Con el despertar de la primavera en el
camino cuaresmal, despunta sobre el horizonte de nuestra fe cristiana, la
Semana Santa.
Tiempo por excelencia en el cual la Madre
Iglesia nos invita a reflexionar sobre
los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, para aprovechar
todas las gracias propias del Tiempo de Pascua.
En Semana Santa, o
como también se le conoce “La Gran Semana, Semana de la Pasión o Semana Mayor”,
debemos darle a Dios el primer lugar y participar en familia en todas las celebraciones propias de este
tiempo litúrgico.
“La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo”. (Catecismo; #1163)
Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús
con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados, es
decir para morir al pecado y resucitar con Cristo.
Si pusimos en práctica todas las reflexiones
compartidas durante el camino cuaresmal, seguramente emprendemos alegres y
ligeros de equipaje la travesía hacia una nueva Semana Santa, como antesala al
tiempo de gracia pascual.
Sobre todo si la base de nuestra preparación
cuaresmal se fundamentó sobre la particular
invitación del Papa Francisco, para descongelar el amor, con una dosis especial
del “dulce
remedio de la oración, la limosna y el ayuno”.
Si no es así, entonces aprovechemos al
máximo estos días para ejercitar nuestra fe cristiana, porque lo importante de
este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender
por qué murió y resucitó, para revivir su entrega a la muerte por amor a
nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
Desde el Domingo de Ramos hasta el Triduo Pascual,
somos testigos de la grandeza del amor misericordioso de Dios, al entregar lo más valioso que tenía, a su propio Hijo
unigénito:
Cada Domingo de Ramos, celebramos las dos
caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión
de las palmas en honor de Cristo Rey y la muerte o el fracaso, con la lectura
de la Pasión del Señor, según San Marcos.
Para seguir los pasos redentores de Jesús,
sólo es posible por el camino del servicio, de la donación, del amor, así también
avancemos para entrar triunfantes en Jerusalén pero pregonando fielmente:
“Bendito
el que viene, el Rey, en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las
alturas” (Lc 19, 38). Sin
cambiar
radicalmente como lo hizo el pueblo judío, del “Hosanna” a “Crucifícalo”.

“Acojamos, pues, al Señor Jesús con los niños que cantan «Hosanna». Sigámosle cuando entra en Jerusalén; sigámosle también cuando terminan los aplausos, cuando el entusiasmo se apaga... Y si, por nuestra debilidad, nos avergonzamos de él, lo renegamos, pidámosle inmediatamente perdón. Dejemos que su mirada de misericordia entre en nuestro corazón, y lloremos sobre nuestro pecado. Que la Virgen María nos acompañe en el itinerario de la Semana Santa. Que nos ayude a vivir el misterio de la Pasión del Señor, siguiéndolo con ella hasta el pie de la cruz. Y que nos haga llegar a la alegría luminosa de la Resurrección. Amén. (Papa Francisco; Homilía: 20-03-2016)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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