martes, 13 de marzo de 2018

Con miedo al Perdón

Difícilmente alguno podrá decir que en el transcurso de su vida nunca ofendió terriblemente a alguien o fue victima de alguna infamia. El propio camino de la vida nos expone a esta realidad, incluso con los miembros de nuestra propia familia. 

En ocasiones  sentimos un terrible dolor frente al recuerdo del daño que hemos  causado o de la injuria que hemos sufrido y no menos profundo es el temor que sentimos a pedir perdón, no porque no querramos pedirlo, sino por temor a que nos sea negado.      
  
  La falta de perdón es como un veneno que se toma a diario en pequeñas dosis, pero que finalmente termina aniquilándono espiritualmente. La ausencia de perdón neutraliza todos nuestros esfuerzos por vivir la libertad del espíritu, porque merma continuamente la capacidad de amar, la capacidad de entrega. 

La ausencia de perdón hace escuetas las más nobles intenciones del corazón.Perdonar no significa que se esté de acuerdo con la ofensa, ni mucho menos que se apruebe lo sucedido, tampoco significa dejar de darle importancia a los hechos, ni  darle la razón a quien ha perpetrado la ofensa. Perdonar es dejar a un lado los pensamientos negativos que han causado dolor y sufrimiento y continuar el camino de la vida con la mente y el corazón abiertos a la esperanza. 

A menudo el perdón ha sido presentado como un hecho sencillo y fácil, pero no lo es, porque el perdón significa siempre la sustitución propia.
Aquel que perdona se da a si mismo y eso, definitivamente, no es fácil. 
El  perdón, al mismo tiempo, es una experiencia sumamente difícil para la persona que lo solicita y lo recibe, porque hacerle a alguien un mal, sentirse alejado, experimentar verguenza de uno mismo, sentirse sinceramente arrepentido, y luego, mediante el perdón libre y espontáneo ser restaurado a la antigua amistad y confianza, es una experiencia humillante para una persona orgullosa, pero hemos de preguntar ¿Acaso hay otro medio de alcanzar el perdón que no sea por el remordimiento y el sentimiento de culpa del pecado? 



El problema radica fundamentalmente en que hay una sola cosa que el perdón no puede conseguir, sólo una. El perdón no quita el hecho del pecado; el hijo pródigo estuvo en el país lejano. El perdón no quita el recuerdo del pecado. El perdón no quita ni puede quitar todas las consecuencias del pecado. 

Las huellas de las heridas estarán siempre allí, pero la grandeza del corazón humano consiste en sanarlas por el amor, pero el perdón sí restablece las relaciones personales que el pecado había roto, y puede que incluso las haga más profundas y significativas, despertando el amor yuna respuesta agradecida; y, después de haber estado alejado,

 la reconciliación mediante el arrepentimiento honesto es la experiencia más gratificante que el corazón jamás pueda experimentar.   

 Por lo tanto, cuando el Evangelio nos invita a perdonar y ser perdonados, nunca nos invita a un lugar divertido, nos invita a la cruz y siempre hemos oído decir que en la cruz fue difícil incluso para Dios el perdonar. Es difícil y cuesta justamente lo que siempre ha costado cuando perdonamos: El amor mismo poniéndose en nuestro lugar,cargando sobre su inocencia el peso de nuestra culpa, porque ya sea una madre perdonando a su hijo, o un hermano a otro; o Dios perdonándonos a nosotros,siempre hay una cruz en su centro, y no es fácil.          

  Nunca las heridas del corazón han sanado sin pasar por este proceso de perdón. Hay momentos en nuestra vida en los que jugamos a olvidar nuestras heridas o nuestras culpas, las encerramos en el sótano del alma y pretendemos vivir ignorándolas, dejando que el ruido del mundo llene nuestros oídos hasta que nuestras conciencias no puedan oírlas, pero de vez encuando llegan los momentos en que sus aullidos aterradores nos recuerdan de su presencia y entonces, sólo entonces nos damos cuenta de que tenemos miedo al perdón.

Padre Alberto Gutiérrez

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