni pecado y serán hijos de Dios, sin pecado… (Filp 2, 13-16)
Que esta breve reflexión nos ayude a
motivarnos por valorar más la oración, que es una especie de combustible para
nuestra alma y en ella, encontramos la perseverancia para el duro caminar de la
vida y el ánimo y la fuerza que nos viene del Espíritu Santo: “Vivan orando y suplicando. Oren en todo
tiempo, según les inspire el Espíritu. Velen en Común y perseveren en sus
oraciones, sin desanimarse nunca, intercediendo a favor de todos los santos,
sus hermanos”. (Ef 6, 18)
La oración es en definitiva fuente
de conversión: Que San Pablo apóstol, interceda por nosotros y lograr, junto con
María en el Cenáculo, la fuerza espiritual y la docilidad para ser testigos del amor vivido de Dios en
la oración y activo en cada instante de nuestra existencia.
Unidos siempre en la oración, su hermano
en la fe,
Pbro. Miguel A. Ospino M.
Twitter: @pmiguelospino
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