La historicidad es
una de las características esenciales de la persona humana. El tiempo es el
medio en el que vive la persona y es la medida de su vida, pero el tiempo
cosmológico, como magnitud física que miden los relojes no es el tiempo del ser
humano, el tiempo antropológico.
El
ser humano vive el tiempo en forma distinta del resto de las criaturas. Esta
valoración es un descubrimiento de la filosofía moderna, especialmente en
el siglo XX que corre pareja a la búsqueda del sentido de la vida del ser
humano individual y que se había perdido tanto en el racionalismo como en el
idealismo.
Para ahondar en
ello recurramos a los distintos significados de las palabras madurar y envejecer.
Ambas están referidas al tiempo.
Envejecer tiene un significado negativo: el paso del tiempo es vivido como
derrota, como humillación y, sobre todo, con una connotación de pasividad, de
asunto inevitable, irremediable: envejecer es vivir cronológicamente el tiempo.
Madurar tiene una connotación positiva: es un modo de vivir el tiempo que tiene
que ver con el crecimiento, con la plenitud, con el sentido, con la libertad.
Sólo el ser
humano, vive el tiempo, es el único animal finito, porque es el único que lo
sabe, el resto de los seres vivos pasan completamente ajenos al tiempo. Su vida
está ligada al tiempo por mediación del instinto.
El ser humano, en cambio, está hecho de tiempo tanto como de materia y de espíritu.

El paso del tiempo
es inexorable y tener conciencia de ese paso genera una tremenda responsabilidad
de frente a su disposición y uso. El tiempo es en definitiva uno de los más
preciados bienes que el hombre debe aprender a administrar con sabiduría y en este
contexto la puntualidad cobra una significación superior, ya que implica la
afectación del tiempo del otro, del tiempo ajeno.
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