La
letra entra con sangre... ¡y sale también!, diría yo, parafraseando
aquel dicho popular, porque si establecer aprendizajes significativos
requiere esfuerzos, desaprender aquello que ya no es significante, sino
que incluso puede haberse convertido en un pesado lastre no es menos
exigente.
Desaprender lo
que no edifica, no construye ni realiza es necesario en los procesos de
cambio y crecimiento para lograr asumir modificaciones y
"actualizaciones" en nuestros esquemas de vida y estrategias de
supervivencia: ser capaces de identificar posiciones, opiniones, hábitos
y costumbres que al correr del tiempo se han vuelto pesadas, obsoletas o
ineficaces; y no se trata de responder a una moda como se cambia un
corte de cabello o un estilo de vestir, sino de tener la habilidad de
hacer las adaptaciones necesarias de modo que nuestras opciones sean
liberadoras y no esclavizantes.
Se
trata de desarrollar la conciencia de modo que conservando los
principios fundamentales de las convicciones propias se pueda avanzar en
el tejido de las posibilidades de renovación en todo sentido, a lo
cual no escapa el ámbito de la fe y la religiosidad.
La
aceptación de la cultura de la innovación como principio motor de las
relaciones puede ser un buen comienzo para escapar de actitudes
obsoletas y posiciones enquistadas en modas y gustos "ortodoxos" que en
el fondo no son más que una muy facilista expresión del temor al cambio,
por todas las inseguridades que el concepto comporta.
Desaprender
es cambiar desde adentro en aquello que ya no nos deja ser más porque
se nos ha vuelto negativo a la propia felicidad. Admitirlo requiere de
una actitud honesta y valiente frente a las necesidades de adaptación a
tiempos, conceptos y modos diferentes de vivir en la dinámica de una
humanidad esencialmente diversa en sus expresiones pero que básicamente
es una y la misma en su naturaleza, fundamento y destino.
Esta
dinámica de apertura, diálogo y crecimiento no es sólo posible sino
necesaria para poder responder a las exigencias de una nueva
evangelización, más dinámica, inclusiva y coherente.
Desaprender
es en mucho renunciar a la tozudez y terquedad del hábito para abrirse a
las posibilidades, lo cual es un reto y una necesidad frente a las
exigencias del mundo, aunque duela, porque desaprender exige renuncia a
sí mismo y una auténtica disposición al diálogo y al servicio.
Padre Alberto Gutiérrez, Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo de El Bajo.
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