miércoles, 28 de marzo de 2018

A Dios hay que escucharle.


   Mi antiguo maestro y rector del seminario, Monseñor Jesús Enrique Hernández (el padre Chulique), me sugirió que escriba unas breves reflexiones sobre las 7 Palabras de Jesucristo en la cruz y las comparta con él y con mis amigos en las redes sociales.
  
   Dado que la sugerencia de un maestro es una orden, me apresuro a hacer la tarea no sea que venga yo a no cumplir con su encargo porque me ganen la pereza intelectual, el poco tiempo disponible y los muchos compromisos de estos días. Conociendo que es una labor complicada para quien tiene poca erudición, pongo manos a la obra sobre un tema del que han escrito y reflexionado tantos sabios y santos que inspira temor abordarlo desde la poca monta de mis posibilidades, mas como lo mandado es obligación hago estas onsideraciones introductorias para dibujar el tono del lápiz que usaré para escribirlas y, a la vez, darles un marco referencial.


   En la interacción constante por la que Dios habla a su pueblo y el pueblo le escucha encontramos el núcleo relacional que ha permitido el desarrollo de la fe judía y también la cristiana, ambas como un proceso de comunicación.
   Dios se comunica, habla y hay que escucharle. Yahvé Dios se expresa y espera ser escuchado: Shemá Israel (Escucha, Israel) nos recuerda Dt 5,1 entre una larga lista de textos en los que el Señor exige ser escuchado; en algunos, incluso, pareciera rogar y sentir dolor por el hecho de no ser escuchado, como en el Salmo 81,13 “si mi pueblo tan sólo me escuchara”.
 
    En la Carta a los Romanos se encuentra que “la fe entra por el oído” (Rm 10, 8.17) y en la Carta a los Hebreos se señala que “Dios nos ha hablado de múltiples formas a lo largo de la historia” (Hb 1,1); pero que hoy, de modo definitivo nos ha hablado por su propio Hijo (Hb 1,6).
   El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en su No. 66 en concordancia con la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II, enseña que:  "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.
   En otras palabras, Dios nos ha hablado definitivamente en Cristo y es en él en quien debemos escucharle.

   Para escuchar al Padre en Cristo hay que abrir el oído y “no endurecer el corazón” (sal 94), porque él tiene su propio lenguaje, que es uno dirigido al corazón: El lenguaje de Jesucristo es la acción, su palabra es actuación, realización. Él mismo es la Palabra de Dios que existía desde siempre (Jn 1,1), y que se ha encarnado, no es una idea etérea sino una persona concreta, una realidad palpable en sí mismo.

  Las acciones de Cristo son su palabra, por eso cuando predica hace lo que está enseñando. 

   De allí le viene la autoridad que los discípulos le reconocen (Mt 7,29), especialmente en el acto supremo de amor eficiente significado en su pasión, muerte y resurrección.
  En el diálogo del Padre con su pueblo la Pasión, Muerte de Cristo en la Cruz y su Resurrección son el más grande código lingüístico y la más estruendosa Palabra de Dios a la humanidad, pronunciada en el sufrimiento, el silencio y la humildad del cordero que se inmola. El sufrimiento redentor del Hijo unigénito es la Palabra más clara y elocuente que Dios ha pronunciado.

   Desde la cruz el Padre nos habla en su Hijo Jesucristo, por ello no se puede escuchar a Dios sino en Jesucristo, a quien nosotros predicamos crucificado dirá San Pablo (1Co 1,23). Escuchar a Cristo en la cruz es la tarea obligatoria de quien en verdad quiere escuchar a Dios, porque en sus gestos, en su obra y en su Palabra Jesucristo nos transmite la voluntad del Padre, porque él no hace otra cosa que comunicarnos al Padre, como lo canta la liturgia en la doxología eucarística “por Cristo, con él y en él”

  Las palabras pronunciadas por Cristo en la cruz durante los últimos momentos de su vida terrena son el complemento comunicacional de aquel que se ha expresado en acciones. Cada una puede ser escuchada como una profecía a ser interpretada desde la reflexión teológica, pero más especialmente desde la espiritualidad encarnada, sacrificial y testimonial que caracteriza nuestra fe.


Así, cuando el Señor pide al Padre que nos perdone, él mismo ya nos ha perdonado, al manifestar tener sed ya prefigura el agua que brotará de su costado traspasado, al saber que todo ha sido cumplido, experimentando la más absoluta soledad , entrega su espíritu al Padre dejándonos a María como Madre y la promesa del paraíso concedido a un ladrón arrepentido.



Padre Alberto Gutiérrez.

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