A medida que avanza la Pascua, la palabra de
Dios nos conduce por el sendero estrecho pero hermoso de la generosidad del
amor, por ejemplo hace diez años el Papa Benedicto XVI afirmó:
“Que la Cuaresma sea, por último, a través de la limosna, hacer el bien a los demás, que sea una ocasión sincera para compartir los dones recibidos con los hermanos para prestar atención a las necesidades de los más pobres y abandonados”. (Mensaje Cuaresma 2008:“Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre” (2Cor 8,9)
No se trata sólo de dar limosna alguna
persona necesitada, de compartir algo de ropa, alimentos incluso de dinero. En
Cuaresma debemos ir más allá, asimilar la práctica de la generosidad, en una
forma concreta a través de la cual abracemos las necesidades del prójimo, no
solo en lo material, sino reconociendo en el hermano necesitado el rostro de
Jesús pobre y sufriente.
Así como los describe San Juan: “Si
alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le
cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17).
La generosidad del amor se expresa en compartir
lo que somos y tenemos, no sólo lo que nos sobra, haciéndolo como muestra de
nuestro amor a Dios y a los hermanos, con gran respeto y de manera
desinteresada.

Las enseñanzas evangélicas propias del
tiempo de Cuaresma, nos recuerdan especialmente que no somos propietarios de
los bienes que poseemos, sino administradores, por lo tanto el Señor nos llama,
a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el
Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social:
“El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás” (GS 69, 1). La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos. (Catecismo: #2404)

En Cuaresma profundicemos sobre la necesidad
de vivir un compromiso solidario y generoso con nuestro prójimo y pidamos a Dios
un corazón lleno de su amor para ser capaces de cosechar frutos verdaderos de
conversión con apertura hacia el hermano.
Que al acercarnos un poco más a Dios, a través de la oración, los sacramentos,
leyendo y meditando las Sagradas Escrituras, ayunando, entre otras prácticas
cuaresmales, nos permitan mirar con nuevos ojos a los hermanos y sus
necesidades, para darnos a los demás de una manera firme y decidida, poniendo a
su servicio lo mejor de nosotros mismos, con bienes materiales pero también con
nuestras cualidades y talentos.
“El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno”. (Papa Benedicto XVI: Mensaje Cuaresma 2008)
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
No hay comentarios:
Publicar un comentario