martes, 1 de mayo de 2018

Desaprender aunque duela.


La letra entra con sangre... ¡y sale también!, diría yo, parafraseando aquel dicho popular, porque si establecer aprendizajes significativos requiere esfuerzos, desaprender aquello que ya no es significante, sino que incluso puede haberse convertido en un pesado lastre no es menos exigente.

Desaprender lo que no edifica, no construye ni realiza es necesario en los procesos de cambio y crecimiento para lograr asumir modificaciones y "actualizaciones" en nuestros esquemas de vida y estrategias de supervivencia: ser capaces de identificar posiciones, opiniones, hábitos y costumbres que al correr del tiempo se han vuelto pesadas, obsoletas o ineficaces;  y no se trata de responder a una moda como se cambia un corte de cabello o un estilo de vestir, sino de tener la habilidad de hacer las adaptaciones necesarias de modo que nuestras opciones sean liberadoras y no esclavizantes.

Se trata de desarrollar la conciencia de modo que conservando los principios fundamentales de las convicciones propias se pueda avanzar en el tejido de las posibilidades de renovación en todo sentido,  a lo cual no escapa el ámbito de la fe y la religiosidad.

La aceptación de la cultura de la innovación como principio motor de las relaciones puede ser un buen comienzo para escapar de actitudes obsoletas y posiciones enquistadas en modas y gustos "ortodoxos" que en el fondo no son más que una muy facilista expresión del temor al cambio, por todas las inseguridades que el concepto comporta.

Desaprender es cambiar desde adentro en aquello que ya no nos deja ser más porque se nos ha vuelto negativo a la propia felicidad. Admitirlo requiere de una actitud honesta y valiente frente a las necesidades de adaptación a tiempos, conceptos y modos diferentes de vivir en la dinámica de una humanidad esencialmente diversa en sus expresiones pero que básicamente es una y la misma en su naturaleza, fundamento y destino.
Esta dinámica de apertura, diálogo y crecimiento no es sólo posible sino necesaria para poder responder a las exigencias de una nueva evangelización, más dinámica, inclusiva y coherente.

Desaprender es en mucho renunciar a la tozudez y terquedad del hábito para abrirse a las posibilidades, lo cual es un reto y una necesidad frente a las exigencias del mundo, aunque duela, porque desaprender exige renuncia a sí mismo y una auténtica disposición al diálogo y al servicio.

Padre Alberto Gutiérrez, Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo de El Bajo.

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